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8 vistas68 páginasCoronavirus y Pandemia
Título original:
Coronavirus y Pandemia.docx
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RUIZ DE LA CRUZ DUANNY EBHERDescripción completa,... ¡¡. : El coronavirus y el clima (I)
Abraham Levy
El coronavirus es un ser viviente. Técnicamente cumple las condiciones del ciclo de la vida y, además, como todo ser viviente, tiene su desarrollo supeditado al clima.
En general, este reciente brote de coronavirus como el de influenza, SARS y otras variedades virales ha encontrado condiciones ideales en el clima chino actual: frío y seco. Propios del invierno.
Las condiciones frías, sumadas a las secas, ayudan al virus a mantenerse vivo en el ambiente en tránsito entre dos cuerpos.
Entonces, la estacionalidad tiene mucho que ver con lo que sucede hoy en China.
Hay que destacar, además, que dado que estamos en el corazón del invierno en el hemisferio norte y la prolongada vida estimada del virus (14 días), China va a requerir básicamente una cuarentena de, por lo menos, estas dos semanas entrantes para ver contenido el brote.
No tengo dudas que lo será. No obstante, habrá un número de fatalidades importantes que no irá mucho más allá del 2% de los contagiados según ya se aprecia.
Una propagación en Perú en verano es poco probable si llegase este virus al país. El clima ayudará en esa condición si es que las acciones de salubridad son apropiadas.
“Perú 21”, 01 de febrero del 2020
El coronavirus y el clima (II)
Abraham Levy
No hay ningún estudio epidemiológico que pueda acreditar la variabilidad de la infección viral del coronavirus con el clima.
Lo que sí hay son algunas observaciones relevantes que pueden servir para entender cómo, incluso dentro de los países más contaminados, la infección tiene ciertos matices climáticos. Empezando por China.
Un equipo de la Universidad Sun Yat Sen de Guangzhou sugiere que la temperatura tendría un significativo rol en la transmisión del virus. El virus parece ser altamente sensible a las altas temperaturas, lo que ayudaría a la más lenta propagación a países cálidos.
Es así que el oeste de China (más frío que el este) resultó más contaminado. El norte de Italia al pie de los Alpes resultó más contaminado que el sur. En los EE.UU., el estado de Washington, que está en el extremo norte, luce como el más afectado, mientras en Florida, de clima más tropical, los casos son menores comparativamente.
En los próximos días, cuando entendamos las propagaciones en Perú y Sudamérica que recién salimos del verano, podremos entender mejor la estacionalidad del virus y su relación con el clima.
Higiene y disciplina serán siempre importantes para aprovechar nuestra ventaja de ser cálidos.
“Perú 21”, 14 de marzo del 2020
Coronavirus en el mundo: OMS declara al COVID-19 como pandemia
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró este miércoles al coronavirus como pandemia. Hasta hoy 11 de marzo de 2020, existen 110 países afectados, más de 118,500 casos y 4280 muertos por el coronavirus. La zona cero del COVID-19 inició en China, país que tiene más de 3000 fallecidos.
De acuerdo a la OMS, el COVID-19 ya puede definirse como una “pandemia”, después de que el número de casos afectados fuera de China se haya multiplicado por 13 en dos semanas y en ese periodo los países afectados se hayan triplicado.
“La OMS estima que el COVID-19 puede ser caracterizado como una pandemia”, dijo el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus.
“Podemos esperar que el número de casos, de decesos y de países afectados aumente” en los próximos días y semanas, agregó.
El avance del coronavirus en tiempo real.(Captura de pantalla)
Cuarentena a viajeros
Gobiernos de Perú, Colombia, Argentina, Chile, Guatemala, Israel, entre otros tomaron medidas drásticas como la de aislar a las personas que lleguen de países afectados (China, España, Francia e Italia) por el nuevo coronavirus, que hasta el momento deja al menos 4 mil muertos en el mundo y más de 100.000 contagiados.
En América Latina, donde hay unos 140 casos y dos muertes, se redoblan las medidas. Este miércoles se sumó Honduras con sus dos primeros contagios.
13 CASOS CONFIRMADOS EN EL PERÚ
El presidente Martín Vizcarra, junto a la ministra de Salud Elizabeth Hinostroza, dio a conocer que se elevó a 13 el número de casos de coronavirus en Perú.
“Esta mañana se ha elevado a trece el número de personas de coronavirus en Perú. Se han realizado 487 muestras, 474 son negativas y 13 positivas”, anunció Martín Vizcarra durante una conferencia de prensa.
Mandamientos de la OMS
1.- Lavar las manos frecuentemente con un gel antiséptico, o con agua y jabón, pues el virus puede transmitirse al tocar superficies contaminadas o a enfermos, por lo que esta acción reduce los riesgos.
2.- Limpiar regularmente determinadas superficies, como los escritorios en lugares de trabajo o en la cocina.
3.- Asegurarse de que la información sobre el COVID-19 procede de fuentes fiables, como las agencias nacionales de salud pública, profesionales médicos, o la propia OMS. Saber, por ejemplo, que la enfermedad suele comenzar con fiebre o tos seca, no con molestias nasales.
4.- Evitar los desplazamientos si se tiene fiebre o tos. Si se cae enfermo durante un vuelo, informar inmediatamente a la tripulación, y una vez en el domicilio, contactar con profesionales sanitarios, contándoles dónde se ha estado.
5.- Toser o estornudar sobre la manga del brazo (no sobre la mano) o usar un pañuelo que deberá ser inmediatamente tirado a la basura, para después lavarse las manos.
6.- Si se tienen más de 60 años o problemas de salud tales como una enfermedad cardiovascular, respiratoria o diabetes, hay mayor riesgo de caer gravemente enfermo ante un hipotético contagio, por lo que deben tomarse precauciones extra, evitando zonas concurridas o lugares donde podría haber contacto con potenciales enfermos.
7.- En caso de sentirse mal, quedarse en casa y llamar a un médico o un profesional sanitario, que debería preguntar los síntomas, dónde se ha estado y con quién se ha tenido contacto.
8.- En caso de caer enfermo, quedarse en casa, separarse del resto de la familia, incluso al comer y dormir, y utilizar diferentes cubiertos y platos.
9.- Llamar al médico si se nota falta de aliento.
10.- En caso de vivir en una comunidad afectada, es comprensible sentir ansiedad. Buscar la manera en la que se puede ayudar en ella, y a la vez informarse de cómo garantizar la seguridad en lugares de trabajo, escuelas o lugares de culto.
“Perú 21”, 11 de marzo del 2020
Coronavirus: ¿paso a paso o medidas radicales?
Humberto Campodónico
La pandemia del coronavirus ha desatado una serie de “explicaciones” y enfoques conspirativos que confunden –y algunas veces, asustan– a la población. Una de ellas es que el coronavirus es un simple resfriado y que “no mata”. Es la “prensa” la que exagera, pues tiene intereses subalternos. Eso es lo que dice Trump en EEUU acusando a los medios de querer evitar su reelección en noviembre.
Pero no. La pandemia está aquí. Y mientras no se produzca la vacuna va a causar más muertes. El dilema real para los gobiernos es: ¿Vamos paso a paso “monitoreando” la situación, o sea, esperar para ver qué medidas tomamos? ¿O aplicamos políticas radicales inmediatas para combatir la pandemia?
China hizo lo primero desde el 1/12/2019, cuando se reportaron los primeros casos. Pero a fines de enero, cuando el # de infectados se elevó exponencialmente, llegando a 80.000 (ver gráfico), el gobierno decidió la cuarentena en Wuhan, aislando a 60 millones de personas. Las medidas radicales hicieron que, desde el 20 de febrero, el # de infectados ya no aumentara.
En Italia los dos primeros casos se dieron a fines de enero. El gobierno tomó algunas precauciones. Todo cambió a fines de febrero cuando el # de casos, y de muertes, se elevó exponencialmente (10,000 infectados). El gobierno decidió actuar “a la china”. Hoy toda Italia está en cuarentena.
España y EEUU se parecen a Italia y tienen una curva ascendente parecida, aunque el # de infectados, y de muertos, es inferior. En España, ayer martes, se tomaron drásticas medidas, entre ellas, que las escuelas se cierran en Madrid por 15 días, se anulan las fiestas valencianas y se dan una serie de ayudas a los trabajadores con hijos, al turismo y a las pymes.
En EEUU, Trump está en modo “no pasa nada”, mientras los infectados llegan a 950. Dice Paul Krugman que la “negación del virus” los está haciendo perder tiempo valioso, que el # de infectados de todas maneras va a aumentar y que la epidemia avanzará tan rápido que habrá una sobrecarga en los hospitales (Trump no puede enfrentar la verdad, New York Times, 9/3/2020).
La cuestión de fondo es que la expansión de las enfermedades es el efecto negativo de la globalización. Cuando emergen estas crisis globales, lo que se necesita son, justamente, respuestas globales, donde prime la cooperación por encima de todo, como en el cambio climático. Y eso no está sucediendo, pues, de un lado, ha vuelto un estrecho nacionalismo y, de otro, “desde la época de Reagan se piensa en EEUU que el gobierno no es la solución al problema, sino que el gobierno es el problema. Tomar esa panacea en serio, como lo hace Trump, es un camino sin salida” (Joseph Stiglitz, “Plagados por Trump”, Project Syndicate, 9/3/2020).
En el caso de América Latina, y el Perú, los gobiernos están enfrentando una pandemia que no esperaban con los pocos elementos que tienen a la mano, incluido el bajo stock de kits para detectar el virus y la desorganización evidente de los últimos días. Pero, sobre todo, prima el “esperar y ver”. En esa línea, la Conmebol ha sido “más radical”, suspendiendo las eliminatorias Qatar 2022.
El “paso a paso” puede desembocar en un aumento exponencial de los infectados, como lo señalan algunos modelos que proyectan el # de infectado. ¿Ha llegado la hora de “medidas radicales”? Una de ellas podría ser la suspensión de clases escolares y, como en España, ayuda a los trabajadores con hijos. Y, también, limitar los espectáculos públicos. La salud de la población es condición sine qua non para la salud de la economía. Salvo mejor, o peor, parecer.
“La República”, 11 de marzo del 2020
Coronavirus en Perú: Divulgar datos de pacientes
puede ser multado con hasta 215 mil soles
El COVI-19, además de ser un problema de salud pública, también puede traer consigo daños morales y psicológicos si la información personal de los pacientes son revelados, indicó el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (Minjusdh), por lo que, compartir dichos datos puede ser sancionado con una multa de entre S/21,500 y S/215,000.
La Autoridad Nacional de Protección de Datos Personales (ANPD) advirtió que compartir información sobre la salud de una persona, identificándola sin su consentimiento, revelando nombre, dirección, fotografía, historial clínico, a través de los medios de comunicación o redes sociales, es una infracción a la Ley N°29733, Ley de Protección de Datos Personales.
Ante ello, la autoridad recomendó proteger la identidad del paciente, limitando el acceso público, así como asegurar que la información confidencial no sea divulgada para mantener la confianza médico–paciente, incluso después de finalizada la relación profesional.
Los establecimientos de salud deben implementar las medidas de seguridad necesarias para que los datos de los pacientes no lleguen a personas no autorizadas. La única institución oficial autorizada de brindar información sobre los casos confirmados, es el Ministerio de Salud.
Asimismo, la única manera en que se puede revelar los datos sensibles de un paciente es a través de su consentimiento, el cual debe ser libre, previo, expreso e inequívoco e informado. Este consentimiento debe darse por escrito.
Los ciudadanos y ciudadanas que requieran más información sobre cómo proteger sus datos personales, pueden comunicarse al correo electrónico protegetusdatos@minjus.gob.pe y a la línea gratuita de consultas telefónicas: 204-8020, anexo 1030.
“Perú 21”, 12 de marzo del 2020
Coronavirus y deliberación pública
Juan De la Puente
Requerimos con urgencia una deliberación pública madura sobre los asuntos alrededor del contagio del coronavirus. Esta deliberación no debería incomodar a nadie, salvo que sea usada con el propósito mezquino de debilitar al oponente político, lo que se nota rápidamente. La mala leche es inocultable.
1.- Preguntas. Un examen de lo que sucede tiene preguntas inevitables que pueden ayudar a situar el problema y corregir errores. Algunas de esas preguntas son: ¿Hemos reaccionado como país a tiempo o se han producido huecos en la vigilancia, de modo que los casos importados son numerosos y son ahora difíciles de detectar? ¿Estamos retrasados en el control, es decir, deberíamos tener más procedimientos de descarte? ¿Tenemos suficientes recursos humanos y materiales para las actividades de vigilancia, diagnóstico y tratamiento? ¿O es un poco tarde para comprar medicinas e insumos en un mercado internacional presionado por una inédita demanda?
2.- Rectoría. Aun sin respuestas, las interrogantes nos llevan a datos duros, como la desarticulación de nuestro sistema de salud y el quiebre de la rectoría en ese sector, ejemplificado por la resistencia de otros sectores a hacer su parte con rapidez, como habilitar recursos financieros o suspender las labores escolares. Al paso de los días se había fortalecido la idea de dejar todo en manos del Ministerio de Salud (MINSA) porque una parte de la elite de nuestro país sigue pensando que este problema es de salud pública. En ese punto, es necesario estimar si la creación de una Comisión Multisectorial de Alto Nivel mejorará la rectoría.
3.- Liderazgo. El núcleo de la respuesta nacional pasa por el liderazgo público, en todo nivel y lugar. En el ámbito nacional esta necesidad está asociada a la vocería y al diálogo oportuno del Estado con la sociedad. Sobre ambos asuntos, liderazgo y vocería, se aprecia que la ruta es cuesta arriba y que adolecemos de mensajes claros y firmes más allá de las recomendaciones básicas que, al paso de los días, se muestran insuficientes. El discurso oficial ahora mismo omite o subestima el autoaislamiento precoz y el distanciamiento social, y son los medios y especialistas los que primero han apuntado que la suspensión de las clases escolares no es una prolongación de las vacaciones. En ese punto, quizás convendría no dejar para mañana la participación de las FFAA en determinadas tareas para la que están preparadas.
4.- Los vulnerables. Hemos pasado la etapa de “aquí no pasa nada” o “es un sicosocial de Vizcarra”, pero queda el insistente mensaje de que el coronavirus afecta gravemente “solo” a las personas de edad avanzada y con enfermedades preexistentes, una especie de “uff, qué alivio”, como si nuestro país no tuviese un alto porcentaje de personas en esa condición, un arrebato de sinceridad maltusiana sobre a quienes salvar o dejar morir. Habría que recordar que, de acuerdo al censo del año 2017, el 10% de la población es adulta mayor, que más de 700 mil peruanos adultos mayores viven solos, y los que viven con sus familiares, ahora mismo serán los encargados de cuidar a los nietos mientras los padres trabajan fuera de casa.
“La República”, 13 de marzo del 2020
Coronavirus y respuesta política (1)
Martín Tanaka
Las respuestas de los diferentes gobiernos respecto a la expansión del coronavirus han sido muy interesantes de seguir, por usar una expresión. El problema se inicia en Hubei, como se sabe. La enfermedad empieza a manifestarse hacia diciembre, se identifica como tal el 7 de enero, y el 13 empiezan a hacerse las pruebas de descarte. Recién hacia el 21 de enero el número de infectados empieza a aparecer como descontrolado (cien casos en un día); el 23 de enero, la ciudad de Wuhan ordena el cese total de actividades no esenciales, al registrarse 400 nuevos casos.
Hoy sabemos que cuando las autoridades chinas tenían registrados 100 casos nuevos, en realidad estaban lidiando con unos 1.500 nuevos infectados, solo que no registrados. El día 24, 15 ciudades chinas más toman medidas de cese de actividades. Recién el 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud declara una emergencia de salud pública de atención internacional, cuando se estaba llegando a los 2.000 casos nuevos diariamente. Como el virus puede tardar hasta 14 días en manifestarse, el número de infectados registrados siguió aumentando hasta más de 3.500 casos nuevos el 4 de febrero, cuando en realidad el número de contagios estaba empezando a bajar como consecuencia de las medidas de aislamiento social.
Más allá de China, otros países asiáticos reaccionaron con medidas rápidas de contención: por ello, el problema no ha sido tan grave en Japón, Hong Kong, Singapur o Tailandia. El manejo de epidemias en años pasados permitió una reacción rápida. Pero Occidente miró esta dinámica con una suerte de lógica “orientalista”. Los países con mayor número de visitantes extranjeros empezaron a registrar altos números de infectados, como Italia, Francia, Alemania o España. Acá las autoridades enfrentaron un dilema: ¿reaccionan con medidas drásticas como en China o implementan estrategias graduales? Existía cierto sentido común según el cual medidas de paralización total de actividades “solo podrían ocurrir en China, no en países democráticos”. Ciertamente, el riesgo de “sobrerreaccionar” existe, y también la oposición de algunos sectores.
El asunto es que Italia, España y otros países tuvieron finalmente que adoptar medidas similares a las de China, pero mucho más tarde, cuando ya tenían más de 4.000 o 5.000 casos confirmados. A la fecha, Italia tiene 1.016 fallecidos, España 122, Francia 66, y probablemente las cifras aumenten (China registra 3.180).
En América Latina, nuestras condiciones sanitarias son muy malas. La ventaja es que podemos aprender de los demás: en varios de nuestros países estamos tomando medidas intermedias (prohibición de vuelos desde ciertos países, de actividades públicas masivas, postergación de actividades en colegios y universidades, etc.), cuando tenemos casos contados por decenas, no por miles. Si somos responsables y disciplinados, podríamos pasar por esta crisis con costos menores, en vidas y en perjuicios económicos. Tarea para todos.
“El Comercio”, 14 de marzo del 2020
Coronavirus y respuestas de política (2)
Martín Tanaka
Analizar cómo responden los Estados al desafío de la pandemia en curso resulta bastante instructivo. Tres grandes factores ayudan a entender las reacciones y sus resultados: la capacidad estatal, la autonomía gubernamental, y también, las orientaciones particulares de los presidentes.
China, donde inició el brote, es una nación con una capacidad estatal alta, que tomó decisiones muy duras con mucha autonomía, con autoridades políticas que se alinearon en privilegiar el interés común. Claro que les tocó tomar decisiones en un contexto de muy alta incertidumbre y desconocimiento; los demás países hemos tenido la ventaja de poder aprender de ellos. Cerca de China, en Taiwán, Singapur, Hong Kong, Japón o Corea se desarrollaron respuestas duras y eficaces basadas en la experiencia china, y en sus propias experiencias con epidemias previas como el SARS. Europa podría haberse beneficiado de esa experiencia, pero al parecer primó entre las élites la percepción de que la realidad asiática sería muy diferente de la europea, o que los costos de medidas de aislamiento drásticas serían excesivos para la economía e inaceptables por la población. Precisamente, confiar en sus capacidades estatales habría llevado a pensar que medidas de contención específicas centradas en los infectados y la población vulnerable bastarían; pero el número de muertos aumenta en Italia (superó de largo a China), España, Francia y el Reino Unido, y la perspectiva que se anuncia es que a la larga todos tendrán que implementar medidas de aislamiento radicales.
Esto sugiere que no solo la capacidad estatal cuenta: también la autonomía de las élites respecto de intereses económicos. Dentro del vecindario, por ejemplo, resulta ilustrativa la demora en Chile con Piñera para tomar medidas más drásticas de aislamiento social resulta ilustrativa; Argentina, por el contrario, bajo un gobierno peronista, se presenta como privilegiando el interés público por sobre el interés de los privados. Lo interesante es que el Perú con Martín Vizcarra se anticipó en buena medida a lo que otros países de la región están haciendo. Finalmente, también cuentan los presidentes: Trump en los Estados Unidos, Johnson en el Reino Unido, Bolsonaro en Brasil, López Obrador en México, Ortega en Nicaragua, muestran lo desafortunado que resulta tener a la cabeza del gobierno a personajes que no toman en serio las opiniones de los expertos, que están convencidos de ideas extravagantes, formados en actitudes prepotentes y personalistas.
En nuestro país, hemos visto a un presidente y a un gobierno que si bien nunca mostraron un rumbo claro, sí han confirmado que saben reaccionar con firmeza, en la dirección correcta, en situaciones de crisis; que han demostrado autonomía para privilegiar el interés público sobre el interés privado. Y un Estado que, en medio de todas sus dificultades, es capaz de implementar las duras decisiones que toma, de altísima complejidad. Como Estado, en medio de todo, hemos mejorado en los últimos años.
“El Comercio”, 21 de marzo del 2020
¿Regreso al Medioevo?
Mario Vargas Llosa
El coronavirus comienza a hacer estragos en España. O, mejor dicho, el espanto que causa ese virus proveniente de China ocupa todos los noticiarios y radios y periódicos, se cierran colegios y universidades, bibliotecas y teatros, se paralizan las Fallas de Valencia, se cancelan los plenos de las Cortes, los eventos deportivos se celebrarán sin público, pese a que los distribuidores dicen que habrá provisiones se ven semivacías las estanterías de los supermercados, lo que indica que la gente se carga de productos de primera necesidad para lo que entiende será un largo encierro, y, por supuesto, en las conversaciones privadas no se habla de otra cosa.
Todo esto, en términos prácticos, es muy exagerado, pero no hay nada que hacer: España tiene miedo y los gobiernos, el nacional y las autonomías, salen al frente de la pavorosa enfermedad con medidas cada vez más estrictas que, de una manera general, los españoles aprueban e, incluso, exigen que sean más extensas e intensas. Es por gusto que las estadísticas oficiales digan que, hasta el día de hoy, 11 de marzo, hay apenas 47 muertes por culpa de la pandemia y que, por ejemplo, la simple gripe es más asesina que ella pues causa por lo menos seiscientas muertes anuales, y que son muchos más los que se recuperan del coronavirus que los que perecen por culpa de él, que España tiene uno de los sistemas de salud mejores en el mundo –por encima de la media europea– y que el trabajo que vienen realizando los médicos y sanitarios en todo el país es eficiente y está a la altura del desafío, etcétera.
Jamás las estadísticas han sido capaces de tranquilizar a una sociedad roída por el pánico y ésta es una buena ocasión de comprobarlo. En medio de la civilización ha reaparecido la Edad Media, lo que significa que muchas cosas han cambiado desde entonces, pero muchas otras no. Por ejemplo: el miedo a la peste. Y, a propósito, la literatura tiene un renacer inevitable en esos períodos de miedo colectivo: cuando no entiende lo que pasa, una sociedad va a los libros a ver si ellos se lo explican. La peor novela de Albert Camus, La Peste, tiene un súbito renacimiento y tanto en Francia como en España se hacen reediciones y ese libro mediocre se ha convertido en un best seller.
Nadie parece advertir que nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es. Por lo menos un médico prestigioso, y acaso fueran varios, detectó este virus con mucha anticipación y, en vez de tomar las medidas correspondientes, el gobierno intentó ocultar la noticia, y silenció esa voz o esas voces sensatas y trató de impedir que la noticia se difundiera, como hacen todas las dictaduras. Así, como en Chernóbil, se perdió mucho tiempo en encontrar una vacuna. Sólo se reconoció la aparición de la plaga cuando ésta ya se expandía. Es bueno que ocurra esto ahora y el mundo se entere de que el verdadero progreso está lisiado siempre que no vaya acompañado de la libertad. ¿Lo entenderán de una vez esos insensatos que creen que el ejemplo de China, es decir, el mercado libre con una dictadura política, es un buen modelo para el tercer mundo? No hay tal cosa: lo ocurrido con el coronavirus debería abrir los ojos de los ciegos.
La peste ha sido a lo largo de la historia una de las peores pesadillas de la humanidad. Sobre todo en la Edad Media. Era lo que desesperaba y enloquecía a nuestros viejos ancestros. Encerrados detrás de las recias murallas que habían erigido para sus ciudades, defendidos por fosos llenos de aguas envenenadas y puentes levadizos, no temían tanto a esos enemigos tangibles contra los que podían defenderse de igual a igual, enfrentarlos con espadas, cuchillos y lanzas. Pero la peste no era humana, era obra de los demonios, un castigo de Dios que caía sobre la masa ciudadana y golpeaba por igual a pecadores e inocentes, contra la que no había nada que hacer, salvo rezar y arrepentirse de los pecados cometidos. La muerte estaba allí, todopoderosa, y después de ella las llamas eternas del infierno. La irracionalidad estallaba por doquier y había ciudades que trataban de aplacar a la plaga infernal ofreciéndole sacrificios humanos, de brujas, brujos, incrédulos, pecadores sin arrepentir, insumisos y rebeldes. Cuando Flaubert viajó a Egipto, todavía vio leprosos que recorrían las calles tocando campanas para advertir a la gente que se apartara si no quería ver (y contagiarse) de sus llagas purulentas.
Por eso casi no aparece la peste en las novelas de caballerías que son otro aspecto, más positivo, del Medioevo: en ellas hay proezas físicas extraordinarias, el Tirant lo Blanc derrota él solo a gigantescos ejércitos. Pero los adversarios de los caballeros andantes son seres humanos, no diablos, y lo que el hombre medieval teme son los diablos, esos demonios que escondidos en el corazón de las epidemias golpean y matan sin discriminar a culpables e inocentes.
Ese viejo terror no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilización. Todo el mundo sabe que, como ocurrió con el SIDA o con el Ébola, el coronavirus será una pandemia pasajera, que los científicos de los países más avanzados encontrarán pronto una vacuna para defendernos contra ella y que todo esto terminará y será, dentro de algún tiempo, una noticia mustia que apenas recordarán las gentes.
Lo que no pasará es el miedo a la muerte, al más allá, que es lo que anida en el corazón de estos terrores colectivos que son el temor a las pestes. La religión aplaca ese miedo pero nunca lo extingue, siempre queda, en el fondo de los creyentes, ese malestar que se agiganta a veces y se convierte en miedo pánico, de qué habrá una vez que se cruce aquel umbral que separa la vida de lo que hay más allá de ella: ¿la extinción total y para siempre?, ¿esa fabulosa división entre el cielo para los buenos y el infierno para los malvados de un dios juguetón que pronostican las religiones?, ¿alguna otra forma de supervivencia que no han sido capaces de advertir los sabios, los filósofos, los teólogos, los científicos? La peste saca de pronto a estas preguntas, que en la vida cotidiana normal están confinadas en las profundidades de la personalidad humana, al momento presente, y hombres y mujeres deben responder a ellas, asumiendo su condición de seres pasajeros. Para todos nosotros es difícil aceptar que todo lo hermoso que tiene la vida, la aventura permanente que ella es o podría ser, es obra exclusiva de la muerte, de saber que en algún momento esta vida tendrá punto final. Que si la muerte no existiera la vida sería infinitamente aburrida, sin aventura ni misterio, una repetición cacofónica de experiencias hasta la saciedad más truculenta y estúpida. Que es gracias a la muerte que existen el amor, el deseo, la fantasía, las artes, la ciencia, los libros, la cultura, es decir, todas aquellas cosas que hacen la vida llevadera, impredecible y excitante. La razón nos lo explica pero la sinrazón que también nos habita nos impide aceptarlo. El terror a la peste es, simplemente, el miedo a la muerte que nos acompañará siempre como una sombra.
Que si la muerte no existiera la vida sería infinitamente aburrida, sin aventura ni misterio, una repetición cacofónica de experiencias hasta la saciedad más truculenta y estúpida”.
“La República”, 15 de marzo del 2020
Discurso del Presidente de la República
Queridos compatriotas:
Durante estos dos años de Gobierno, los peruanos y peruanas hemos afrontado diversas dificultades que han puesto a prueba nuestra capacidad, nuestra fortaleza y nuestro compromiso con la Patria.
Asumimos las riendas del país en medio de una grave crisis política e institucional. Los altos niveles de corrupción, el descrédito de las instituciones y la pérdida de confianza, demandaban acciones firmes y decididas, sin las cuales no hubiera sido posible continuar. Pero lo hicimos juntos.
A pesar que, en su momento, muchas de estas decisiones fueron consideradas como extremas, resultaron necesarias para sacar adelante al país.
Asumí el cargo de presidente de la República por una responsabilidad con el Perú. Y en cada uno de los problemas que afrontamos, siempre hemos tomado la mejor decisión, pensando en el bienestar de todos.
Por ello, me dirijo a ustedes esta noche, acompañado del pleno del Consejo de Ministros, de los representantes de la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales y de la Asociación de Municipalidades del Perú, en una circunstancia difícil, como muchas que nos ha tocado vivir a lo largo de nuestra historia.
En los últimos días, el COVID-19 se ha extendido a diversos países del mundo, lo que ha llevado a la Organización Mundial de la Salud a declarar como una pandemia, y a distintas naciones a adoptar medidas extremas para frenar el avance de esta enfermedad.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, existen alrededor de 160 000 casos de contagio de coronavirus en más de 140 países del mundo. La cifra de fallecidos es de más de 6 400 personas. En el Perú, a la fecha, tenemos 71 casos, la mayoría de los cuales son ciudadanos que estuvieron en Europa.
Pero, hay personas que han contraído la enfermedad dentro del territorio, es decir, tuvieron contacto con los afectados. Frente a esta situación, mi Gobierno viene adoptando un conjunto de medidas para hacer frente al coronavirus, con la clara convicción de que la salud y la integridad de los peruanos están por encima de todo y deben ser preservadas de la mejor forma posible.
Estamos ante el riesgo de que este virus pueda extenderse en nuestro territorio, lo que haría más difícil aún enfrentarlo.
Por ello, luego de hacer una evaluación seria y responsable, y sostener reuniones de coordinación con ministros y autoridades de los tres niveles de Gobierno, hemos aprobado en el Consejo de Ministros y de manera unánime, un Decreto Supremo que declara el Estado de emergencia nacional por las graves circunstancias que afectan la vida de la Nación a consecuencia del coronavirus.
Esta medida, que tendrá una vigencia de 15 días calendario, implica el aislamiento social obligatorio de nuestra población.
Durante este periodo, garantizamos el abastecimiento de alimentos, medicinas, así como la continuidad de los servicios de agua, saneamiento, energía eléctrica, gas, combustible, telecomunicaciones, limpieza, recojo de residuos sólidos, servicios funerarios y otros.
La Policía Nacional y las Fuerzas Armadas adoptarán las medidas para garantizar los servicios públicos.
Durante el Estado de Emergencia, quedan restringidos el ejercicio de los derechos constitucionales relativos a la libertad y la seguridad personales, la inviolabilidad del domicilio, y la libertad de reunión y de tránsito en el territorio nacional.
Se establece que las personas únicamente pueden circular por las vías de uso público para la prestación y acceso a servicios y bienes esenciales como:
a) Adquisición, producción y abastecimiento de alimentos, lo que incluye su almacenamiento y distribución para la venta al público.
b) Adquisición, producción y abastecimiento de productos farmacéuticos y de primera necesidad.
c) Asistencia a centros, servicios y establecimientos de salud, así como centros de diagnóstico, en casos de emergencias.
d) Retorno al lugar de residencia habitual.
e) Asistencia y cuidado a personas adultas mayores, niñas, niños, adolescentes, dependientes, personas con discapacidad o personas en situación de vulnerabilidad.
f) Entidades financieras, seguros y pensiones, así como los servicios complementarios y conexos que garanticen su adecuado funcionamiento.
g) Producción, almacenamiento, transporte, distribución y venta de combustible.
h) Medios de comunicación y centrales de atención telefónica.
Durante el Estado de emergencia, se dispone el cierre total de las fronteras, en virtud de lo cual queda suspendido el transporte internacional de pasajeros, por medio terrestre, aéreo, marítimo y fluvial. El transporte de carga y mercancía no se encuentra comprendido en ello.
Quiero enfatizar, una vez más, que estas medidas de ninguna manera contemplan el cierre de establecimientos comerciales de productos de primera necesidad, farmacias o bancos, que continuarán funcionando y estarán permanentemente abastecidos.
En ese sentido, contamos con el esfuerzo del sector empresarial que se ha comprometido a garantizar la cadena de producción y distribución de alimentos, productos de limpieza e higiene personal en todo el país. Como Estado, facilitaremos los procesos logísticos correspondientes.
Debemos actuar con serenidad, responsabilidad y solidaridad, pensando siempre en el bienestar general.
A fin de permitir el cumplimiento del aislamiento social obligatorio, estamos adoptando una serie de medidas, como la realización de la toma de muestras a domicilio a las personas que presenten sintomatología de coronavirus; lo cual irá
acompañado del fortalecimiento de la central telefónica de la Línea 113 y mayores recursos para el manejo y tratamiento de residuos municipales y biocontaminados. También, se faculta a los empleadores del sector público y privado a modificar el lugar de la prestación de los servicios de todos sus trabajadores, utilizando medios o mecanismos que lo posibiliten.
Esta es una circunstancia en que nuestro personal de salud cumple un rol fundamental y como Estado tenemos la obligación de reconocer. Por ello, estamos autorizando, de manera excepcional, el otorgamiento de una bonificación extraordinaria para el personal de salud y personal contratado que preste servicios de alerta y respuesta en las Unidades de Cuidados Intensivos, Hospitalización o aquellos que realicen vigilancia epidemiológica y las visitas domiciliarias a los pacientes que reciben atención ambulatoria.
De igual manera, se otorgará un Bono extraordinario por labor efectiva del personal asistencial del Seguro Social de Salud.
El Gobierno es consciente que la medida extrema que hemos dispuesto hoy pone a muchas familias en una situación compleja, pero estamos y estaremos aquí para ayudarlas a sobrellevar.
Tenemos el deber y la obligación de proteger, en especial, a las personas más vulnerables, como son nuestros adultos mayores. Lo debemos hacer en los hogares y en todo el país. Para ello, estamos autorizando una transferencia de 40 millones de soles a favor del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, para la organización y desarrollo de una Red de Soporte para el Adulto Mayor con Alto Riesgo y la Persona con Discapacidad Severa.
En ese sentido, los Ministerios de Salud y de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, así como los gobiernos regionales y locales, también contarán con los recursos para financiar el desarrollo de un servicio de visitas domiciliarias y seguimiento nominal en sus respectivas jurisdicciones.
El Gobierno, además de atender el problema de salud, asume el compromiso de ayudar y acompañar a las familias más vulnerables. Por ello nos aseguramos de que podamos todos pasar con éxito este duro periodo. El Ejecutivo entregará recursos, de manera excepcional, a las familias más necesitadas para que puedan acatar la medida.
Informaremos en los próximos días el procedimiento de acceso a la ayuda del Estado.
Queridos compatriotas:
Hace tan solo 9 días anunciamos el primer caso de infección por coronavirus en el Perú. Hoy existen 71. La adopción de estas medidas no significa que dejarán de aumentar el número de afectados, pero tenemos que tomar la decisión para que, en este periodo de 15 días, comiencen a disminuir los casos. Si no tomamos estas medidas, el ascenso sería constante y permanente.
Por ello, ratifico que esta es una circunstancia que requiere de decisiones urgentes y extremas, por más difíciles que sean, pero absolutamente necesarias.
Las medidas que anunciamos hoy traerán dificultades, somos conscientes de ello. Pero tengan por seguro que, de no tomarlas, las consecuencias serían peores para todos.
Sabemos que los efectos de esta medida van a ser difíciles de lidiarlas, pero deben tener la seguridad de que la hemos tomado porque es lo mejor para cada peruana y peruano.
Como Gobierno y como Estado seguimos desplegando todas nuestras capacidades humanas, materiales y presupuestales para afrontar esta emergencia. Lo he dicho y hoy lo repito: no escatimaremos ningún esfuerzo porque la salud es el bien más preciado que tenemos todos.
Estamos seguros que lograremos superar esta circunstancia difícil y pronto reiniciaremos el crecimiento del país, y retomaremos el rumbo de desarrollo y progreso de nuestra Patria.
Muchas gracias y buenas noches.
Declaración del Estado de Emergencia Nacional (Decreto Supremo N° 044-2020-PCM)
¿Gripe, resfriado o coronavirus? Conoce cuáles son las diferencias
La expansión de la pandemia de coronavirus ha generado una creciente ola de desinformación respecto a esta enfermedad que podrían llevar a que la población no actúe oportunamente ante la presencia de este virus.
Ante esta situación es importante conocer los síntomas que la caracterizan y distinguirlos de los de otras enfermedades con similares características.
Al igual que el Covid-19, la gripe y el resfriado se pueden transmitir a través de gotitas o partículas acuosas que se quedan en el ambiente al toser o estornudar. Sin embargo, existen detalles que no hay que ignorar.
Coronavirus
Según el Ministerio de Salud, el nuevo coronavirus (Covid-19) es una cepa no identificada previamente en humanos, que se propaga si mantienes contacto físico con una persona infectada.
Una vez que contraes el virus, los síntomas son, según la Organización Mundial de la Salud (OMS): fiebre, cansancio y tos seca. No obstante, algunos pacientes pueden presentar dolores, congestión nasal, rinorrea, dolor de garganta o diarrea. Estos síntomas suelen ser leves y aparecen de forma gradual aunque también existe la posibilidad de que algunas personas se infecten pero no desarrollen ningún síntoma.
Es importante observar la presencia de estos si has viajado a un país con transmisión comunitaria del COVID-19 o has tenido contacto con un caso confirmado y presentas los síntomas.
Gripe
El coronavirus y la gripe comparten síntomas como la fiebre, estornudos y malestar general, pero a ellos se les suma la tos con flema, congestión nasal y el dolor de garganta. Este último muy característico cuando se trata de esta enfermedad.
Resfriado
En el caso de los resfriados, la sintomatología es más leve, aquí no suelen presentar fiebre ni dolor de garganta como en los casos anteriores pero se manifiesta con estornudos, congestión nasal. El moqueo o la nariz taponada son sensaciones frecuentes durante el resfriado.
El malestar general es leve y la tos con flema, en tanto, no ocurre en todos los casos de resfrío.
Alergias
Un gran número de la población padecen de alergias que desencadenan respuestas sintomáticas similares a las enfermedades antes expuestas aunque cabe precisar que, a diferencia de una gripe o del Covid- 19, estos difieren en el tiempo de duración en el que se manifiestan.
En el caso de las alergias, estas se manifiestan en estornudos y dolor de garganta como en el coronavirus, pero la tos es rara en estos casos. La fiebre y el malestar general tampoco son comunes durante la aparición de alergias.
En todos los casos antes mencionados es importante tener el debido cuidado y, ante la menor duda, lo recomendable es acudir a las autoridades de Saludpara conocer un diagnóstico exacto.
Es importante precisar, además, que la mayoría de las personas (alrededor del 80%) con coronavirus se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial.
Sin embargo, 1 de cada 6 personas que contraen este virus desarrolla una enfermedad grave y tiene dificultad para respirar. Este es el caso personas mayores y las que padecen afecciones médicas subyacentes, como hipertensión arterial, problemas cardíacos o diabetes, quienes tienen más probabilidades de desarrollar una enfermedad grave.
Respecto a la mortalidad, cabe precisar que solo el 2% de las personas que han contraído la enfermedad han muerto.
Recomendaciones
- Lávate las manos frecuentemente con agua y jabón (mínimo 20 segundos).
- Lávate las manos antes de tocarte los ojos, nariz o boca.
- Al estornudar o toser, cúbrete la nariz y boca con el antebrazo o pañuelo (desechable).
- Evita el contacto directo con personas con problemas respiratorios.
“Perú 21”, 15 de marzo del 2020
Coronavirus: una respuesta medieval
Farid Kahhat
La epidemia ocasionada por una variante del coronavirus, el COVID-19, constituye un ‘shock’ externo. Es decir, un impacto adverso cuya ocurrencia y consecuencias son difíciles de prever. Un ‘shock’ externo puede ser de demanda o de oferta.
La disminución en las compras de pasajes aéreos o de paquetes turísticos es un ejemplo del efecto de la epidemia sobre la demanda. En ese caso, las políticas que suelen adoptarse ante circunstancias similares (por ejemplo, durante una recesión) pueden paliar ese efecto. Hablamos de decisiones como la reducción de la tasa de interés de referencia por parte de la Reserva Federal de EE.UU. o que la Unión Europea autorice a sus estados miembros a superar el límite de déficit fiscal.
Existen, sin embargo, dos problemas con esas políticas. El primero es que no hay un margen de acción tan amplio como el que tenían las economías nacionales antes de la gran recesión del 2008: las tasas de interés son bastante menores y los niveles de déficit fiscal y deuda pública bastante mayores que los que existían entonces. El segundo es que políticas fiscales expansivas no resuelven el ‘shock’ externo de oferta ocasionado por la epidemia. Las fábricas en China o Italia que abastecen cadenas de suministro internacionales no cerraron por ausencia de demanda, sino por políticas que, como las cuarentenas, buscan contener la propagación del virus.
En general, las políticas públicas que buscan detener la epidemia son las únicas que podrían lidiar eficazmente con el ‘shock’ de oferta que esta ocasiona. Por eso, es preocupante el retorno a prácticas medievales que implican algunas declaraciones del presidente Trump. No es que todo lo que se hacía frente a las epidemias durante el medioevo estuviera mal: las cuarentenas, por ejemplo, son una práctica que sigue siendo útil. Pero negar la veracidad de la información que la comunidad científica provee sobre la epidemia sí constituye un problema.
En una entrevista con Fox News, Trump negó con base en “una corazonada”, la tasa de mortalidad mundial de 3,4% que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), produce el COVID-19. Añadió que, en realidad, debía ser “bastante menor al 1%”. Es cierto que el cálculo varía de acuerdo a la proporción que los casos identificados representan del total de casos, pero el punto es que Trump no apeló a ningún cálculo alternativo para contradecir el reporte de la OMS del 3 de marzo.
Trump también sostuvo que estábamos muy cerca de tener una vacuna, solo para ser desmentido al instante por el jefe del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, quien dijo que poner a disposición del público una vacuna podría tomar hasta 18 meses.
Sería preocupante que estuviéramos ante errores derivados únicamente de un desconocimiento de la información. Pero hay razones para pensar que hay motivaciones políticas detrás de esos errores. Al igual que cuando niega el cambio climático, una razón por la que Trump no acepta los hechos es que estos son políticamente inconvenientes. Tendría que admitir, por ejemplo, que una cobertura de salud universal facilitaría la identificación y el tratamiento de los pacientes, cosa que se dificulta cuando 30 millones carecen de seguro médico y parte de los que tienen seguro deben abonar montos elevados por deducibles y copagos.
¿Qué es el coronavirus?
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).
El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.
El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.
Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.
Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.
“El Comercio”, 15 de marzo del 2020
Un síntoma llamado COVID-19
Nelson Manrique
¿Hay alguna relación entre la pandemia de coronavirus que ahora aflige al planeta, la destrucción del medio ambiente y la extinción masiva de especies que ha propiciado la acción depredadora del hombre? La historia de la humanidad está jalonada de grandes pandemias. La peste negra, que asoló Europa entre los años 1348 y 1353, acabó con la tercera parte de la población. La gripe española de 1918 se estima que mató entre 50 y 100 millones.
Aparentemente los avances científico tecnológicos debieran permitirnos dejar atrás a las plagas. Pero la presente pandemia nos recuerda que las pestes seguirán acompañándonos y es importante tratar de entender por qué.
La existencia de la humanidad ocupa apenas 150 mil de los 3,000 millones de años que tiene la vida en la Tierra. El planeta es un gran sistema cibernético que se autorregula por retroalimentación y en él la vida está organizada como una pirámide trófica, en que los pequeños roedores que ocupan la base se alimentan de las hierbas y sirven de alimento a pequeños predadores, que a su vez son comidos por otros más grandes, hasta la cúspide de la pirámide, ocupada por los grandes predadores: aquellos que se alimentan de los demás animales sin ser a su vez presa de ninguno: leones, tigres, osos, tiburones y, por encima de todos, la especie depredadora más exitosa, los seres humanos.
Hace 10,000 años los humanos que habitaban el planeta no pasaban de algunos centenares de miles y los grandes predadores regulaban su número. Pero con el descubrimiento de la agricultura la humanidad dejó de depender de lo que la Naturaleza le brindaba. Los humanos gradualmente empezaron a producir más de lo que consumían y el excedente que así se produjo permitió con el tiempo la aparición de la civilización, las ciudades, las clases sociales y todo ese proceso imparable que nos ha llevado hasta el desarrollo presente. En el camino crecimos desde unos cientos de miles hace 10,000 años hasta los 7,800 millones de habitantes de hoy. Y fuimos destruyendo todos y cada uno de los equilibrios que aseguraban la viabilidad del sistema de la vida.
La Naturaleza trata de restablecer el equilibrio perdido controlando el crecimiento de la población humana. Ya no hay grandes predadores que nos amenacen, más bien los hemos llevado al borde de la extinción.
Ahí entran los virus: cada pandemia es un intento de la Naturaleza de recuperar el equilibrio perdido. La especie humana se ha mostrado como la más nociva para la supervivencia de la vida en la Tierra, y la lógica neoliberal de las últimas décadas ha llevado la depredación destructiva del planeta hasta sus últimos límites. La estupidez, la codicia y la inconsciencia siguen imperando. Esta semana cazadores furtivos asesinaron a la última jirafa blanca y su cría.
Seguramente derrotaremos al Covid-19. Parece imponerse algo de sensatez y es de esperar que las medidas que se están tomando permitan reducir los daños. Pero la destrucción del equilibrio de la tierra por los humanos prosigue y para la Naturaleza esto tiene que detenerse de alguna manera.
Es útil recordar que nosotros no somos imprescindibles para la Naturaleza: si desapareciera la especie humana en apenas unos cientos de años toda la huella suya desaparecería y aquella proseguiría su proceso sin grandes perturbaciones. O reorientamos nuestra forma de vivir o seremos una simple anécdota olvidada por quienes hereden el planeta, esperemos que con más sabiduría.
“La República”, 17 de marzo del 2020
Así es como el coronavirus destruirá la economía
Ruchir Sharma
Aunque la Reserva Federal (FED) actuó durante el fin de semana para reducir las tasas y comprar bonos del Tesoro, los mercados de todo el mundo cayeron el domingo. El coronavirus amenaza con causar un contagio financiero en una economía mundial con vulnerabilidades diferentes a las del 2008.
El mundo ahora está tan o más endeudado que como lo estaba cuando llegó la última gran crisis. Pero los grupos de deuda más grandes y más riesgosos han cambiado, desde hogares y bancos en Estados Unidos hasta corporaciones de todo el mundo.
A medida que las empresas se enfrentan a la perspectiva de una interrupción repentina de sus flujos de efectivo, los más expuestos son una generación relativamente nueva de empresas que ya luchan por pagar sus préstamos. Esta clase incluye a los ‘zombis’: compañías que ganan muy poco, incluso para hacer pagos de intereses sobre su deuda, y sobreviven solo emitiendo nuevas deudas.
La realidad distópica de aeropuertos desiertos, trenes vacíos y restaurantes poco ocupados ya está perjudicando gravemente la actividad económica. Cuanto más dure la pandemia, mayor será el riesgo de que la fuerte recesión se transforme en una crisis financiera con compañías ‘zombis’ que inician una cadena de impagos al igual que las hipotecas de alto riesgo en el 2008.
Los bancos centrales de todo el mundo están despertando a la perspectiva de que la crisis de efectivo puede generar una crisis financiera como en el 2008. Por eso la Reserva Federal tomó medidas agresivas de alivio el domingo. Si bien no está claro si las acciones de la FED serán suficientes para evitar que los mercados sigan en pánico, vale la pena preguntarse: ¿por qué el sistema financiero se siente tan vulnerable nuevamente?
El nivel de deuda en el sector corporativo de Estados Unidos asciende al 75% del producto interno bruto del país, rompiendo el récord establecido en el 2008. Entre las grandes empresas estadounidenses, la carga de la deuda es precariamente alta en los sectores automotor, hotelero y de transporte.
Escondidos dentro del mercado de deuda corporativa de US$16 billones hay muchos alborotadores potenciales, incluidos los ‘zombis’. Son el engendro natural de un largo período de tasas de interés bajas. Los ‘zombis’ ahora representan el 16% de todas las empresas que cotizan en bolsa en Estados Unidos y más del 10% en Europa, según el Banco de Pagos Internacionales. Una mirada a los datos revela que los ‘zombis’ son especialmente frecuentes en las industrias de productos básicos como la minería, el carbón y el petróleo, lo que puede significar trastornos para la industria del petróleo de esquisto bituminoso, que ahora es un motor de la economía estadounidense.
Los ‘zombis’ no son la única fuente potencial de problemas. Para evitar las regulaciones impuestas a las empresas públicas desde el 2008, muchas se han vuelto privadas en acuerdos que generalmente cargan a la empresa con enormes deudas.
Los signos de estrés de la deuda ahora se están multiplicando en las industrias afectadas por el coronavirus, incluidos el transporte y el ocio, el automóvil y, quizá lo peor de todo, el petróleo. Golpeado, por un lado, por temor a que el coronavirus colapsará la demanda, y, por otro, por temor a un exceso de oferta.
Cuando los mercados caen, millones de inversores se sienten menos ricos y reducen el gasto. La economía se desacelera. Cuanto más grandes sean los mercados, en relación con la economía, mayor será este “efecto riqueza” negativo. Y gracias de nuevo a las aparentemente interminables promesas de dinero fácil, los mercados nunca han sido más grandes.
Con respecto a China, si bien ya no es el centro del escenario, a medida que el virus se propaga por todo el mundo, existen temores renovados de que la crisis pueda regresar a sus costas al afectar la demanda de exportaciones.
En otras partes del mundo están creciendo los llamados para que los encargados de formular políticas ofrezcan un apoyo estatal similar al frágil sector empresarial. No importa lo que hagan los encargados de formular políticas, el resultado ahora depende del coronavirus.
Cuanto más tiempo se siga propagando el coronavirus a su ritmo actual, más probable es que los ‘zombis’ comiencen a morir, deprimiendo aún más los mercados y aumentando el riesgo de un contagio financiero más amplio.
Fracaso gubernamental masivo
Ian Vásquez
La pandemia actual está poniendo a prueba a la sociedad civil y gobiernos alrededor del mundo. Algunos países han enfrentado la crisis con éxito mientras que otros han fallado.
El coronavirus hasta ha puesto a competir distintos modelos políticos y económicos. Después de haber logrado controlar el contagio, el Partido Comunista de China, por ejemplo, declaró que es “por lejos, el partido político con la capacidad de gobernanza más fuerte en la historia de la humanidad”. Frente a la ineptitud de Italia y España de tratar de manera eficaz y temprana la enfermedad –y semejantes problemas en Estados Unidos– se ha cuestionado el modelo liberal democrático y se han criticado las fallas de mercado que supuestamente habilitan.
Pero, por varias razones, esa interpretación resulta simplista y equivocada.
En primer lugar, incluso el liberalismo clásico, con su rigurosa visión de un Estado limitado mucho más de lo que es el caso actual en Occidente, admite de un papel importante estatal en casos extraordinarios como las pandemias. Después de todo, el liberalismo se preocupa de los derechos de los individuos (entre ellos, el derecho a la vida), y ante el daño que un enfermo altamente contagioso pudiera causar a terceros, justifica tomar medidas que limiten ciertas libertades, como en otros casos de daño a terceros.
En todo caso, lo que ha estado a la vista en Occidente, lejos de fallos de mercado, ha sido la ineptitud y fracasos gubernamentales masivos. Consideremos EE.UU.
Cuando se reportó el primer caso de coronavirus en ese país, en enero, el presidente Trump salió a decir que no iba a haber una pandemia y que todo estaba “totalmente bajo control”. También frenó la entrada de extranjeros que venían de China y sugirió que eso había resuelto el problema. En febrero, continuó minimizando el problema y declaró que la situación estaba mejorando. En otras palabras, malinformó al público, cosa que sin duda ayudó a reforzar la crisis.
Incluso peor, la centralización gubernamental minó la habilidad de enfrentar esta crisis a tiempo. Desde que irrumpió el caos en enero hasta finales de febrero, el gobierno federal no permitió que los laboratorios y clínicas privadas elaboren sus propias pruebas para el virus. En vez de ello, insistió en que Centers for Disease Control and Prevention elabore el único kit aprobado a pesar de que ya existían pruebas en Alemania y Corea del Sur de que se podrían haber estado usando. Cuando desarrollaron su kit, era defectuoso. De esa manera, se atrasó una respuesta eficaz por un mes, agravando enormemente la crisis en EE.UU.
Solo después de que el mercado y el público se dieran cuenta de la ineptitud del Estado y reaccionaran de manera negativa, se empezaron a tomar medidas más agresivas como la desregulación, la cancelación de ciertos vuelos y las cuarentenas masivas voluntarias.
Nada de esto quiere decir que el modelo chino sea superior. Al contrario, la censura de la dictadura y la falta de transparencia empeoraron enormemente la situación al principio. Y otros países democráticos, como Corea del Sur y Taiwán, han controlado el contagio y reducido la mortalidad de manera exitosa sin recurrir a medidas extremas. Corea de Sur, por ejemplo, no cerró sus fronteras y ni siquiera restringió el movimiento de las personas en zonas afectadas. En su lugar, evaluó y monitoreó a los enfermos, examinó a pasajeros que llegaban al país e informó al público de la gravedad de la situación, entre otras medidas.
Hay muchos factores, como la cultura o el grado de riqueza, que influyen sobre la gravedad con la que pegará la pandemia a los diferentes países. No hay una sola receta para responder a la crisis, pero tampoco hay evidencia de que el liberalismo haya fallado, por lo que no deberíamos abandonar sus principios.
“El Comercio”, 17 de marzo del 2020
Cuarentena con consenso
Humberto Campodónico
Ya se ha dicho que el COVID-19 tiene efectos recesivos a nivel mundial, lo que ya ha llegado aquí: salida de capitales, alza del tipo de cambio y de los precios de los bienes importados, caída de los precios de nuestras principales exportaciones (minerales) y del turismo, entre otros.
También hay una caída de las expectativas de crecimiento mundial, lo que causa incertidumbre, no solo por la profundidad de la caída, sino por su duración. Los optimistas hablan de una recuperación en V: la recuperación será rápida (Trump) y nos hará olvidar el mal momento actual. No lo creemos. Esta crisis significará un fuerte paralé a la globalización de las grandes corporaciones. Ya habrá tiempo para esa discusión.
Con la cuarentena, medida radical absolutamente necesaria para la salud de la población, hoy estamos frente a una probable recesión interna: va a caer la producción y la demanda de bienes duraderos y no duraderos de todo tipo.
Habrá tiempo luego para reactivar la economía. Hoy, lo más importante es que la cuarentena tenga el necesario consenso, en primer lugar, para derrotar al COVID-19, pero también para que la población sienta y sepa que el gobierno está tomando las medidas que mantengan la calma estos 15 días (si no son más).
Esto significa poner dinero en los bolsillos de la gente. El gobierno ya ha dado pasos importantes como el otorgamiento de un bono de 380 soles para 3 millones de familias a los hogares en condición de pobreza o pobreza extrema, que llegaría a 9 millones de personas. Este bono se ha calculado con referencia a la canasta básica alimentaria, no a la canasta básica de consumo total, que son 1,400 soles. Eso debe modificarse.
Está bien que se suspenda el pago de recibos de luz y agua, lo que debería ampliarse al gas y teléfonos, celulares e Internet. Lo que no está bien es que aún no queda claro si habrá licencia con goce de haber para los asalariados formales. Se ha dicho que sí en un comunicado. No basta. Debe ser ratificado por una norma legal específica para que malos empresarios no procedan a despidos.
La cuestión de fondo es que hasta ahora no se ha tomado en cuenta de manera integral a los informales, dentro de los cuales están los independientes (5.4 millones), los trabajadores familiares no remunerados (1.7 millones) y los trabajadores del hogar (365,000). Además están muchos de los asalariados informales (cerca de 3 millones de personas), que, si bien no son todos pobres (no reciben los 380 soles), están impedidos de salir a las calles o a sus negocios para ganarse el pan de cada día.
Los recursos fiscales para atenderlo existen: hay US$ 5,900 millones en el Fondo de Estabilización Fiscal que puedan usarse para ese fin (y US$ 7,000 millones adicionales en diferentes cuentas del Estado). ¿Para qué ahorramos si no es para tiempos de crisis? Un cálculo elemental nos dice que si se le dieran 500 soles a 5 millones de personas adicionales, la cifra ascendería a S/ 2,500 millones, US$ 735 millones, cantidad perfectamente asequible pero que, lo más probable, es que tenga oposición del MEF.
Claro, hay que ver la forma técnica de asignación de estos recursos. Pero la idea básica es que la cuarentena necesita consenso popular para triunfar. Si el gobierno te dice que no puedes trabajar, te tiene que compensar con los recursos fiscales que sí existen. Si ese consenso llegara a fallar, todos tendremos problemas porque no pararíamos al COVID-19 y se instalarían el pesimismo y la desconfianza. Cae de suyo que el principal perdedor sería el gobierno. ¿Se dará cuenta antes de que sea demasiado tarde?
“La República”, 18 de marzo del 2020
Indolencia populista y de otras variedades
Javier Díaz-Albertini
Hace solo cinco días, el primer ministro británico Boris Johnson señaló: “Quiero ser honesto con el pueblo británico: muchas familias [...] perderán a sus seres queridos prematuramente”. Sin embargo, hasta el día de hoy los colegios siguen funcionando en el Reino Unido. El Gobierno está priorizando la ‘herd inmunity’ (inmunidad de rebaño), una estrategia que busca que un grupo significativo de los pobladores se infecte generando así una amplia comunidad inmune a corto plazo. Así funciona, por ejemplo, cuando la población vacunada (inmune) es mayoritaria.
En términos de la actual pandemia, significa que se privilegie a los más jóvenes sobre los adultos mayores y las poblaciones más vulnerables. La idea es que la gran mayoría de la población (los jóvenes) solo sufrirá un leve resfrío. La inmunidad de rebaño se alcanza con el 60% de la población; es decir, con cerca de 40 millones en el Reino Unido. Sin embargo, aún con una mortalidad de solo el 1% de los infectados, bajo esta táctica fallecerían 400.000 británicos.
En el fondo, Johnson está exigiendo un gran sacrificio en favor del crecimiento económico. Por ejemplo, portavoces del Gobierno Británico han anunciado que se perdería 3% del PBI si las escuelas cerraran cuatro semanas. En vez de tomar el camino más seguro, ya demostrado en varios países, Johnson está optando por una medida riesgosa que la mayoría de científicos critica.
Cuando Winston Churchill pidió al pueblo británico que sacrificaran sus vidas para enfrentar a las hordas nazi, estaba pensando en el futuro de la democracia y la libertad. Johnson, en cambio, está dispuesto a que se pierdan “seres queridos prematuramente”, pensando principalmente en las libertades económicas. El propulsor del ‘brexit’ sabe muy bien que su popularidad depende del crecimiento económico.
Al otro lado del Atlántico, otras dos autoridades populistas se han tardado semanas en embarcarse en estrategias para salvar vidas por no sacrificar el bienestar inmediato. Donald Trump declaró en enero que el virus estaba controlado y, a finales de febrero, que era una farsa orquestada por el Partido Demócrata. Recién el 13 de marzo, con miles de afectados y una creciente mortalidad, tomó medidas de gran envergadura. Se dio cuenta de que un pésimo manejo del COVID-19 pasaría factura en sus pretensiones de reelección. Y Jair Bolsonaro, presidente brasileño, ha declarado que la pandemia es una “fantasía” y una “neurosis”...
Los populistas –sean de derecha o de izquierda– no tienen capacidad de tomar medidas difíciles porque afectan su base de apoyo popular. Pero al no hacerlo a tiempo, luego deben dar un vuelco de timón y tomar medidas efectistas para borrar así los errores del pasado. Todo esto conduce a un tremendo costo personal, comunitario y nacional que pudo haber sido evitado.
Lo peor es que esta indolencia refuerza comportamientos egoístas ya presentes en el público. Para superar toda epidemia se necesita de la cooperación ciudadana construida sobre la base de la confianza, la integración y la solidaridad. Cada epidemia tiene características específicas porque atacan diferencialmente. Las epidemias de sarampión, polio y AH1N1, por ejemplo, afectaban a los de menos edad. El VIH en mayor proporción a los adultos jóvenes y el COVID-19 a los mayores o a aquellos con salud vulnerable.
Fortalecer identidades colectivas es un reto en tiempos marcados por un personalismo exacerbado que privilegia el beneficio y el placer individual. Una muestra sintomática de esto último fue la reacción de una joven entrevistada al entrar a una fiesta en tiempos de emergencia sanitaria. Ella respondió que no había ningún problema en salir a juerguear y, al preguntarle si sabía que el contagio había llegado al Perú, dijo “obviamente, pero [a] nosotros nunca”. Es decir, al diablo con los viejos, diabéticos, asmáticos, personas con cáncer... Hay momentos en los que parece que lo único colectivo es la histeria, como quedó demostrado en las compras masivas de papel higiénico.
Creo que no exagero al decir que estamos en un momento propicio para sanar también nuestra dañada identidad nacional. Probémonos a nosotros mismos y al mundo que los peruanos somos capaces de actuar en favor del bien común y de ser respetuosos de las normas. ¡Nosotros nos quedamos en casa!
Guía para el aislamiento
Daniela Meneses
¿Cómo cuidar nuestra salud mental y la de los niños a nuestro cargo en épocas de aislamiento? La pregunta no es menor, pues las reacciones a la crisis y a las necesarias medidas que ha tomado el Gobierno pueden incluir el aumento del estrés y la ansiedad, miedo, tristeza, rabia, dificultades para concentrarse o para dormir. Dadas las circunstancias excepcionales, en esta columna quiero salirme del formato usual y compartir algunos de los consejos de reputadas instituciones (la Organización Mundial de la Salud y Unicef) y ONG (Mind y Mental Health Foundation) para estos momentos:
1. Cuiden su cuerpo y acérquense a las ventanas.
Coman bien, beban agua, no olviden tomar sus medicamentos y busquen alternativas para hacer ejercicio en casa. Pero no solo eso: también preocúpense por su espacio. En la medida de lo posible, por ejemplo, pasen tiempo al lado de ventanas abiertas para tener luz y aire fresco. Si pueden, no se queden todo el día en una misma habitación.
2. Lávense las manos… pero no todo el tiempo.
Ya lo sabemos, nos tenemos que lavar las manos. Pero si sienten que este consejo está activando su obsesividad o ansiedad, compartan con sus allegados lo que están sintiendo y pídanles que no se lo recuerden todo el tiempo. Pónganle también límites al lavado de manos (20 segundos es lo recomendado).
3. Establezcan rutinas y llamadas con amigos.
Es importante ponerse un horario y saber que el trabajo termina. Y también mantener contacto virtual con personas fuera del hogar. Personalmente, ya participé en una llamada de cumpleaños (que originalmente iba a ser un almuerzo de cumpleaños) y tengo planes virtuales de comidas y almuerzos para los próximos días. Entiendo que suena extraño, pero tener momentos establecidos para socializar ayuda.
4. Manejen con cuidado la información que reciben.
Busquen fuentes confiables (básicamente, la OMS, las autoridades locales y medios serios) y limítense a ellas. Designen entre uno y dos momentos al día en los que buscarán actualizaciones de noticias sobre el coronavirus. Otra recomendación es evitar ver ‘news feeds’ o ‘timelines’ en redes sociales, y optar por entrar directamente a los perfiles de personas. Yo, por ejemplo, también he pedido en mi chat familiar que se establezcan algunas reglas sobre qué tipo de información compartir (y qué no).
5. Hablen con sus hijos.
Una de las recomendaciones más importantes es no intentar esconderles a los niños el tema (y tener en cuenta que conductas como apagar la televisión cuando entran a un cuarto pueden terminar únicamente generando más interés). Se sugiere preguntarles qué saben del coronavirus, darles la información más verídica posible de acuerdo con su edad (tomando en cuenta que si son muy chicos, quizás baste con recordarles la importancia de lavarse las manos), y limitar sobreexponerlos a cobertura sobre el virus. Hay que tener paciencia, permitirles preguntar lo mismo más de una vez, y explicarles todas las razones por las que pueden sentirse seguros (en lugar de decir solamente “todo está bien, no te preocupes”). Se recomienda crear espacios (por ejemplo a través de juegos o dibujos) para que expresen y compartan sus sentimientos.
6. Piensen en otros.
De acuerdo con la OMS, “brindar asistencia a otros en tiempo de necesidad puede ayudar a la persona recibiendo ayuda y también al que da atención”. Entiendo que es una situación económicamente difícil para muchos, pero es importante no olvidarnos de cumplir los compromisos con la gente que nos brinda servicios ocasionales y que estaba contando con nuestros pagos. Recordemos también que el aislamiento implica que muchas mujeres y niños estén encerrados en casa con sus agresores. Si saben que sus vecinos o conocidos están siendo víctimas de maltrato, por favor, llamen a la Línea 100.
“El Comercio”, 18 de marzo del 2020
El Estado en los tiempos del coronavirus
Sinesio López Jiménez
Todos los países están librando una lucha desigual contra la pandemia del coronavirus. A unos les va mejor que a otros. En el Perú el gobierno del presidente Vizcarra ha tomado decisiones audaces y radicales para ganar la batalla en la fase tres (contagio comunitario) puesto que perdió las batallas en la fase uno (control externo) y en la fase dos (control familiar) porque las medidas fueron laxas y ambiguas.
El gobierno ha decidido ahora parar y revertir en el tiempo más breve posible el contagio comunitario. Una de las formas más eficaces es obligar a que todos nos quedemos en casa. Es necesario generar el aislamiento social evitando las conglomeraciones sociales que son los espacios de contagio. Este es el sentido y el objetivo de la declaración del Estado de emergencia por quince días.
El gobierno toma decisiones audaces pero el Estado queda rezagado. No tiene las capacidades necesarias para hacer efectivas las decisiones del gobierno. ¿En qué consiste la falta de capacidades estatales? Es la carencia de un buen diseño institucional, de organizaciones eficaces, de habilidades burocráticas, de una infraestructura adecuada, de recursos necesarios y de una suficiente capacidad impositiva para desempeñar bien las diversas funciones que tiene. Así ha sido construido el Estado por las elites civiles, militares y tecnocráticas a lo largo de nuestra historia.
El gobierno ha formado un comando visible y confiable, presidido por el presidente de la República, que dirige la batalla. Analiza diariamente con los mejores especialistas la situación, evalúa las diversas alternativas de solución y asume la que le parece mejor. Estamos viendo que los médicos y el personal de salud, los policías, los militares y otros grupos burocráticos (en las ciudades donde hay contagio y donde operan las capacidades del Estado) se esfuerzan hasta el heroísmo por ganar la batalla, pero también los vemos desbordados por gente irresponsable que no quiere entender la gravedad de la pandemia. El estado no tiene la capacidad coercitiva para hacer cumplir la ley.
Si el gobierno pierde esta batalla, el Perú está perdido. Todos habremos pedido. Basta ver el mapa provincial de distribución de capacidades estatales para llegar a esta conclusión. La mayoría de las provincias del Perú tiene pocas o muy pocas capacidades estatales para poner orden, hacer cumplir la ley, garantizar la seguridad ciudadana y distribuir bienes públicos como la salud y la educación.
Alarma en Corea del Sur por rebrote del coronavirus
Roberto Ochoa
Las iglesias cristianas en Corea del Sur prometen la vida eterna, pero se han convertido en las principales responsables de las muertes producidas por el coronavirus. Y ahora son responsables de la resurrección del mal.
Cuando en todo el mundo se informaba sobre el efectivo tratamiento aplicado por el Gobierno coreano, un nuevo caso despertó la alarma en el país asiático: 46 nuevos enfermos aparecieron entre los fieles de la iglesia Grace River (“Río de la Gracia”) de Seongnam y despertaron las alarmas justo cuando el Gobierno anunciaba el control de la pandemia local.
Los nuevos casos fueron contagiados por el pastor de esta iglesia y su esposa, quienes siguieron celebrando misas pese a la prohibición. Como se sabe, Corea del Sur fue el segundo país con mayor número de pacientes del Covid-19, después de China.
Las anteriores epidemias transmitidas desde el gigante asiático generaron en Corea del Sur protocolos de reacción muy eficaces. Tan buenos que han sido replicados en países europeos gravemente afectados por la pandemia.
La agencia EFE informó que para aliviar la sobrecarga sanitaria que genera la hospitalización de pacientes con Covid-19 el Estado coreano designó 60 hospitales solo para pacientes con coronavirus o males respiratorios y otros 302 con instalaciones separadas del resto.
Además, del gobierno central, los gobiernos regionales y municipales tienen acceso a un sistema de mensajes en celulares para alertar por la aparición de brotes de infección. Los mensajes remiten a las webs de los municipios, que instan a ciudadanos a no estar muy cerca de focos detectados.
Fe que contagia
En Corea del Sur se han registrado poco más de 8.500 casos de hospitalizados, de los cuales el 60 por ciento fueron provocados por los fieles de la Iglesia de Jesús Shincheonji, Templo del Tabernáculo de Testimonio, secta millonaria que asegura tener más de 250 mil fieles y sucursales en el mundo. Su pastor, Lee Man-hee, asegura ser la “segunda venida de Cristo”.
Ahora se sabe que una de sus fieles, de 61 años, fue la “paciente cero” quien, pese a saber que estaba con el virus, asistió a su iglesia, donde le prometieron curarla con oraciones.
Hace tres semanas, cuando se lanzó un protocolo de prevención en todo el país, en esta secta continuaron celebrando ceremonias y se propagó el mal. El rechazo fue total. Por lo menos medio millón de coreanos firmaron un pedido dirigido al Gobierno para disolver estas agrupaciones religiosas.
Los expertos sanitarios coinciden en que estas iglesias son las principales responsables de los contagios por coronavirus.
Hasta hace unos días, el Gobierno coreano celebró el freno a la expansión del mal. Ahora se volvieron a lanzar los protocolos ante la aparición de medio centenar de casos en la iglesia Grace River de Seongnam.
“La República”, 19 de marzo del 2020
Tras Covid-19, las cosas no serán iguales
Augusto Álvarez Rodrich
El regreso a la “normalidad” demorará más de lo deseado.
Todos queremos que el COVID-19 se vaya rápido, y estamos dispuestos a un gran esfuerzo para lograrlo, como se demuestra en la disciplina social de la mayoría en estos días, pero el lapso para llegar a eso aún es incierto y lo más probable es que varias cosas nunca vuelvan a ser iguales.
Eso sostiene un informe de Gideon Lichfield, del MIT: “Todos queremos que las cosas vuelvan a la normalidad rápidamente. Pero lo que probablemente aún no nos hemos dado cuenta, pero pronto lo haremos, es que las cosas no volverán a la normalidad después de unas semanas, o incluso meses. Algunas cosas nunca lo harán”.
La canciller alemana Angela Merkel ve al coronavirus como el desafío más grande de su país desde la segunda guerra mundial, lo cual es una expresión de la gravedad de este virus global.
Incluyendo, por cierto, al Perú, donde el efecto será más prolongado que el previsto y, por supuesto, al de las dos semanas iniciales de las rigurosas medidas de prevención del contagio que ha puesto en marcha, con liderazgo, el presidente Martín Vizcarra.
A pesar del amplio apoyo en el Perú a las decisiones del gobierno para prevenir la expansión rápida del COVID-19, pues lo primero es la salud de la gente, y al margen de lo que al final ocurra en ese rubro, es claro que esto va producir, a pesar de las medidas para aliviar la situación de familias y empresas, un gran daño en la economía.
La economía peruana ha cerrado, al igual que la del mundo, como lo refleja la estupenda portada de la edición de ayer de The Economist, y prenderla de nuevo va a tomar tiempo, mucho más del esperado, al punto que el PBI peruano en 2020 podría tener un crecimiento nulo, de 0%.
Volver a prender la economía va a demorar, lo cual tendrá un fuerte impacto social e implicará una gran dificultad para volver a la normalidad como la conocíamos. El COVID-19 se quedará con nosotros mucho tiempo.
Preguntas en medio de la pandemia
Juan de la Puente
1.- Empequeñecidos y vulnerables por la fuerza destructiva de la pandemia del coronavirus, surgen las primeras preguntas prospectivas, como: ¿hasta cuándo durará la cuarentena? ¿A qué costo aplanaremos la curva de casos y muertes? ¿Cómo proteger a los más vulnerables? Y ¿cuánto más de Estado y de actividad privada responsable necesitamos ahora mismo para impedir una mayor afectación?
2.- Cuarentena larga. Es un consenso que la severidad del aislamiento es un punto a favor en medio de la debilidad de nuestro sistema sanitario. Por lo mismo, si se mantiene la relación entre el incremento de casos y la baja cantidad de muestras, el aislamiento se extenderá más allá del 30 de marzo. El efecto en las grandes ciudades será severo e incidirá en la pérdida de una parte del capital social.
3.- MEF y MIDIS. En un escenario de varias semanas de paralización de la economía, el Perú crecerá solo alrededor de 1% hacia abajo. Inclusive si las cuentas al final del año tienen indicadores en azul, la pérdida de bienestar será alta. La pobreza podría subir varios puntos en un escenario moderado o negativo. El Perú puede retroceder por lo menos 5 años en desarrollo humano. Ante ello, es un alivio saber que el MEF, MIDIS y MTPE están dispuestos a avanzar sin ataduras ideológicas.
4.- Se asoma una nueva generación de políticas sociales. El impacto social y económico depende de cuánto se alargue la emergencia y será medida en dos fases aún indeterminadas, la cuarentena nacional, y la mitigación y recuperación. La segunda puede ser más enmarañada que la primera; si se alarga la cuarentena será necesario asistir a cerca de 20 millones de personas, los pobres conocidos más los no pobres vulnerables que caen en la pobreza. En ese escenario, la tendencia es a la reformulación de las políticas sociales y la ampliación de la cobertura de los programas existentes.
5.- La informalidad le pasará una alta factura al país; este sector, donde se encuentra gran parte del 40% de no pobres vulnerables de acuerdo al reciente Informe del IDH del PNUD, es resistente a las medidas porque su temor al coronavirus se agrega al miedo de perder el ingreso. Lamentablemente, incluso luego de esta etapa, el sistema carece de voluntad e instrumentos para elevar la formalización, de modo que el país ingresará a un escenario de medidas de compensación rápida, como el empleo temporal, la provisión de bonos a los más pobres y políticas que incentiven el gasto directo. En este punto recomiendo ver los datos que difunde Hugo Ñopo sobre cómo se compone el ingreso de los peruanos, para ratificarnos de que en esta etapa aumentará la brecha de ingresos.
6.- Todas las agendas se han diluido. La cuestión social y la resiliencia son lo fundamental. Las agendas previstas se han licuado; la cuestión social se expresa en demandas de más Estado, seguridad y protección social. La agenda social sitúa la política un plano social. Las instituciones, como gestión y reforma, dejan de ser el “problema”. Ello modifica la agenda pública y los códigos de la sociedad (la convivencia), la política (la competencia) y el Estado (la gestión pública). En este contexto, los cambios políticos pierden centralidad e ingresan a la escena con más poder las FFAA, las grandes empresas y los municipios.
“La República”, 20 de marzo del 2020
Veamos la oportunidad
Jaime De Althaus
Lamentablemente, priorizar la economía frente a la lucha contra la pandemia no es una opción. Lo intentó Inglaterra –con la tesis de que se contagien todos para que la epidemia implosione al no tener a nadie más a quien contagiar, aislando eso sí a los ancianos– pero ya dio marcha atrás, aunque perdió mucho tiempo.
Moisés Rosas, médico y estadístico, calcula conservadoramente que 125 mil peruanos perderían la vida arrasados por el virus si permitimos que la economía funcione. En Estados Unidos, el peor escenario, calculado por el Center for Disease Control and Prevention, considera 1’700.000 muertos para fin de año. Trump desoyó los consejos y ahora sería tarde. En el Perú comenzamos quizá a tiempo. No hay alternativa a lo que se está haciendo.
La pregunta es cómo vamos a hacer para no romper la cadena de pagos y no retornar a niveles de pobreza que creíamos superados. La buena noticia es que las respuestas, si son efectivas, pueden movilizar recursos sociales y humanos que estaban dormidos y adelantar soluciones tecnológicas e institucionales. Podríamos saltar etapas.
Por ejemplo, la distribución del bono de 380 soles a 3 millones de familias sería mucho más fácil si dichas familias tuvieran Billetera Móvil (BIM). Como en la China. No tendrían que aglomerarse en los bancos para cobrar. Las familias tendrían que abrir su BIM en su celular para recibir el subsidio. Hay que hacerlo. Daríamos un salto.
Pero muchos informales o micro y pequeños empresarios no recibirán subsidio porque no son pobres. Para eso el MEF ha aprobado un fondo de 300 millones, para que las instituciones financieras presten a las mipymes a tasas accesibles para que no se rompa la cadena de pagos. Es una ocasión para profundizar la bancarización y la formalización económica, y es el momento de aprobar la ley de unificación de los regímenes tributarios en uno solo gradual y progresivo, y lo mismo con los regímenes laborales, para facilitar el crecimiento y formalización de las empresas. Otro salto.
Pero el grueso de la economía pasa por las empresas medianas y grandes (manufactura, servicios, turismo...) que deben ser solidarias con sus trabajadores y proveedores sin haber generado ingresos. Para ello, la Sunat y los bancos deben, a su vez, ser solidarios con ellas no cobrándoles, para lo que se han dictado normas facilitadoras. Pero se requerirían paquetes de alivio financiero para estas empresas también a fin de no romper la cadena de pagos ni desestabilizar a los bancos. Gracias a que hemos sido capaces de mantener las bases del modelo implantado en los años noventa, el Perú tiene ingentes reservas internacionales que nos permiten emitir deuda a tasas bajas.
La solidaridad inteligente prevendrá la desesperación y los saqueos. Requiere estrecha comunicación entre Estado, gremios y especialistas. Milagrosamente está ocurriendo. El Gobierno está funcionando. La emergencia lo está llevando a dar saltos en la digitalización del Estado tales como plataformas para servicios digitales, para trabajo remoto, analítica de datos para tomar decisiones, y soluciones digitales de colaboración.
El trabajo remoto servirá para empezar a modernizar la legislación laboral. Y la falta de agua que impide lavarse las manos, para reformar de una vez las EPS e instalar microrreservorios y nanofiltros en las escuelas. Veamos la oportunidad.
El virus y el futuro
Alonso Cueto
El día que el virus sea controlado y podamos volver a la normalidad, nuestra idea de “normalidad” será distinta. Nuestra vida de hace pocas semanas parece ahora una fantasía. Éramos tan felices, como siempre, sin saberlo. Hoy vemos películas recientes que parecen antiguas. En la pantalla, los personajes se dan la mano, asisten a fiestas, se suben a un automóvil lleno de gente. Me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que podamos volver a ver todo eso como real. Nuestras precauciones, azuzadas por el terror, seguirán rigiendo nuestras vidas aún después de la pandemia. Nos seguiremos lavando de un modo compulsivo, los frascos de alcohol se terminarán pronto, no nos besaremos ni nos daremos la mano. Durante un período seguiremos gobernados por el miedo, para bien y para mal.
Lima tiene algo de aldea en estos días. El silencio, el recogimiento y la vida doméstica son parte de la rutina. La medida acertada del Gobierno, bajo el liderazgo del presidente Martín Vizcarra, ha sido bien recibida. Otros gobiernos como el de Jair Bolsonaro, que este fin de semana prepara una fiesta por su cumpleaños (y el de su mujer, que es el día siguiente), parecen disparatados. El primer mundo no es ajeno al disparate. Líderes como Donald Trump y Boris Johnson han reaccionado tarde a las amenazas de la pandemia. Sus medidas pueden haber llegado demasiado tarde. Esta semana, “The Guardian” afirmó que Johnson será recordado, para bien o para mal, como el ministro del coronavirus.
Y todo esto ya estaba anunciado. Gracias a Felipe Ortiz de Zevallos me entero de una brillante presentación de Bill Gates en las TED Talks de hace cinco años. Gates se refería al ébola y a una próxima pandemia con síntomas de resfrío. En su charla, resumía el problema que enfrentamos hoy. Una enfermedad global que no tiene una respuesta global. Aunque se sabía que podía ocurrir, nunca se diseñó un sistema universal para enfrentarla.
Algunas novelas también lo habían advertido. “La Danza de la muerte” (1978) de Stephen King anunciaba una pandemia letal con síntomas de gripe. Influido por King, Dean Koontz publicó tres años después “Los ojos de la oscuridad”. Koontz anunciaba una pandemia parecida, pero esta vez colocaba cuál sería su ciudad de origen: Wuhan, China. En el capítulo 39 de ese libro se atribuía el origen del virus a los científicos de un laboratorio en las afueras de la hoy famosa ciudad. En la película “Contagio”, se habla de unos murciélagos en un bosque cerca de Hong Kong, expulsados de su hábitat por unos bulldozers. Exilados a un árbol de plátanos, los murciélagos comen una fruta que cae sobre un chiquero. Un cerdo devora el plátano. Luego el animal es cocinado por un chef que se limpia las manos en su delantal antes de darle la mano a la protagonista Beth. Finalmente Beth (la actriz Gwyneth Paltrow) vuelve a Los Ángeles infectada del virus.
No hicimos caso de las advertencias reales de Bill Gates, ni de las imaginarias de los escritores o los cineastas. ¿Por qué? Porque algunos líderes del primer mundo estaban convencidos de su grandeza. Porque vivimos en una época obsesionada con las gratificaciones del presente. Por intereses económicos, hemos perturbado las zonas naturales de animales como el murciélago y nos hemos integrado a los virus que porta. Hace años vivimos descuidando el medio ambiente. Es como si la naturaleza le recordara sus faltas a la sociedad. La crisis nos ha obligado a dejar de vivir a toda prisa y a examinar nuestras fallas. Esta época terrible podría ser significativa si despierta mucha autocrítica y alguna esperanza.
COVID-19: Nunca seremos los mismos
Pedro Tenorio
Hasta ayer (hablando figurativamente), se trataba de crecer. Hoy (hablando realistamente), se trata de sobrevivir. Nuestro país se asoma a un año muy crítico, superior a todo lo que nos tocó enfrentar con El Niño costero en el verano del 2017. Esta vez la economía y la sociedad peruana no volverán a ser las mismas. La emergencia del coronavirus ha desnudado dramáticamente nuestras carencias y defectos, los mismos que deberemos corregir a un costo sin precedentes. ¿Exagero? Para nada: vean las reacciones en España, Francia o Chile, por citar tres ejemplos. ¿Tendremos aquí la voluntad y paciencia necesarias para afrontar lo que viene a futuro?
Esa va a ser la prueba de fuego del presidente Martín Vizcarra y su gobierno. La forma como lidere al Perú en estas semanas y meses marcará el derrotero de su administración mucho más de lo que lo hizo el cierre del Congreso (su decisión más aplaudida por la población). El COVID-19 llegó para cambiar por completo el escenario político: Ejecutivo y partidos políticos –sean o no de oposición– afrontarán una prueba de fuego. En el camino, habrá muchas decisiones difíciles pero necesarias para evitar el colapso económico y sostener a millones de peruanos cuya condición de subsistencia los hace vulnerables. Vizcarra anunció un ‘bono’ (S/380) para tres millones de familias, pero ese solo será el comienzo. Los expertos formularán las alternativas más eficientes, pero el costo lo pagaremos entre todos. En este Diario, el economista Roberto Abusada estimaba ayer “una contracción económica de entre -1% y -4%” para este año. Podría ser mayor y debemos estar preparados.
Lo que sí estamos obligados a cambiar como sociedad son ciertos patrones culturales que nos hacen daño: la falta de empatía y solidaridad (personas pudientes arrasando con los comestibles sin pensar en los demás, pudiendo realizar una compra razonable y progresiva que alcance a todos). Súmese a ello la informalidad que, en sus distintos niveles, mantiene en una situación precaria los ingresos y la estabilidad económica de millones de familias que viven al día y adolecen por tanto de servicios esenciales de calidad (agua, desagüe y mejores prestaciones de salud preventiva).
Sin embargo, para tener un mejor Estado y conseguir que sea más eficiente, deberemos contar con importantes ingresos. Y no solo eso, sino garantizar que los que se obtengan sean bien invertidos ¡y sin corrupción! ¿Cuál será el papel del nuevo Congreso? ¿Formulará propuestas relevantes, se comprará el pleito o adelantará la campaña electoral del 2021 con demagogia y populismo? Son definiciones clave a las que acudiremos en los próximos días.
Tiempos de pánico y pandemia
Natalia Sobrevilla Perea
Las epidemias han sido parte de la experiencia humana desde sus inicios. A través del tiempo aprendimos a vivir con ellas y durante siglos de prueba, error y desarrollo científico hemos logrado controlar muchas. En el Medioevo se vivió la peste negra. Los españoles trajeron a América la viruela y la gripe que diezmaron la población incluso antes de que ellos llegaran, facilitando la conquista. Con el tiempo, las sociedades desarrollaron métodos para combatirlas: cuarentenas, vacunas, medicinas, sanidad pública. Hasta bastante entrado el siglo XX, muchas enfermedades que ahora nos parecen lejanas eran recurrentes. Gracias al desarrollo y el bienestar, muchos pudieron olvidar que las epidemias nunca se habían ido. El ébola, el dengue, la malaria y la tuberculosis siguen existiendo, pero están determinados por la pobreza, invisibles para quienes no los padecen porque tienen los recursos para protegerse.
El COVID-19 nos ha venido a demostrar que pueden aparecer epidemias ante las cuales no tenemos ni defensas ni medicinas ni vacunas, ante las cuales todos estamos igualmente expuestos. Este escenario no es nuevo: la gripe aviar, la porcina, entre otras, ya han pasado de los animales a las personas. Pero estos virus estuvieron confinados geográficamente y no llegaron a extenderse de la misma manera. En Singapur, Taiwán, Hong Kong y Macao aprendieron de sus errores y esto les ha servido para controlar esta epidemia. Japón y Corea del Sur, donde en algún momento se pensó serían los nuevos epicentros, han logrado un nivel de contención. En Japón, imponiendo medidas de sanidad y control social a las que sus ciudadanos respondieron con su usual respeto. En Corea la reacción fue rápida, y como la propagación inicial tuvo un epicentro específico, se facilitó el control, que fue acompañado por una política generalizada de evaluación para identificar quién portaba el virus y dar su geolocalización.
El problema principal de este virus es la facilidad con que se transmite. Las personas que todavía no tienen síntomas suelen ser las más contagiosas. De hecho, el virus puede vivir por varias horas en superficies metálicas, de cristal o plásticas; sobrevive en la ropa e incluso en el aire. Una vez que está en nuestra piel, se acomoda, y si lo tocamos y después nos llevamos los dedos a la boca o la nariz, es muy fácil infectarnos. Por eso es muy difícil detener el contagio sin distanciamiento social, y es también por eso que viaja con tanta facilidad en este mundo interconectado. Pero el jabón y el desinfectante acaban con él y por eso donde se lo ha combatido con más éxito ha sido incrementando los regímenes de limpieza, combinados con el seguimiento detenido de los casos y posibles contagios, así como la contención de las poblaciones. En cuanto a la enfermedad, muchos la contraeremos y la mayoría no sentirá demasiadas molestias. El problema está en que quienes tengan sistemas inmunológicos comprometidos u otras patologías, así como los adultos mayores tendrán un riesgo más elevado de estar entre el 20% que necesite hospitalización. Algunos necesitarán ventilación asistida, otros cuidados intensivos; es aquí donde se presenta el problema, porque como el crecimiento de la epidemia es exponencial, los médicos, los hospitales y las máquinas no se darán abasto.
Esta es la situación a la que han llegado Italia y España. Casi todos los países del mundo buscan evitar esto tomando las medidas más drásticas de contención vistas en la historia moderna. El Reino Unido, en cambio, toma por hecho que como muchos se van a infectar es mejor buscar desarrollar inmunidad, aceptando el daño colateral de muchos muertos. La pandemia deja en claro las impresionantes diferencias entre los estados, las decisiones que toman y los recursos con los que cuentan. La organización y resiliencia son fundamentales y es posible aprender de quienes han tenido más éxito. La cuarentena, una de las medidas más antiguas del arsenal de lucha contra las epidemias, se combina hoy con la tecnología. Hagamos uso del tiempo que nos proporciona esta crisis, el mundo que ha entrado en esta vorágine no será el mismo que salga de ella y tenemos la oportunidad, en este período alejados de la normalidad, de pensar en el mundo que queremos construir cuando hayamos derrotado a la pandemia.
“El Comercio”, 20 de marzo del 2020
Juan Villena: “Ahora sabemos que el virus se queda
flotando cerca del paciente hasta tres horas”
Carlos Contreras
Entrevista a médico infectólogo de Essalud. Ex decano del Colegio Médico del Perú.
¿Cómo evalúa las medidas del Gobierno luego de registrarse los primeros cuatro fallecimientos por coronavirus en el país?
Primero, que este es un episodio absolutamente nuevo para todos nosotros. Para todos, periodistas, médicos, personal de salud, en general. Estamos aprendiendo y se van a seguir cometiendo algunos errores porque es de esperarse que así sea. Lo importante es que lo resolvamos rápidamente. Y recuerde algo importante, las decisiones se toman en el momento.
¿Qué más sabemos del COVID-19?
Que es un virus que se mueve muy dinámicamente, inclusive ya está publicándose que son dos cepas que están circulando. Además, ya sabemos que el virus puede estar flotando hasta tres horas cerca del paciente. Obviamente, eso no significa que vuele, porque el virus no vuela. Pero está cerca del paciente que tose, y el virus se queda ahí hasta tres horas.
Esto es nuevo…
Esto está claro ya. El virus se queda flotando hasta tres horas porque son partículas muy pequeñas. Se han hecho ya algunos trabajos para confirmarlo. Hasta hoy no existía esta postura por parte de la ciencia. Ahora parece ser muy claro que está tres horas flotando en el mismo lugar donde se está tosiendo. Son estudios que aparecen conforme se va conociendo al COVID-19. Por ejemplo, yo hace dos meses decía que se quedaba no más de ocho horas en la superficie, pero ya conocemos que en el vidrio puede estar tres días, en un cartón cinco días. En las historias clínicas, que tienen papel, pueden permanecer entre tres y cinco días. Esto es interesante, es información nueva que se está recopilando recién.
Usted habló de que hay dos cepas del coronavirus en el mundo.
Esa es una nueva información también. En los últimos días se conoció que serían dos cepas. La que originalmente ingresó a los primeros pacientes hospitalizados que era la 'S' y ahora se conoce la segunda que se llama 'L', que la habrían estado portando los ciudadanos de China en su oportunidad.
¿Y cuál está en el Perú?
Bueno acá en el Perú no sabemos cuál de ellas está predominando o si están los dos. ¿Por qué? Porque no estamos en condiciones de hacer ese tipo de especificación. Ahora, con esta observación de esas dos cepas en China, uno podría explicar que lo que ha sucedido con ese paciente de Italia, que habría vuelto a infectarse, es que estuvo primero con una cepa de coronavirus y luego se infectó con la otra cepa y desarrolló la enfermedad.
Entonces uno puede volverse a infectar del COVID-19.
Acá hay dos condiciones. Puede infectarse si está con personas enfermas, pero no debe desarrollar enfermedad porque teóricamente ya la ha tenido y ya está vacunado entre comillas. Pero lo interesante de la segunda parte es que: ¿qué pasa si tenemos dos cepas circulando y él se reinfecta ya no con la misma sino con la otra? Entonces va a ser un nuevo cuadro de enfermedad. Esa es la posible consecuencia del paciente de Italia que recayó como le dije. Eso se está estudiando.
Volvamos a las medidas del estado. ¿cómo ve este aislamiento y distanciamiento social que impulsa el Gobierno?
El primer día, cuando me entrevistaron sobre la decisión del presidente (Martín Vizcarra), yo estuve de acuerdo. Pero ese mismo día dije que al día 12 (de la cuarentena) vamos a saber cuál es la siguiente decisión porque de acuerdo a los resultados se podría extender una semana o dos semanas. Es decir, yo veo muy difícil que la cuarentena se acabe el día 14. Me parece que va a continuar porque no hay una total decisión de la población. La población todavía sigue saliendo. Lamentablemente seguimos teniendo a mucha gente irresponsable que sigue repartiendo el virus en el ambiente y uno lo asimila y se sigue contagiando. Esto aumenta el número de casos, obviamente. Como la gran mayoría no tiene síntomas, el virus se va a quedando ahí en el vidrio o metal por días. Y si seguimos saliendo después del día 14, el rebrote será evidente.
En pocas palabras, la gente no ha comprendido nada.
El problema está, supongo, en que la gente que adopta esa actitud es huérfana porque si ellos tuvieran padres o abuelos tendrían más cuidado porque van a matar a sus adultos mayores llevando el virus a su casa. Se sienten seguros. Por eso, a ninguno de ellos les interesa la medida y salen a jugar fulbito o se van a la playa.
¿Y qué pasa con la gente que tiene que salir a trabajar?
Yo escucho a los vendedores ambulantes, a quienes respeto mucho porque tratan de resolver una necesidad ante la falta de trabajo, que dicen: “Si no salgo a vender qué como? Pero yo les diría: “Espera un momentito, si sales a vender ya no va a comer más adelante porque se va a enfermar, no va a poder vender en los siguientes días y si es adulto hasta puede fallecer”. Otra cosa es que debe haber observado que los policías piden documentos a quienes salen con salvoconducto y ellos tocan los documentos. No deben hacer eso los policías.
¿En el Perú ya hay un contagio comunitario?
Podemos decir que es comunitario, pero no por el aire. No digamos que el virus está en el aire y que lo estamos respirando. No estoy diciendo que esté en el aire, lo que digo es que puede permanecer cerca del paciente hasta tres horas.
Usted habló de la gente irresponsable. ¿por ellos, el sistema podría colapsar como sucede en Italia y España?
Ese tema es fundamental. Nuestro sistema de salud no está en condiciones de soportar una epidemia como China, España o Italia. La decisión que ha tomado el Gobierno de aprovechar la infraestructura de la Villa Panamericana es extraordinaria. Ya tenemos los ambientes, hay que equiparlos y sobre todo dotarlos de personal.
“La República”, 21 de marzo del 2020
Presidente cambia de estratega en el Minsa y designa a Víctor Zamora
Michael Machacuay
Cinco días después de la declaratoria de emergencia nacional para detener la propagación del coronavirus, el presidente Martín Vizcarra cambió de estratega en el Ministerio de Salud (Minsa) y, en reemplazo de Elizabeth Hinostroza, nombró a Víctor Zamora como su nuevo titular.
Se trata de un médico cirujano especialista en salud pública elegido tras “una evaluación rigurosa de los acontecimientos”, según resaltó el mandatario ayer en conferencia de prensa. Vizcarra evitó dar más detalles de la intempestiva salida de una ministra en un despacho clave en estas circunstancias, pero que no estuvo a la altura de la emergencia.
Fuentes del Ejecutivo indicaron a Perú21 que el cambio de Hinostroza se precipitó por “descoordinaciones” en su sector y por su lenta respuesta ante el creciente número de muertos por la enfermedad, que ahora asciende a cuatro.
De hecho, la gota que derramó el vaso fue la segunda víctima mortal de la epidemia, un hombre de 69 años que falleció en su vivienda de Miraflores esperando los resultados de la prueba de hisopado que se hizo días antes en el Hospital Edgardo Rebagliati para saber si tenía la enfermedad del COVID-19.
“Esa situación fue el detonante y se llamó la atención a todos los responsables del sector, pero sobre todo a la ministra por dejar que esto pasara en frente de sus ojos”, detalló otra fuente.
Es en este contexto que, la noche del jueves, el jefe de Estado le quitó respaldo a Hinostroza. Esa fue la manera de reconocer su error. Ayer agradeció a la exministra por el “esfuerzo y compromiso” que mostró mientras duró en el cargo.
“Vemos oportuno un cambio por un profesional con mayor experiencia con este tipo de problemas”, acotó en esa línea Vizcarra.
PERFIL RESPALDADO
Víctor Zamora Mesía juró al cargo en una breve ceremonia que se desarrolló solo momentos después de que el jefe de Estado anunciara la salida de Hinostroza.
La propuesta para elegirlo como nueva cabeza del sector Salud, de acuerdo a fuentes del Minsa, vino de “la alta dirección de Essalud”, donde despacha Fiorella Molinelli, quien es cercana a Vizcarra.
“El cargo que le han dado a Zamora es estratégico y tiene el respeto de los médicos del Ministerio de Salud. Además, cuenta con un buen grupo de asesores, como los doctores Eduardo Gotuzzo y Martín Yagui”, aseguró la fuente.
Sobre este cambio en el Ejecutivo, la exministra de Salud Patricia García declaró a Perú 21.TV que el nuevo estratega del sector “es un salubrista que tiene experiencia en gestión”.
“Hará un excelente trabajo. Lo más importante es darle calma a la gente. Tenemos que seguir con estas medidas de aislamiento y distanciamiento social”, resaltó.
Zamora es un tuitero muy activo. El último tuit que compartió ayer fue una nota del New York Times que daba cuenta de los crecientes casos de infectados en América Latina. Ahora le tocará tratar esa realidad en la práctica.
SABÍAS QUE
-El nuevo ministro de Salud es médico por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con 25 años de experiencia en salud pública.
-Víctor Zamora ha trabajado para instituciones internacionales, como la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otros.
-También ha sido jefe del Gabinete de Asesores del Ministerio de Inclusión Social y del Minsa.
Coronavirus: Puntos de vista
Carlos Tapia
Aunque la pandemia provocada por el coronavirus no distingue entre países con diferentes regímenes político-sociales, de varios lados se mal aprovecha el temor amenazante de su globalización. Así, Mario Vargas Llosa, nuestro Premio Nobel de Literatura, hace unos días le echó la culpa a la “dictadura comunista” en China por no haberlo sabido controlar. Aunque no oficialmente, se corrió la versión en China de que el virus fue traído por los militares de USA que participaron en los ejercicios conjuntos en la provincia donde después se descubrió la presencia del virus. También, Donald Trump calificó al coronavirus como el “virus chino”.
En nuestro país se abrió una polémica soterrada entre quienes critican las radicales medidas tomadas por el Gobierno por afectar a la “economía libre de mercado” y, en particular, la situación difícil en que se encuentran los sectores productivos, del turismo y transporte. Aunque otros critican la desigualdad, la falta de solidaridad con la población más damnificada, la debilidad del Estado en alejadas zonas y la poca inversión en el sistema público de salud. Los primeros también consideran que los propietarios y empresarios gozan del derecho de la propiedad privada y la libertad de subir los precios conforme aumenta la demanda. En cambio, los segundos consideran que, cuando existe una situación en donde está en juego la vida de otros peruanos, por un elemental sentido patriótico, es imperativo que los dueños de los negocios no utilicen la enfermedad o el dolor de los que sufren para ganar más dinero.
Dejando de lado esta polémica, la gran mayoría reconoce que el gobierno ha aplicado decisiones correctas, solo los necios las critican. La población aplaude a los médicos, enfermeras, trabajadores de la salud y miembros de las FF.AA. y la PNP. Renace “Contigo Perú”.
¿De qué estamos hechos los peruanos?
Carlos Meléndez
Ante la pandemia del coronavirus, la sociedad chilena, paulatina y voluntariamente, tomó la decisión de autorrecluirse en sus hogares, pese a la lenidad del gobierno. Mientras, los peruanos hemos sido compelidos a hacerlo a punta de estados de emergencia y toques de queda. ¿A qué se debe esta diferencia?
La reacción ante la expansión del COVID-19 es una prueba ácida para saber de qué están hechas las naciones. La peruana está construida sobre la desconfianza interpersonal. Hace poco, el BID alertaba sobre la crisis de confianza en América Latina. Según datos de LAPOP del año 2017, los niveles de desconfianza comunitaria de los peruanos alcanzaban entonces el 53%, uno de los más altos del continente; los chilenos, en cambio, uno de los más bajos (34%). En perspectiva global, los niveles de confianza interpersonal de los peruanos se equiparan a los africanos. Ante la pregunta de la Encuesta Mundial de Valores (2007), que inquiere a los individuos si consideran que se puede confiar en la mayoría de personas, Perú (11%) supera solamente en un punto porcentual al promedio africano. La confianza interpersonal en Chile, según la encuesta citada, doblaba a la peruana (23%), aunque todavía se ubicaba muy lejos de la media de las democracias desarrolladas (38%).
Aunque muchos empeños emprendedores del sector “informal” se basan en capital social existente entre familiares y paisanos, la ausencia de referentes institucionales ahonda en una indiferencia por el bien común. Por lo tanto, nuestra desconfianza es más estructural y proviene, paradójicamente, de episodios de crisis anteriores. Nuestras respuestas autoritarias a previas crisis económicas y de seguridad (lucha contrasubversiva), se fundamentaron en un orden impuesto “desde arriba” y no en la construcción de un tejido social sostenible y para el bien público. Las excepciones de fortalecimiento comunitario fueron soslayadas. Así, ni las organizaciones sociales de subsistencia vecinal ni las rondas campesinas de autodefensa se transformaron en redes sociales de apoyo en épocas de “normalidad”. Más allá de evidencia incidental, la solidaridad se debilitó en el horizonte cotidiano entre peruanos.
El círculo vicioso se repite ante una nueva crisis, sanitaria esta vez, pues el gobierno replica una salida drástica. ¿Es la única forma en que podemos “colaborar” los peruanos al bien común de la salud pública? Si no buscamos fortalecer los lazos comunitarios en plena crisis, vamos a salir con la desconfianza más agudizada. No se trata de cánticos patrióticos en horas de aislamiento forzado, sino también de políticas de Estado.
Ampay me salvo… y a todos mis compañeros
César Luna Victoria
En la emergencia preocupa limitar el contagio y salvar vidas. Pero hay un paciente que a diario enferma más. Es nuestra economía. No estaba bien cuando se dispuso el aislamiento social, que, traducido, supone el cierre de la mayor parte de las empresas. Cuando pase la epidemia, la economía estará peor.
El que deba pagar tendrá dificultades y el que no cobre tendrá problemas. A eso se le llama una ruptura en la cadena de pagos. Espiral nefasta que nos arrastrará hacia recesiones profundas. Entonces, volveremos a mirar al Estado para pedir alivio. Algo se ha adelantado. La Sunat ha reprogramado el pago de tributos. El BCR ha bajado la tasa de interés de referencia. La SBS será flexible para que los bancos puedan refinanciar créditos. El MEF dará subsidios a familias vulnerables. Pero será poco.
Se ve que necesitamos un Estado fuerte. Ninguna iniciativa privada puede controlar la epidemia. No son suficientes las clínicas ni los seguros de salud particulares. Solo el Estado, limitando libertades individuales, controlando todos los sistemas de salud y disponiendo de todos los recursos disponibles, puede llegar a tener éxito.
Sin duda, el Estado aparece como el gran rescatista que es. Esta certeza, sin embargo, se distorsiona para declarar la muerte del libre mercado. Pero no será así. Para empezar, ¿con qué plata el Estado está enfrentando la crisis? Pues con los impuestos recaudados en todo este tiempo de crecimiento impulsado por la inversión privada. Aunque los últimos años hayamos tenido déficit fiscal, el ahorro acumulado da para aguantar la crisis. La verdad es que la riqueza nace como ganancia privada y una parte se hace pública mediante los impuestos, para socializarla en servicios públicos, como ahora. Iniciativa privada y control estatal no se excluyen. Se complementan y se necesita de los dos, igualmente fuertes.
La crisis da lecciones. La más importante es que nadie se salva solo.
Vale para la economía: para evitar mi quiebra, debo evitar la de los demás. Entonces, también tenemos que cuidarnos juntos económicamente.
Quien se debe quedar en casa somos nosotros, no nuestro dinero. El dinero guardado no sirve, hay que hacerlo circular. Si tiene liquidez, no aproveche moratorias, pague sus impuestos a tiempo, la luz, el agua, a sus trabajadores, a quien deba.
Hará que la economía se siga moviendo, reducirá la magnitud de la recesión. Si no hay mejoría, entraremos en economía en guerra: subsidios a las empresas, pero más impuestos a las personas. A la recesión también la venceremos juntos.
“Perú 21”, 21 de marzo del 2020
¿Qué sucederá ahora?
Patricia J. García (Ex ministra de Salud)
Veo que ya están comenzando a circular noticias y comentarios sobre un reciente estudio en el que investigadores del Imperial College London del Reino Unido han planteado varios escenarios de las intervenciones para controlar esta pandemia y han trabajado tratando de “predecir” lo que podría suceder con el COVID-19. Ellos usaron una técnica llamada modelaje matemático. Lo que hicieron fue recolectar toda la información disponible actual y de otras epidemias conocidas del pasado y usaron fórmulas matemáticas y probabilidades para hacer las predicciones o proyecciones.
Estos investigadores comenzaron analizando dos paquetes de intervenciones: el paquete para la mitigación, que se enfoca en desacelerar, pero no necesariamente detener, la propagación de la epidemia, tratando de reducir la transmisión y proteger a las personas con mayor riesgo de enfermedad grave. Estas medidas incluyen Vel aislamiento domiciliario de casos sospechosos, la cuarentena domiciliaria de quienes viven en el mismo hogar que los casos sospechosos y el distanciamiento social de los ancianos y otras personas con mayor riesgo de enfermedad grave.
El segundo paquete es para la supresión, que tiene como objetivo revertir el crecimiento de la epidemia, reduciendo el número de casos a niveles bajos o incluso a cero. En este se proponen medidas más drásticas: combinación de distanciamiento social de toda la población, aislamiento de casos en el hogar y cuarentena doméstica de sus familiares, y cierre de escuelas, universidades, lugares de trabajo etc. Digamos, lo que se está haciendo ya en el Perú.
Los resultados son interesantes. Los modelos matemáticos muestran que el paquete de estrategias de mitigación podría reducir la demanda de atención médica en casi dos tercios y las muertes, a la mitad. Sin embargo, aun así, la epidemia resultaría en muchas fatalidades y en sistemas de salud abrumados sin capacidad de respuesta.
¿Pero qué pasaría si se implementa el “paquete de supresión”? Bueno, encontraron que este reduce significativamente la transmisión, los casos y las muertes; sin lugar a duda, una buena estrategia.
Y aquí viene lo nuevo. Un dato adicional que hallan es que, con la alta transmisibilidad del virus y por el hecho de que en las poblaciones hay mucha gente susceptible (que nunca se infectó), los modelos predicen que cuando las medidas se dejan de lado o relajan, los casos comienzan a aparecer nuevamente. A esto se le llama la “segunda ola”.
¿Entonces, qué nos quedaría? Bueno, estos investigadores proponen que para mantener bajo el número de casos y la mortalidad, hasta que la vacuna esté disponible, se tendrá que continuar con medidas de mitigación y practicar el distanciamiento social reforzado intermitente si estas fallan. Es decir, cuando terminen las medidas drásticas (de supresión, como las que tenemos en el Perú en este momento), vamos a tener que organizarnos para continuar con acciones que bajen la transmisión y, si no funcionase, si se viese que los casos comenzaran a subir, entonces no nos quedará otra alternativa que implantar medidas reforzadas de distanciamiento social para evitar una segunda, tercera o cuarta ola. Es fácil decirlo, pero obviamente muy complicada su implementación, puesto que implica costos sociales y económicos importantes. Va a ser primordial que entendamos mejor la data que tenemos para poder tomar acciones más dirigidas, teniendo en cuenta cuáles son las áreas de mayor transmisión, cómo se están dando los contactos y qué medidas son más eficientes.
Tal vez podamos aprender de Singapur, un país muy organizado –con una población muy respetuosa de las normas, y con una proporción de población en riesgo alta (muchos ancianos)– que decidió no tomar medidas extremas. Pero implantó la detección de fiebre en la entrada a instituciones y edificios, escuelas y universidades, junto con desinfectantes para manos. Implementó un sistema para hacer la prueba para el coronavirus (ellos ahora las producen) y un rápido aislamiento de casos, con seguimiento y usando tecnologías digitales, además de apoyo policial. Y allí, las cuarentenas se cumplieron. No cancelaron eventos, ni cerraron escuelas ni universidades. Y lo lograron, bajaron a un mínimo los casos. Aún continúan con esta prevención, la vida se ve “normal” pero todas las personas respetuosamente siguen practicando el distanciamiento social, el lavado de manos y no se quejan en absoluto de que se les controle la temperatura varias veces al día; además, se respeta cuando a alguien sospechoso se lo coloca en cuarentena. No somos Singapur, pero podríamos aprender de ellos.
Lo cierto es que si aquí en el Perú las medidas para identificar y aislar los casos son mejor implementadas, si las personas colaboran responsablemente en reducir la transmisión, y si protegemos a los vulnerables, podremos reducir los casos y acercarnos más a la supresión de este COVID-19. Estamos comenzando, pero habrá que estar listos, porque tal vez requeriremos tomar luego otras medidas. Lo bueno es que ya sabemos qué puede pasar y nos podemos cuidar, mientras esperamos la vacuna que estaría disponible en los siguientes 12 a 18 meses. Lo podemos hacer juntos, pero tenemos que estar preparados.
La naturaleza del coronavirus
Fernando Berckemeyer (Ex director de El Comercio)
A 5 días de cuarentena, uno de los mensajes con los que más me he encontrado en redes es el que, expresado de muchas formas diferentes, señala que la experiencia del coronavirus debiera hacernos abandonar dos cosas.
Por un lado, la forma tan artificial –tan mediada y potenciada por la tecnología– con que nuestra época se relaciona con la naturaleza. Si pasan cosas como este virus –dice el argumento– es por cómo alteramos la naturaleza.
Por otro lado –o más bien por el mismo–, leo que esto debería servirnos para librarnos finalmente del libre mercado y la ideología que lo defiende, además de porque fomentan la antes mencionada relación con el planeta (aparentemente hay muy poca consciencia de la historia de la empresa estatal con la tecnología), porque desempoderan al Estado, que es el único capaz de sacarnos las castañas del fuego.
Pues bien, si efectivamente existe una relación entre la pandemia y la necesidad de estos dos cambios, ella ha de pertenecer al mundo de lo que los antropólogos llaman “mágico-religioso”. Porque en el de las causalidades empíricamente demostrables, lo que uno encuentra es más bien lo contrario.
Primero está el mito de la equivalencia entre lo natural y lo bueno. La realidad es que lo natural no solo han sido siempre las epidemias, sino también, y por milenios, la absoluta indefensión del hombre frente a ellas. Desde que hay testimonio escrito de la historia humana, lo hay de epidemias y pandemias. Pandemias que arrasaban con todo lo que tuviesen por delante sin que durante siglos se pudiera hacer mucho más que sacrificios rituales y rezar. Rezar, solo cabe imaginar, con más miedo que confianza ante esa naturaleza que se llevaba por igual, como una avalancha, a niños, adultos y viejos, pobres y ricos, buenos y malos. No por gusto decía Nietzsche que la naturaleza es “la indiferencia misma erigida en poder”.
Ciertamente, parece haber sido una conducta humana muy propia de nuestro estado más primitivo y natural, como lo es el consumo de animales salvajes –y no el de animales “hechos” por el hombre por medio de su cría y selección durante generaciones–, lo que ha originado esta epidemia.
La asunción que si la naturaleza nos agrede de tal o cual forma es porque nosotros antes hemos roto algo en ella simplemente no se sostiene en la historia. Lo que evidentemente no quiere decir que nosotros no podamos causar daños –y muy serios– a la naturaleza: daños que a su vez generen en ella nuevos peligros para nosotros. Simplemente quiere decir que, para crear pandemias, la naturaleza se puede bastar solita, y que la admiración y añoranza de lo natural por lo natural son infundadas. Lo natural es que vivamos lo mismo que el hombre del Paleolítico –en promedio, una veintena de años–, que parir y nacer supongan un peligro semejante al de participar de un duelo, que los antibióticos no existan y que la herida más pequeña en un dedo tenga posibilidades serias de acabar siendo mortal.
Por otra parte, es el mundo artificial de los avances científicos y tecnológicos del siglo XXI lo que nos ha permitido encontrar, en muy poco tiempo, la secuencia genética del nuevo virus, empezar a tantear las vacunas, detectar sus formas, ratios y etapas de contagio y, en general, empoderarnos para poder hace algo (y hasta mucho, a juzgar por los lugares que, como Singapur, Taiwan o Hong Kong reaccionaron a tiempo con excelentes resultados) frente a la nada que, en “estado de naturaleza”, hubiera sido nuestra única opción.
Luego está el tema del libre mercado. Aparentemente, aquí hay un malentendido de base sobre lo que pregona el liberalismo: la idea de que el Estado debe intervenir cuando los unos ponemos en riesgo la vida, integridad, libertad o propiedad de los otros no es enemiga del liberalismo: es más bien su piedra angular. Es solo construyendo sobre esta piedra, por lo pronto, que son posibles la libre empresa y los contratos que –defiende el liberalismo– enriquecen a las sociedades.
Por otra parte, ha quedado clarísimo que tanto líderes políticos pro como antimercado pueden enfrentar estúpidamente una pandemia. Ahí están tanto las estrambóticas negaciones iniciales de Trump (en la discutible medida en que este pueda ser considerado como promercado, claro) como las de AMLO. Pero más allá de eso, permanece invariable una verdad clave: sin riqueza que permita tener buena infraestructura médica no hay posibilidades de combate eficiente contra el virus. Sin ir más lejos, el Perú sigue sin ser un país rico, pero solo en las últimas dos décadas de “neoliberalismo” los recursos con los que cuenta nuestro Estado para cumplir sus fines –incluyendo los de salud– se han multiplicado casi por cinco.
Desde luego, es posible continuar relacionando el coronavirus con “el sistema¨, como lo es, por lo demás, relacionarlo con la ira de Dios o la conjunción de los planetas. Un ejercicio que puede llevar agua para diversos molinos ideológicos, pero que hace poco para ayudar a comprender estos fenómenos y ponernos, como especie, en una situación cada vez más fuerte para derrotarlos.
Las decisiones inevitables y las inútiles
Fernando Rospigliosi
Hizo bien el presidente Martín Vizcarra en declarar la cuarentena, el estado de emergencia y el aislamiento social, y luego en dictar medidas para ayudar a las personas de menores ingresos. Pero se ha equivocado después en otras cosas como la expedición de pases de circulación y toque de queda. Hay medidas que perjudican el objetivo de impedir la propagación del coronavirus más de lo que ayudan a contenerlo.
Como señalé en un tuit el sábado pasado, “es mejor tomar medidas drásticas hoy mismo para identificar y aislar focos infecciosos que esperar”. Acertó el Gobierno al decretar el estado de emergencia y la cuarentena el domingo 15.
Esas son medidas necesarias e inevitables para contener la propagación del virus. Y son conocidas desde hace más de un siglo, cuando se aplicaron para frenar la expansión de la mal llamada gripe española (en realidad nació en 1918 en Francia al final de la Primera Guerra Mundial), que mató a entre 50 y 100 millones de personas: suspensión de clases escolares, prohibición de aglomeraciones, cuarentena (Juan Ramón Rallo, “El Confidencial”, España, 11/3/20).
También es necesaria la subvención a las familias de menores ingresos, aunque la entrega del efectivo será complicada.
Sin embargo, hay medidas que en mi opinión son equivocadas. Por ejemplo –como lo señalé en las redes sociales–, la que anunció el ministro de Defensa el lunes para expedir pases de circulación. Solo basta reflexionar un minuto para darse cuenta de que eso es imposible en el Perú. No hay manera de comprobar rápidamente si los que reclaman un pase lo necesitan realmente. Si el pase es físico, habría aglomeraciones inmensas. Si es virtual –como lo hizo el Ministerio del Interior el martes 17– tampoco es posible comprobar nada y no todos tendrían acceso a él. Al final, los miles de pases que se emitieron –nadie sabe cuántos– no sirvieron para nada, porque el miércoles el presidente Martín Vizcarra anunció que ningún vehículo privado podría circular. Un ejemplo de decisiones que no sirven sino para crear confusión y desorden.
Otra, me parece, es el toque de queda, instaurado según el Gobierno porque algunos jóvenes salen de fiesta en la noche. Absurdo. En la noche el despliegue de las fuerzas del orden puede controlar más fácilmente la circulación y detener a los irresponsables. Los costos son mayores que los beneficios: miles de mercados, supermercados, bodegas, etc. han tenido que reducir drásticamente su horario de atención, con mayor concentración de personas. La cadena de abastecimientos se ha enlentecido. La circulación de personal de salud y otros se ha dificultado. De hecho, el miércoles 18 que Vizcarra hizo el anuncio las tiendas se abarrotaron y se convirtieron en un foco de propagación del virus.
Las cifras de infectados del Gobierno no son representativas, porque solo se hacen las pruebas a los que presentan síntomas –y tardíamente, como lo expone el caso de Eduardo Ruiz que murió en su casa antes siquiera que le entregaran el resultado y sin que fuera hospitalizado–. Como muestra la experiencia de Corea del Sur, las pruebas deben hacerse masivamente para ser eficaces.
Otro aspecto característico de la actual crisis es la explosión de sobonería al presidente y al Gobierno –alguna rentada y otra espontánea–, que ha estallado en medios y redes.
Resulta ahora que un Gobierno reconocido como incompetente hasta por sus propios partidarios hace todo lo correcto y toma siempre las decisiones adecuadas. Una transformación milagrosa, similar a la esperada por los creyentes europeos en el siglo XIV, cuando la peste negra asoló el mundo.
En realidad el costo de aceptar a ciegas todo lo que dispone el Gobierno es alto, porque los errores se pagan y, como siempre, los que suelen hacerlo son los ciudadanos y no los gobernantes. Pero ya sea por interés o por el antiguo espíritu servil que Simón Bolívar atribuyó a los habitantes de estos lares, la tendencia casi unánime es a aprobar y aplaudir.
Enternecedor es el caso de una señora que publicó un tuit donde pide disculpas por darle ‘like’ a un tuit mío, y afirma que jamás criticaría al Gobierno, que en realidad el desatino lo cometió su hija que tomó su celular en un descuido. Ella se identifica en su cuenta como directora general de un ministerio. Por supuesto, yo la felicité por su decisión. Está corriendo el riesgo de perder su bien remunerado empleo y en estos tiempos agitados difícilmente conseguiría en la actividad privada un puesto similar. Chamba es chamba, y para la inmensa mayoría no vale la pena arriesgarla por expresar opiniones disidentes.
EDITORIAL
El mundo en pie de guerra
Nadie en el mundo se hubiera podido imaginar que el 2020 empezaría como lo ha hecho. En cuestión de semanas, un agente patógeno, que apareció por primera vez en China, se ha extendido vertiginosamente por todo el globo, generando diferentes reacciones de parte de los gobiernos pero motivando un mismo sentimiento de solidaridad que, como el virus, no distingue fronteras. Aunque hay más de 250.000 infectados en el planeta y más de 11.200 muertos, más de 87.300 personas se han recuperado, lo que nos empieza a dar esperanzas.
El Perú, con el liderazgo del Ejecutivo, parece haber reaccionado oportunamente a esta crisis, tomando medidas severas pero que, como aseguran los expertos, ayudarán a mitigar los potenciales estragos del coronavirus. En efecto, hoy se cumple el sexto día de una cuarentena que, con los más de 250 infectados registrados en nuestro territorio, y con el fallecimiento de cuatro compatriotas, queda más justificada que nunca.
En América Latina, la respuesta de los gobiernos ha sido variada. Por un lado, resulta positivo que, como anunció el presidente Martín Vizcarra, se esté procurando una coordinación con países de la región, para comunicar las medidas que se están implementando y, sobre todo, conocer la demanda por equipamiento médico que pueda existir en cada Estado para hacer un requerimiento conjunto del mismo. La conducta, empero, de presidentes como los de México, Andrés Manuel López Obrador, y Brasil, Jair Bolsonaro, ha dejado mucho que desear. Ambos han tomado a la ligera la pandemia, teniendo contacto con multitudes hasta hace poco y postergando la ejecución de medidas severas. En el vecino oriental, por ejemplo, recién se han cerrado parcialmente las fronteras.
Entre tanto, la reacción de algunas de las economías más importantes del mundo también se ha saboreado tardía, los ejemplos más meridianos son Estados Unidos y el Reino Unido. En los últimos días, los líderes de ambos países han sido duramente criticados por la demora en tomar acciones más determinantes para paliar el avance de la enfermedad. Por el momento, Boris Johnson, primer ministro británico, no ha anunciado medidas extremas, como el distanciamiento social obligatorio, pero insólitamente asegura que podrán lograr que el virus remita en 12 semanas. En lo que concierne a Donald Trump, se ha dedicado a minimizar la crisis desde su incepción y EE.UU. ya es el sexto país con el mayor número de infectados y las medidas adoptadas aún son tibias.
El Viejo Continente, por su parte, se convirtió hace poco en el nuevo epicentro de la pandemia: Italia ahora acumula la mayor cantidad de muertos (más de 4.000) en el mundo. El país transalpino, además, se ha convertido en una advertencia, por la pasividad con la que reaccionaron buena parte de sus ciudadanos y por las trágicas consecuencias de esa actitud, como el colapso de su sistema de salud. Mientras tanto, España y Francia también enfrentan cifras preocupantes (más de 20.000 infectados en el país ibérico y más de 12.600 en la nación francófona).
El recuento, empero, no puede perder de vista a Irán, donde se registra la tercera cifra más alta de víctimas mortales. El líder de la teocracia, Hassan Rouhani, también ha sido materia de críticas por su respuesta tenue a la epidemia.
Las circunstancias, como se ve, son graves, tanto por la irresponsabilidad de algunos gobiernos –que irremediablemente devendrá en efectos negativos para la vida de sus coterráneos y del mundo en general–, como por lo formidable que ha demostrado ser el coronavirus. Pero también empieza a llegar la esperanza desde la génesis de la tragedia. China, otrora el país más golpeado por la enfermedad, ha logrado recuperar a más de 70.000 personas y ha dejado de registrar casos autóctonos de la infección. Un testimonio, en fin, de lo efectivas que pueden ser las medidas severas y un recordatorio de que la humanidad es más resiliente que aquello que la pretende depredar.
“El Comercio”, 21 de marzo del 2020
Salud pública, dignidad democrática
Juan Carlos Tafur
Ojalá esta terrible crisis social generada por la pandemia del coronavirus nos haga reflexionar sobre la urgencia y prioridad que debiera tener la salud pública en el país, entendiendo por tal aquella que básicamente proviene del Estado y brinda servicios gratuitos a las mayorías populares.
Cerca de 70 millones de actos médicos se producen al año en el país (cirugías, recetas, consultas, emergencia, etc.), de los cuales 50 millones son estatales (EsSalud y Minsa). Es decir, alrededor de ciento cincuenta mil contactos médicos diarios acontecen en el sector público.
Sin lugar a dudas, la mayoría de esos contactos, más allá de la voluntad particular de miles de profesionales de la salud sacrificados, con bajos sueldos, y pobre logística, representan una situación de maltrato e indignidad para los pacientes. Sea porque no les dan cita, porque si se las dan es con negligente tardanza, porque cuando los atienden no les prestan atención debida, porque no hay los medicamentos que requieren o porque no hay cómo curarlos, lo que allí ocurre es un cortocircuito cívico terrible, corrosivo, que horada los lazos sociales básicos de convivencia.
Millones de peruanos son tratados en términos de salud pública, como ilegales dentro de su propio país, como hijos ilegítimos de un Estado que no es capaz de asegurarles una existencia sana básica. Y todo ello ocurre en medio de una vorágine empresarial privada que hace lobby suficiente para impedir que ese sistema de salud pública funcione.
No encuentro otra explicación a que el sector salud sea la cenicienta presupuestal que es. Porque acá se ha reformado el sector educativo (inicial y universitario), ahora se acomete las reformas política y judicial (en este caso por enésima vez), se habla de la reforma burocrática del Estado y se avanza allí también, pero en términos de salud pública seguimos funcionando como hace cincuenta años sin que ningún gobierno o ministro de Salud se atreva a pensar en una reforma radical del sistema.
Ello empieza por darle prioridad presupuestal al sector. Si nos comparamos con otros países apreciaremos la ignominia. Chile casi triplica el gasto público per cápita en salud que nosotros hacemos. Y aun así vemos cómo gran parte de la violenta protesta social que ha asolado al país del sur se ha debido a la enorme insatisfacción de la ciudadanía con su provisión de salud pública.
Es obligación de un Estado moderno brindar equitativa y suficiente salud pública a sus ciudadanos. Sin ella, sin educación pública, justicia y seguridad equitativas, seguiremos siendo un Estado fallido, precario, dado a la convulsión, al despiste, a la disrupción electoral.
No se trata de descubrir la pólvora. Hay suficiente experiencia internacional para proceder a una reforma radical del sistema de salud pública. Basta disponer las partidas para contratar a estos expertos, mediante una transparente licitación pública, disponer fondos, aprender de algunas decisiones buenas.
Lo que debe entenderse es que la salud pública no solo es un derecho humano sino también una premisa de la buena gobernabilidad democrática. Es hora de que la ciudadanía y los electores lo entiendan y exijan que la clase política responda a ello.
Vizcarra y la próxima crisis
Mirko Lauer
La conducción de la campaña contra el coronavirus le ha subido los bonos a Martín Vizcarra, aunque le ha dejado a sus críticos habituales algo de pan que rebanar. Pero entre el pro y el contra, la ganancia del gobierno es enorme. Los puntos a favor: medidas decisivas, imponer la autoridad hasta donde se puede, información oportuna y suficiente.
Quizás el factor decisivo para la buena imagen de Vizcarra, quien ya tenía 55% de aprobación pre-coronavirus, es que la feroz naturaleza del peligro supera casi todas las tentaciones de hacer politiquería. También influye que casi todos los gobiernos importantes del mundo estén haciendo más o menos lo mismo.
La actuación del gobierno tiene limitaciones, pero las más importantes lo preceden: un pobre sistema de salud, poco material sanitario cuando comenzó el problema, una cultura de la informalidad que complica la imposición de reglas de emergencia. Realidades que dificultan la réplica del modelo de Corea del Sur que se ha impuesto el Ejecutivo.
En términos generales estamos presenciando un buen comienzo, no un resultado 100% feliz para la crisis en su conjunto. Aun si la enfermedad es atajada, lo cual es posible, y hasta probable, el trauma producido va a ser un problema de primera magnitud. En esa perspectiva no todos van a agradecer haber sido eficazmente salvados del virus.
Alejandro Werner, un bloguero del FMI, ubica al Perú entre los países de América poco preparados para enfrentar la crisis producida por el coronavirus. Sus argumentos: débil infraestructura de servicios y apoyo en salud, junto con insuficiente musculatura financiera para asumir los costos del salvataje efectivo de la economía.
Vizcarra está enfrentando con eficiencia el desafío más importante de esta hora, pero lo que viene después será un presente griego para él. En realidad los hematomas económicos de la cuarentena ya están entre nosotros, muy duros en los hogares más pobres, amenazantes en todos los demás. Para ese escenario aún no hay soluciones a la mano.
Mientras eso llega, Vizcarra se está moviendo en una suerte de presente absoluto, pues muy poco tendrá sentido si la pandemia no es controlada. No solo en el Perú, sino también en el escenario de la globalización, indispensable para nuestra economía.
“La República”, 22 de marzo del 2020
Virus empático
Alfredo Bullard
¿Tiene sentido que el gobierno nos encierre en nuestra casa, imponga toque de queda o cierre las fronteras? Sí lo tiene. Hay una explicación económica relativamente simple: los costos privados de contagiarse son menores a los costos sociales de contagiarse.
La salud general es un bien público (como las calles, la seguridad y ciertos tipos de justicia como la penal). Su provisión sería insuficiente si la confiamos solo a las decisiones de los individuos. Por eso solemos encargar al Estado suministrarlos.
Muchos dicen hoy que son libres de asumir el riesgo de contagiarse. Eso sería cierto si es que contagiarse no generara externalidades, es decir, costos a terceros. Es como decir que soy libre de manejar mi carro como quiero porque si choco el que se muere soy yo, sin medir las posibles muertes de terceros.
Usted puede asumir el riesgo de enfermarse y eventualmente morir. La gente que fuma asume riesgos parecidos, y en principio la dejamos en libertad de hacerlo. Si usted valora el beneficio de ir a una fiesta (divertirse) y contagiarse más que el costo del riesgo de contagio (porque cree que es joven y no enfermará gravemente, o simplemente porque ama el peligro) posiblemente irá a la fiesta. Pero contagiarse genera el riesgo de contagiar a otros, y al hacerlo hay una parte del costo de su acción que no recae en usted sino en terceros (que no han ido a la fiesta) que no han aceptado asumir ese riesgo. Por eso excluye esos costos de su cálculo.
Como decía John Stuart Mill, la justificación para intervenir en las libertades de las personas está solo en impedir que causen daños a otros (es decir externalidades). Eso pasa con la salud. La vacunación contra ciertas enfermedades es obligatoria y suele ser subsidiada por el gobierno. De no ser así se vacunaría menos gente que la cantidad óptima para evitar contagios.
Pero tenemos un Estado ineficiente y con mala capacidad de gestión. Es casi seguro que no consiga totalmente su objetivo de evitar las externalidades que los irresponsables causan a otros. O, dicho de otra manera, la capacidad del Estado va a ser muy limitada a pesar de las buenas intenciones en las medidas que está tomando. Por ejemplo, es virtualmente imposible que obligue a la gente a lavarse las manos continuamente.
Ante ello estamos todos equipados biológicamente con lo que se llama empatía. Producto de nuestra evolución hemos desarrollado emociones que nos llevan a proteger a las personas cercanas (como nuestras familias y amigos). Empatía que explica, como decía Adam Smith, por qué nos afecta tanto que muera alguien de nuestro vecindario más que miles de personas en China por la misma enfermedad.
La empatía hace que decidamos invertir recursos propios en proteger a los más cercanos. Si pensamos, cuando vamos a asumir un riesgo de contagio, en las consecuencias para personas cercanas que queremos y que son vulnerables (nuestros abuelos, o padres o un amigo o amiga mayores), incorporaremos en el cálculo de nuestra acción al menos parte de los costos que podemos generar, y al hacerlo nuestra conducta será más racional, incluso si el Estado fracasa. Finalmente, la clave es convertir la empatía en algo más contagioso que el coronavirus.
Las ciudades después del coronavirus
Mariana Alegre
Nuestras vidas no volverán a ser las mismas después de la pandemia del coronovirus y nos veremos obligados a vivir distinto. ¿Se han puesto a pensar en cómo serán nuestras ciudades y sociedades? Hoy, mientras cumplimos la cuarentena, todos añoramos los espacios públicos y las posibilidades que nos ofrecían: desde la protesta en la plaza mayor hasta el partido de fulbito y la simple, pero poderosísima, caminata. Hoy reconocemos el valor que tienen y que no solo dimos por sentado, sino que, en muchos casos, despreciamos. Solo ahora somos conscientes de la poca inversión pública y la falta de pertenencia ciudadana.
Hoy sucede todo lo contrario: queremos recuperar nuestros espacios públicos, reconquistarlos, tomarlos y ocuparlos todo el tiempo, para siempre. Pero aún falta mucho para hacerlo y falta más para recuperar la confianza en la vida que un virus nos ha arrebatado. Sin embargo, la transformación que se nos plantea es revolucionaria, pues significa el replanteamiento de lo que, hasta hace unos días era nuestra vida normal. Así, si esta vuelta a la unidad de nuestro hogar se hace permanente, la configuración espacial del territorio que ocupamos también cambiará.
Se nos plantea un retorno a lo local, un alejamiento radical de la globalización y sus promesas. Y esto se manifiesta en un decrecimiento urbano, todo lo contrario a la expansión sin límites en la que solemos vivir. Deberán cambiar los usos y pasaremos de modelos monofuncionales, donde en un lugar se vive y en otro se trabaja, a modelos mixtos donde los hogares (con diversidad socio económica), los servicios y empleos se encuentren a distancias tan cercanas que ni el transporte masivo será necesario en la vida cotidiana. La ciudad compacta llevada al extremo y distribuida en nodos comunitarios, en los que las necesidades básicas (alimentos, gestión de residuos y hasta energía) puedan ser cubiertas colectivamente a una escala humana.
Pero, incluso en estos nodos comunitarios, la autosostenibilidad no será posible para garantizar calidad de vida, por lo que las cadenas de contacto internodos tendrán que tener mecanismos seguros que nos plantearán una nueva forma de entender la globalización.
Es esta revolución la que nos muestra que lo realmente valioso es “lo común”, el espacio público (hoy tan añorado), pero también los servicios, que serán mejor llevados a través de cooperativas como las de alimentos o de cuidado de adultos mayores o fórmulas conjuntas para que los niños aprendan.
Ya no va más el modelo individual y el “sálvese quien pueda”, ha quedado demostrado que la colectividad es necesaria para la supervivencia.
“Perú 21”, 22 de marzo del 2020
¿Cómo diferenciar el Covid-19 de una gripe,
un resfriado o una rinitis alérgica?
BBC News Mundo
La llegada del nuevo coronavirus a América Latina ha generado dudas sobre la diferencia entre los síntomas de la enfermedad covid-19 y los de una gripe común.
En Google, los términos de búsqueda como "mocos" y "estornudo" también han aumentado en relación con "síntomas de coronavirus" en el último mes, lo que puede indicar que existe una cierta confusión entre los síntomas del nuevo coronavirus y otros síndromes respiratorios leves como rinitis alérgica y resfriado.
“La gente debe ser consciente de que covid-19 es realmente un tipo de gripe, por lo que tiene muchos síntomas en común”, dijo a BBC Mundo Paulo Sergio Ramos, especialista en enfermedades infecciosas de la Fiocruz Recife, instituto de investigación médica y científica de Brasil.
"Hay que estar alerta si siente una dificultad para respirar. Esto indica que la enfermedad se está complicando por lo que sería necesario buscar ayuda médica", explica el especialista.
En caso de duda, consulta y sigue la guía de actuación de tu municipio, estado o país.
Diferencias entre el coronavirus y la gripe común
La enfermedad que causa el virus SARS-Cov-2, llamada covid-19, es una infección respiratoria que comienza con síntomas como fiebre y tos seca y, después de una semana, puede causar dificultad para respirar.
Según un análisis de la Organización Mundial de la Salud basado en un estudio con 56.000 pacientes, el 80% de los infectados desarrollan síntomas leves (fiebre, tos y, en algunos casos, neumonía), el 14% síntomas graves (falta de aire y dificultad para respirar) y el 6% enfermedades graves (insuficiencia pulmonar, shock séptico, falla multiorgánica y riesgo de muerte).
Entre los síntomas presentados por los pacientes, los más comunes fueron la fiebre (aproximadamente 88% de los casos), la tos seca (casi 68%) y el cansancio (38%).
La dificultad para respirar ocurrió en casi el 19% de las personas, mientras síntomas como el dolor de garganta y el dolor de cabeza aparecieron en un 13% de los casos.
Un 4% de los pacientes con el nuevo coronavirus tuvo diarrea.
Sin embargo, muchos otros virus pueden causar tos, fiebre, dolor en la garganta y la cabeza y una sensación de fatiga.
"Probablemente hay más 200 virus que causan los síntomas del resfriado común y estos incluyen el virus de la Influenza (gripe), lo que quiere decir que a veces puedes tener gripe pero experimentar síntomas tan leves que los confundes con un resfriado", dijo el virólogo Jonathan Ball a la BBC.
Los expertos consultados dicen que los síntomas deben ser monitoreados y si permanecen leves, pueden ser tratados en casa.
Hay que tener especial atención en el caso de los ancianos y las personas con baja inmunidad y consultar con un profesional médico en caso de duda.
"La gripe suele ser la única que nos hace sentir dolor muscular. Y generalmente dura entre tres y cinco días. Estos podrían ser indicios de que se trata de un virus común ", le dijo a BBC Mundo Heloisa Ravagnani, presidenta de la Sociedad de Enfermedades Infecciosas del Distrito Federal, en Brasil.
¿Y el resfriado y las alergias?
En el caso del resfriado, los síntomas tienden a ser aún más leves y, en general, solo respiratorios: mocos, congestión nasal, tos y dolor de garganta, pero no siempre todos al mismo tiempo.
“Si la persona tose y tiene otros síntomas leves, no debe olvidarse de usar una mascarilla al entrar en contacto con otras personas y limpiar las superficies con las que tiene contacto. Puede que no tenga covid-19, pero, en un momento como este, todos los cuidados son bienvenidos”, dice el infectólogo.
Los síndromes respiratorios alérgicos como la rinitis alérgica estacional, comunes en períodos como el otoño y la primavera, pueden causar secreción y congestión nasal, comunes también en resfriados, gripe y covid-19.
Pero generalmente estos síndromes se caracterizan por los estornudos y es poco probable que causen tos o fiebre, explica Paulo Sergio Ramos.
"Lo importante es que las personas, incluso si sufren de alergias, resfriados o gripe común, mantengan una distancia de un metro de los demás al toser o estornudar. También es esencial que usen su antebrazo o un pañuelo (que deben desechar) cuando tosen o estornudan y que tras hacerlo siempre se laven las manos para evitar la propagación de otros virus", advierte.
Seguir estas reglas es importante porque, según el estudio más grande hasta la fecha sobre el nuevo coronavirus, realizado por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades en China, el 80% de los pacientes tendrán síntomas leves.
Sin embargo, existe evidencia científica de que incluso una persona sin síntomas puede transmitir el virus.
La primera gran pandemia del siglo XXI
Elmer Huerta
Al anunciarse el brote de la enfermedad que ahora amenaza al mundo –llamada COVID-19– vinieron a la mente los fantasmas de la gran pandemia de gripe de 1918 que, en una época en la cual aún no había aviones, se llevó la vida de 50 millones a 90 millones de personas, la mayoría jóvenes de entre 15 y 40 años. En verdad, en cada epidemia del pasado (H1N1, ébola o SARS), ese temor estuvo presente en la mente del público y los científicos; estos últimos llegaron a decir que no era cuestión de si una nueva pandemia iba a ocurrir o no, sino cuándo. Sin duda, ese momento llegó, el mundo está enfrentando su primera gran pandemia del siglo XXI.
Una ola que avanza
China, país donde se inició la pandemia, ha controlado su problema. Por tres días seguidos no reportó ningún caso en Wuhan, la ciudad en la que se detectó el primer caso hace menos de tres meses.
"El impacto del virus en un territorio depende de varios factores, entre ellos la previa experiencia con epidemias, la cultura de sus habitantes y la rapidez con que actúan las autoridades políticas y sanitarias". (Imagen referencial: Shutterstock)
Pero lo sorprendente es cómo en su camino el virus ha afectado de diferentes maneras a los países. El impacto del virus en un territorio depende de varios factores, entre ellos la previa experiencia con epidemias, la cultura de sus habitantes y la rapidez con que actúan las autoridades políticas y sanitarias.
En Japón, por ejemplo, al momento de escribir esta columna, solo hay 1.054 casos, 36 muertes, y una mortalidad de 3,4%. La pregunta es: ¿por qué el país que recibió el primer caso importado del nuevo coronavirus no ha tenido una epidemia? Ellos no han hecho cuarentenas obligatorias, no han cerrado tiendas, y están celebrando esta semana su festival de los cerezos con muchedumbres en los parques.
No hay una única respuesta a esa pregunta y los expertos no se ponen de acuerdo. Es posible –dicen– que las previas costumbres en higiene y distancia social de los japoneses hayan contribuido. Ellos no dan la mano, se mantienen a una distancia de un metro o más y la higiene de calles, lugares de trabajo y hogares es una norma social aceptada y practicada desde hace décadas. Además, argumentan los expertos, los ancianos –que constituyen el grupo más afectado, y Japón tiene la población más envejecida del planeta– ya están socialmente aislados desde hace mucho tiempo, y no les ha costado un esfuerzo extra el reforzar esa medida.
Los japoneses tampoco han hecho un amplio uso de las pruebas para diagnosticar el COVID-19. Ellos han usado las pruebas solo en personas con síntomas y sus contactos, yugulando los brotes antes de que puedan aparecer más casos.
En Corea del Sur, país que ha controlado también la epidemia, la cosa es diferente. Antes del cierre de esta edición había unos 8.897 casos y 104 muertes, teniendo una bajísima mortalidad, de solo 1,16%. Ellos fueron muy agresivos desde el comienzo con el distanciamiento social, realizando además –y esta es la diferencia– decenas de miles de pruebas para descubrir los casos positivos, aislarlos y buscar luego a cada uno de sus contactos para determinar contagios. Es decir, usaron un doble golpe: aislamiento social y agresiva búsqueda de casos, y cuarentenas. Fue en Corea del Sur donde se inició el método de hacer pruebas en personas dentro de sus propios carros.
Lo mismo puede decirse de Singapur, donde el distanciamiento social, búsqueda de personas con fiebre y muestreo de la población para hallar casos positivos permitieron controlar la epidemia.
El panorama en Europa ha sido completamente diferente. Diversas razones, entre ellas una subestimación del problema, un temor a afectar la economía local y normas sociales que facilitan el contagio han hecho que la epidemia golpee fuertemente, especialmente a Italia y a España, que registran cientos de muertes cada día.
Las lecciones
El Perú ha aplicado con energía y prontitud la primera parte de la estrategia de lucha contra el coronavirus, que consiste en el distanciamiento social con una cuarentena obligatoria por dos semanas. Esta medida podría extenderse a tres o cuatro semanas más, según como se presenten las estadísticas, especialmente las de admisión hospitalaria y el uso de camas de unidad de cuidados intensivos.
Ya se ha explicado antes que esa drástica acción –que sin duda afecta el estilo de vida y la economía de la nación– tiene como objetivo principal no solo salvar vidas de poblaciones vulnerables, sino evitar que el precario sistema de salud peruano se caiga a pedazos con la aparición de centenares de casos de enfermos graves en un corto período de tiempo.
Con esa atrevida y pronta decisión, el Perú ha evitado caer en el error de Italia, que subestimó la epidemia. Es momento entonces de aplicar los conocimientos ganados por los países asiáticos, los cuales lograron controlar sus epidemias con el uso juicioso de las pruebas de diagnóstico. Esa es la decisión que tiene por delante el Dr. Víctor Zamora, nuevo ministro de Salud, de quien se espera que anuncie pronto su plan de contingencia. ¿Debemos ir como Japón, usando las pruebas con mesura, o como Corea del Sur, haciendo evaluaciones en grupos más amplios? De repente, establecer una estrategia propia, más local.
Corolario
Este nuevo coronavirus ha venido a quedarse y circulará libremente en el mundo hasta que tengamos una vacuna específica que logre controlarlo.
Mientras tanto –dicen los expertos–, es posible que medidas básicas de distanciamiento social, higiene personal y de la comunidad persistirán en los próximos años. Sin duda, a partir de ahora, la vida en el planeta se dividirá en antes y después de esta pandemia.
Trump y la pandemia
Andrés Oppenheimer
Para cuando la pandemia del coronavirus disminuya y los estadounidenses centren su atención en las elecciones de noviembre, Trump tendrá una batalla más dura que antes para ganar votos entre los latinos, porque millones de hispanos trabajan en las industrias de hoteles, restaurantes y turismo serán los más afectados por la crisis.
Más de 14,3 millones de trabajadores estadounidenses están empleados en el sector de servicios de alimentos y hotelería, según el Departamento de Trabajo. Un número significativo de ellos son latinos, y son los primeros que están perdiendo sus empleos.
Asimismo, el probable candidato demócrata Joe Biden ha demostrado tener más apoyo entre los hispanos de lo que se creía en las primarias demócratas recientes en Florida y Arizona. Y la campaña de Biden aprovechará al máximo la trayectoria del exvicepresidente como el hombre clave del gobierno de Obama para América Latina.
Pocas personas lo recuerdan, pero Biden fue en los hechos el enviado especial del gobierno de Obama para América Latina entre el 2012 y el 2016. Biden realizó 16 viajes a países de las Américas desde el 2009, incluidas cuatro salidas respectivamente a Brasil y México, tres visitas a Colombia y tres a Guatemala, según mencionaron sus colaboradores.
“La política de Trump hacia América Latina se limita a Cuba, Venezuela y Nicaragua”, me dijo Juan González, uno de los asesores latinoamericanos de Biden. González me comentó que las posturas de Trump en la región están más dirigidas a ganar votos en Florida que en promover los intereses estadounidenses en la región. “Ha sido un discurso duro, sin acciones concretas”, señaló.
Las sanciones de Trump contra Venezuela deberían estar respaldadas por América Latina y Europa, pero el aislacionismo de Trump ha antagonizado a los aliados tradicionales de Estados Unidos, y hace que sea más difícil construir una coalición efectiva contra la dictadura venezolana, agregó González.
“Por su nacionalismo extremo, Trump no puede construir una alianza internacional contra Maduro, mientras que Biden sí lo puede hacer”, me dijo González.
La campaña de Biden también planea criticar a Trump por su falta de ayuda significativa a los casi 5 millones de venezolanos que han huido a otros países de la región, por no darle el estatus migratorio de protección temporal a los refugiados de esa nacionalidad en Estados Unidos.
Mientras que Obama desembolsó US$6.000 millones para los aproximadamente 5 millones de refugiados sirios durante la crisis de Siria, Trump ha dado solo US$580 millones para casi la misma cantidad de refugiados venezolanos, dicen los colaboradores de Biden.
El gobierno de Trump anunció en setiembre que había otorgado un total de US$376 millones en ayuda a los refugiados venezolanos en países latinoamericanos, según un comunicado del Departamento de Estado en ese momento.
El primer paso de un gobierno de Biden en América latina sería reparar las relaciones con México, dice su campaña. Biden ordenaría una moratoria sobre las deportaciones pendientes para revisar si no violan los derechos civiles, y trataría de involucrar al Gobierno Mexicano para abordar conjuntamente los problemas de inmigración, seguridad y medio ambiente, dice la campaña de Biden.
En el 2016, Trump ganó el 28% del voto latino, según encuestas a boca de urna. El apoyo latino a Trump aumentó a un 30% a principios de este año, según los sondeos. Muchos encuestadores coinciden en que un candidato demócrata necesitará al menos el 70% del voto latino para ganar en noviembre.
Pero la crisis del coronavirus ha cambiado todo. Ahora, es probable que el desempleo entre los latinos se dispare. Complicando las cosas aún más, los hispanos están entre quienes tienen menos cobertura de servicios médicos. Será un bloque de votantes muy disconforme con el statu quo.
Si Biden gana la candidatura demócrata, como parece casi seguro, es probable que apunte a ganar más del 75% del voto latino. Si las cosas siguen como ahora, podría lograrlo.
© El Nuevo Herald. Distribuido por Tribune Content Agency, LLC
“El Comercio”, 23 de marzo del 2020
¿Puede ser la inmunidad colectiva una estrategia
para superar la pandemia de Covid-19?
Christian Mestanza
El mundo entero está paralizado por la actual crisis sanitaria provocada por el nuevo coronavirus (nombrado por los científicos como SARS-CoV-2), causante de la enfermedad respiratoria Covid-19. Hasta la fecha, 186 países presentan infectados, en total hay 491.623 contagiados y más de 22.030 muertos. Y aunque la comunidad científica hace un denodado esfuerzo por encontrar una vacuna, todo parece indicar que esta no llegará tan pronto.
Así las cosas, los Gobiernos han tomado medidas drásticas para evitar a toda costa la propagación del virus, por ejemplo, el aislamiento obligatorio. Mientras las personas tengan el menor contacto entre sí, las posibilidades de contagio se reducen.
Asimismo, la búsqueda de estrategias para luchar contra el coronavirus puso sobre la mesa un concepto conocido como inmunidad colectiva o inmunidad de rebaño, incluso algunos países apostaron en un primer momento por esta fórmula para enfrentar la crisis.
Pero ¿cuál es el significado de este término? ¿Y qué tan viable puede ser esta opción como método para superar la pandemia?
Qué significa inmunidad colectiva
Según Luis Suárez Ognio, exjefe del Instituto Nacional de Salud (INS), la inmunidad colectiva quiere decir que se han infectado las suficientes personas como para que el virus no encuentre a un susceptible para seguir trasmitiéndose.
“Si hay una población de un millón de habitantes y todos son susceptibles, una persona infectada puede contagiar a cualquiera. Sin embargo, cuando la mitad de la población ya no es susceptible, porque ya se enfermó, una persona infectada no va a encontrar fácilmente a un susceptible a quien contagiar”.
Mayormente este tipo de protección se busca mediante la vacunación; no obstante, en la actual pandemia, al no disponer de una vacuna, la esperanza es que con el tiempo llegue a haber tantos individuos que ya han superado la infección que el virus no encuentre fácilmente a quien infectar.
El ejemplo de Reino Unido
El país europeo adoptó inicialmente como estrategia proteger a los más vulnerables (ancianos y personas con enfermedades crónicas), pero dejar que el virus se extienda por el resto de la población, justamente con la intención de adquirir inmunidad colectiva. La propagación sería paulatina y controlada, para que los hospitales no colapsen, siempre identificando a los casos más agudos.
Sin embargo, y para el bien de la población, un estudio del Imperial College de Londres encendió las alarmas. Para lograr la mentada inmunidad sería necesario, de acuerdo a la investigación, que se infecten 47 millones de personas en el país. Y si se dejara que se alcanzara la inmunidad colectiva de forma natural, se estima que 8 millones de casos serían graves, y la mortalidad sería de alrededor de un millón de personas.
Aunque con cierta dilación, el Gobierno británico ya ha ordenado el confinamiento obligatorio de sus habitantes por lo menos por tres semanas.
El caso de Perú
Ernesto Gozzer, profesor de la Facultad de Salud Pública y Administración de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH), explica que en el Perú lo que estamos tratando de hacer con la medida de aislamiento social es contener, mitigar y buscar la supresión del Covid-19. En cambio, “la inmunidad de rebaño necesitaría que al menos la mitad de la población se contagie para que disminuya la probabilidad de que el virus encuentre un reservorio susceptible. Si bien van a haber brotes en grupos pequeños, en esta primera oleada de contagiados es difícil llegar a tal cantidad”.
Gozzer pone el ejemplo de China en donde se ha registrado la mayor cantidad de infectados. “En la ciudad de Wuhan, foco inicial de la infección, de los 11 millones de habitantes solo ha habido 50.006 contagiados; un número muy por debajo de la mitad”.
Hoy el país asiático, tras las medidas de contención tomadas, ha bajado el número de contagios drásticamente. Ahora, las autoridades se están preparando para afrontar una reintroducción del virus, ya que como la mayoría de su población aún no ha sido afectada la enfermedad podría volver a expandirse.
El especialista considera que la eficacia de las medidas decretadas por nuestro país está comprobada con el ejemplo de China, por lo que, en aproximadamente dos semanas más, de continuar con la orden de aislamiento del Ejecutivo, la cantidad de contagios debería reducirse a la mitad, o menos incluso. Sin embargo, el experto aclara que lo que estamos haciendo nosotros por ahora es controlar la situación, pero necesitamos que los demás países también tomen medidas estrictas y trabajemos todos en conjunto, porque de otra manera esto va a saltar de un país a otro.
“El problema no va a acabar si es que no trabajamos todos los países juntos. Si hay un país que no colabora, se va a convertir en un foco de infección”, expresa el médico. “La solución tiene que ser la vacuna y la respuesta global, todos los países tiene que participar”, añade.
“El Comercio”, 26 de marzo del 2020
COVID-19 y los mil oficios
Jacqueline Fowks
Desde que el Gobierno estableció la cuarentena y el toque de queda contra la propagación del Covid-19, millones de peruanos han quedado más al margen del Estado de lo que ya estaban. Recicladores, emolienteros, vendedores de carretilla, de canasta o de cruce de semáforo, ayudantes de limpieza, canillitas, taxistas, gasfiteros, pero también quienes subían a los buses a cantar, vender o pedir, los limpia-parabrisas y tantos otros mil-oficios.
El virus que nos ha hecho cruzar una era en dos semanas pone a la vista las características del Perú como Estado neoliberal con ‘cultura’ neoliberal. Desde 1992, los poderes aceptaron achicar el Estado y dejar que el mercado haga. Una de las consecuencias fue un sistema de salud deficiente y caro para la clase media y los pobres; la otra fue conformarnos con que millones se recurseen y vean.
La ministra de Economía anunció el miércoles un segundo grupo que recibirá un subsidio para sobrevivir durante la cuarentena: los ‘independientes’, un eufemismo para aludir a los informales y a quienes se buscan la vida en condiciones durísimas.
“Salgo muy temprano de casa a buscar trabajo, caminando todo el día yo me la paso”, decía la canción de una de las series de televisión más exitosas. La pandemia prohíbe ahora esa manera de vivir. Los expertos indican que el aislamiento social se convertirá en una medida recurrente en el futuro. Es indispensable que el Estado identifique bien quiénes son pobres en este nuevo escenario y el Gobierno llegue a ellos sin error.
“La República”, 27 de marzo del 2020
Lo que se viene
Martín Tanaka
En una de sus conferencias del mediodía, el presidente Martín Vizcarra señaló que la lucha contra el coronavirus no es una carrera de 100 metros planos que termina con la cuarentena, sino que es más bien una maratón; después de la cuarentena vendrán etapas igualmente duras.
Esta emergencia global ha evolucionado de manera dramática día a día, y todavía estamos terminando de asimilar la magnitud de la crisis. No sabemos si el mundo vaya a ser muy diferente después de esto, pero sí podemos estar seguros de que la emergencia que estamos viviendo se va a extender mucho más allá del 12 de abril. Para empezar, las medidas de aislamiento social tendrán que extenderse para evitar rebrotes y una nueva ola de contagios; no será posible volver sin más a la “normalidad” previa. Muy probablemente habrá que establecer etapas, distinguir sectores y actividades, nuevas prácticas dentro de nuestros quehaceres, y un largo etcétera. Es más, de acuerdo a la evolución de la epidemia, probablemente habrá necesidad de volver a cuarentenas parciales o totales; en medio de ellas, habría que intentar intervenciones más acotadas para minimizar los daños económicos y sociales.
En medio de esto, la preocupación por la magnitud de esos daños es totalmente justificada. Lo bueno es que el Gobierno está reaccionando y tomando decisiones para aliviar la situación de la población y las unidades económicas más vulnerables; la pregunta es si será suficiente y qué más habría que hacer.
Tomemos por ejemplo la decisión de implementar medidas complementarias de asistencia social a través de regiones y municipios; todos recordamos la experiencia del papel de gobernadores y alcaldes durante la reconstrucción de Pisco y otras zonas de Ica. Esperemos que las malas experiencias sirvan como “vacuna” para que no se repitan; hasta este momento, ya se están implementando razonablemente medidas de distribución de alimentos a domicilios de barrios identificados como más necesitados. Más desafíos para un Estado que suele fallar en la implementación. Cabe destacar que el Poder Ejecutivo ha mostrado un muy buen manejo en la relación con gobernadores y alcaldes, que han correctamente apoyado las medidas de emergencia. Solo hubo un conato de rebelión de algún alcalde despistado en Lima, pero tuvo que reconocer rápidamente su error.
Por lo visto, los efectos de las medidas de aislamiento tendrán un gran efecto económico y social; ¿a qué se terminará pareciendo? Referencias recientes son las crisis económicas del 2009 o la de 1998-2002, que requirieron medidas de salvataje financiero, o si vamos más atrás, la crisis de 1990-1991, que puso en agenda la necesidad de un enorme esfuerzo de compensación social. La diferencia a nuestro favor es que hoy tenemos una solidez macroeconómica que no teníamos antes, una institucionalidad social que atiende a la población en situación de pobreza, y algunas islas de eficiencia dentro del Estado capaces de diseñar e implementar decisiones complejas para atender las urgencias.
Coronavirus: el culebrón de los científicos franceses
Virginia Rosas
Mientras que la cifra de muertos por coronavirus en Francia se acercaba a los dos mil –el conteo real podría ser mayor, pues no se ha registrado a los fallecidos en sus domicilios ni a los ancianos de las casas de reposo, donde la tasa de contagios es alta– y los centros hospitalarios se encuentran colapsados, la comunidad científica gala se hallaba enfrascada en un debate insólito, sobre la pertinencia o no de utilizar la hidroxycloroquina, un derivado del antipalúdico cloroquina, para salirle al paso, junto a la Azitromicina, a la neumonía bacteriana que provoca, en algunas personas infectadas, el COVID-19.
El infectólogo marsellés Didier Raoult, no es un científico loco ni un iluminado, pese a su aspecto y maneras poco clásicas, es uno de los más respetados científicos mundiales y su tratamiento ha sido utilizado en China, en Corea del Sur, en los Países Bajos y en Lombardía. Pero recién el jueves pasado el ministro de Salud francés autorizó su tratamiento para pacientes afectados por coronavirus, que se encuentren hospitalizados.
Lo curioso del caso es que, huérfanos de otra terapia efectiva, los médicos de quince hospitales franceses lo venían prescribiendo, además del propio Raoult en su consulta del hospital Universitario de Marsella, al que acuden cientos de personas infectadas, algunos políticos entre ellos.
Esta es pues, la historia de un vergonzoso culebrón que no comenzó ayer y que terminó cuando el profesor Raoult abandonó el Consejo Científico dando un portazo, no sin antes maldecir a los presentes y predecir que los familiares de las víctimas acudirán a la justicia, si se demuestra que la fórmula propuesta funciona bien y no fue aplicada por oscuras rencillas entre el INSERM (Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica) y el IHU (Red de Institutos Hospitalo-Universitarios de Francia) al que él pertenece.
Raoult, que acaba de publicar, el 23 de marzo último, el libro: “Epidemias, verdaderos peligros y falsas alertas” en el que con su estilo irreverente critica al INSERM de reclutar a “burócratas fundamentalistas” que desconocen la práctica de la medicina y que se toman un año y medio en tomar decisiones, sostiene desde hace más de tres años un reclamo permanente con la máxima autoridad de la investigación médica, a la que acusa de hipercentralismo, y de querer reformar el estatus de los IUH a fin de rebajarles los fondos de 400 a 200 millones de euros. Es decir de restarle importancia a los investigadores científicos de provincias en detrimento de los parisinos.
Los franceses han seguido con estupor este culebrón político médico, mientras los hospitales carecen de ventiladores suficientes para asistir a los enfermos con deficiencia respiratoria. Según la experiencia de Raoult la remisión de la neumonía con la combinación hidroxycloroquina-azitromicina es efectiva para un 75% de pacientes en seis días.
Un detalle que puede ser relevante es que estos son medicamentos con décadas de existencia y, por lo tanto, se pueden conseguir genéricos a muy bajo costo.
Pero, evitemos las confusiones, no es un tratamiento contra el coronavirus en sí, sino para sanar las infecciones pulmonares que este acarrea. Para luchar contra el COVID-19 la mejor receta, hasta ahora, es quedarse en casa.
¿Por qué algunos pacientes jóvenes sin enfermedades previas
fallecen por COVID-19?
Yerson Collave García
La pandemia de COVID-19 golpea con especial fuerza a las personas mayores de 60 años y aquellas que presentan condiciones crónicas como hipertensión y diabetes, pero algunos pacientes más jóvenes sin enfermedades previas también han desarrollado cuadros graves e incluso han muerto por el nuevo coronavirus.
Los médicos y científicos aún no conocen cuáles han sido las causas para que personas que no están en grupos de riesgo terminen perdiendo la vida por el nuevo virus. Lo que se sabe hasta el momento es que del total de infectados, la cantidad de muertes de pacientes sin patologías previas no es elevada.
El neumólogo Pascual Chiarella, decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), explica a El Comercio que aún no hay suficientes datos para llegar a una conclusión en estos casos, pero que sí se debe evaluar si estos pacientes tenían una condición distinta a la hipertensión y diabetes que pudo ayudar a que desarrollaran una enfermedad grave por COVID-19.
“Hay países que están reportando cuadros severos por coronavirus en personas jóvenes. En España hubo un caso pero no se sabe específicamente si ese paciente en particular tenía una condición previa que favoreciera que la enfermedad fuera peor”, detalla Chiarella.
¿Cómo funciona el sistema inmune en estos casos?
Si bien aún no hay una vacuna disponible para afrontar la infección por el COVID-19, en la mayoría de casos el sistema inmunológico es capaz de enfrentar el virus y superar la enfermedad.
Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de un 80% de infectados desarrolla síntomas leves o es asintomático. En el resto de los casos, las defensas naturales del cuerpo dan la batalla, pero a veces esto no es suficiente.
Como explica la bióloga Libertad Alzamora, jefa del Laboratorio de Inmunología de la Universidad de San Marcos (UNMSM), “la respuesta inmunológica se clasifica en dos grandes grupos: la respuesta inmune innata y la respuesta inmune adaptativa. En el caso de este virus (Sars-CoV-2), la primera línea de defensa es la respuesta inmune innata. En esta fase existen unas moléculas que se conocen como interferones, que son las que inician una respuesta antiviral. También se activa un sistema de complemento con enzimas que actúan en cascada y que terminan finalmente ayudando a la eliminación del patógeno”.
Pero cuando esto no funciona, entra a tallar la respuesta inmune adaptativa, “aquí hablamos de células especializadas en matar a células infectadas con un virus, estas células especializadas se llaman células T citotóxicas. En paralelo se activan células b, que son las encargadas de sintetizar anticuerpos”, detalla Alzamora en una entrevista compartida por la Facultad de Ciencias Biológicas de la UNMSM.
El problema sucede, afirma la experta, cuando durante la primera fase de respuesta del sistema inmune, el virus causa un retraso en la producción de interferones, con lo cual gana tiempo para replicarse. “Eso viene a ser un primer obstáculo o evasión de una respuesta inmune efectiva que hace el virus”.
Además, una vez que se retrasa la producción de interferones y el virus se ha multiplicado, emerge una gran cantidad de virus y esto “hace que el sistema inmunológico se active violentamente”. Para la especialista, ese podría ser el motivo por el cual esta enfermedad se vuelve letal en algunos casos, incluso en aquellos en los que el paciente no presenta una patología previa.
“El sistema inmune produce una gran cantidad de citoquinas y desregula completamente el sistema. A eso se le conoce como tormenta de citoquinas. [Esa] es una inmunopatología que es causada por la desregulación del sistema inmunológico, cuando esto sucede el sistema inmunológico también puede causarnos daño y llevarnos a la muerte”, afirma Alzamora.
“El Comercio”, 28 de marzo del 2020
La urgencia, hoy, del virus solidario
Augusto Álvarez Rodrich
¿Sin lugar para los débiles?. Así, tampoco para los fuertes.
El coronavirus amenaza a todos en todo el mundo, pero si algo positivo trajo esta pandemia terrible es que repuso la importancia de la responsabilidad y de la solidaridad, no como consejos de libro de autoayuda, sino como reglas básicas de sobrevivencia.
El coronavirus tiene un efecto letal que alcanza a ricos y famosos, como lo recuerdan las noticias de artistas, príncipes, futbolistas y presidentes infectados, pero el Covid-19 con glamour no debe hacer perder de vista que los sectores más vulnerables son otros, como los ancianos; pero, también, los presos hacinados; los venezolanos que no están en ningún registro de posibles beneficiados; y, principalmente, los pobres, los que viven al día, que no tienen ahorros, y que son más de la mitad de los peruanos, casi todos de los niveles socioeconómicos D y E.
The Economist recuerda esta semana en su portada: La próxima calamidad: Covid-19 en el mundo emergente, y concluye que “está en el interés propio del mundo rico, ayudarlos”.
Si los pobres viven en casas y barrios llenos, ¿cómo guardan el distanciamiento social?; si los pobres carecen de agua, ¿cómo se lavan las manos?; si hay cuarentena, ¿cómo salen los pobres a trabajar para conseguir dinero para comprar comida? ¿Motín a la vista?
El PBI caerá en marzo en 20% y en todo 2020 en más de 5%. Su efecto se parecerá al de un Niño 2017, terremoto 2007 y crisis financiera mundial 2008- 2009, todo junto, pero en el catastrófico primer gobierno de Alan García.
No es exagerado decir que el efecto del coronavirus 2020 puede parecerse al de una guerra mundial, pero sin liderazgos responsables que trabajen por el bien común, como debiera ser, pues el enemigo es un virus contra toda la humanidad, como lo han evidenciado Trump, Johnson, Bolsonaro o AMLO.
En esa perspectiva, en adición a la disciplina y responsabilidad que todos debemos tener en nuestro comportamiento privado, hoy es crucial la solidaridad, empezando por un principio humanitario de ayudar a los sectores más vulnerables, pero, también, por el interés de toda la sociedad.
Todos juntos, la hacemos; desunidos, nos hundimos. Si en la crisis mundial de hoy no hay lugar para los débiles, tampoco habrá para los fuertes.
“La República”, 29 de marzo del 2020
La emergencia viral y el mundo de mañana. Byung-Chul Han,
el filósofo surcoreano que piensa desde Berlín
Los Estados asiáticos tienen una mentalidad autoritaria. Y los ciudadanos son más obedientes.
La lección de la epidemia debería devolver la fabricación de ciertos productos médicos y farmacéuticos a Europa.
Ha comenzado un éxodo de asiáticos en Europa. Quieren regresar a sus países porque ahí se sienten más seguros.
En la época de las ‘fake news’, surge una apatía hacia la realidad. Aquí, un virus real, no informático, causa conmoción.
Zizek afirma que el virus asesta un golpe mortal al capitalismo, y evoca un oscuro comunismo. Se equivoca.
El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong, Taiwán y Singapur hay muy pocos infectados. En Taiwán se registran 108 casos y en Hong Kong 193. En Alemania, por el contrario, tras un período de tiempo mucho más breve hay ya 15.320 casos confirmados, y en España 19.980 (datos del 20 de marzo). También Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes. Entre tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros. Los precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir billetes de vuelo para China o Corea.
Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo loco. Entre tanto también Europa ha decretado la prohibición de entrada a extranjeros: un acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente adonde nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar la prohibición de salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa. Después de todo, Europa es en estos momentos el epicentro de la pandemia.
Las ventajas de Asia
En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas.
La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.
En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para controlar las cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se dirige volando a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una multa y se la deje caer volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería distópica, pero a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China.
Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia.
Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas.
En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía.
No solo en China, sino también en otros países asiáticos la vigilancia digital se emplea a fondo para contener la epidemia. En Taiwán el Estado envía simultáneamente a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con infectados o para informar acerca de los lugares y edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya en una fase muy temprana, Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a posibles infectados en función de los viajes que hubieran hecho. Quien se aproxima en Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de la “Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares donde ha habido infectados están registrados en la aplicación. No se tiene muy en cuenta la protección de datos ni la esfera privada. En todos los edificios de Corea hay instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o en cada tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser filmado por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del material filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo de un infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados. Puede suceder que se destapen amoríos secretos. En las oficinas del ministerio de salud coreano hay unas personas llamadas “tracker” que día y noche no hacen otra cosa que mirar el material filmado por vídeo para completar el perfil del movimiento de los infectados y localizar a las personas que han tenido contacto con ellos.
Una diferencia llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. En Corea no hay prácticamente nadie que vaya por ahí sin mascarillas respiratorias especiales capaces de filtrar el aire de virus. No son las habituales mascarillas quirúrgicas, sino unas mascarillas protectoras especiales con filtros, que también llevan los médicos que tratan a los infectados. Durante las últimas semanas, el tema prioritario en Corea era el suministro de mascarillas para la población. Delante de las farmacias se formaban colas enormes. Los políticos eran valorados en función de la rapidez con la que las suministraban a toda la población. Se construyeron a toda prisa nuevas máquinas para su fabricación. De momento parece que el suministro funciona bien. Hay incluso una aplicación que informa de en qué farmacia cercana se pueden conseguir aún mascarillas. Creo que las mascarillas protectoras, de las que se ha suministrado en Asia a toda la población, han contribuido de forma decisiva a contener la epidemia.
Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus incluso en los puestos de trabajo. Hasta los políticos hacen sus apariciones públicas solo con mascarillas protectoras. También el presidente coreano la lleva para dar ejemplo, incluso en las conferencias de prensa. En Corea lo ponen verde a uno si no lleva mascarilla. Por el contrario, en Europa se dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es un disparate. ¿Por qué llevan entonces los médicos las mascarillas protectoras? Pero hay que cambiarse de mascarilla con suficiente frecuencia, porque cuando se humedecen pierden su función filtrante. No obstante, los coreanos ya han desarrollado una “mascarilla para el coronavirus” hecha de nano-filtros que incluso se puede lavar. Se dice que puede proteger a las personas del virus durante un mes. En realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni medicamentos. En Europa, por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia para conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre el personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales sin filtro con la indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo cual es una mentira. Europa está fracasando. ¿De qué sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la distancia necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible. En una situación así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo. Incluso las mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los infectados, porque entonces no lanzarían los virus afuera.
En los países europeos casi nadie lleva mascarilla. Hay algunos que las llevan, pero son asiáticos. Mis paisanos residentes en Europa se quejan de que los miran con extrañeza cuando las llevan. Tras esto hay una diferencia cultural. En Europa impera un individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta. Los únicos que van enmascarados son los criminales. Pero ahora, viendo imágenes de Corea, me he acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas que la faz descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta casi obscena. También a mí me gustaría llevar mascarilla protectora, pero aquí ya no se encuentran.
En el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros productos, se externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen mascarillas. Los Estados asiáticos están tratando de proveer a toda la población de mascarillas protectoras. En China, cuando también ahí empezaron a ser escasas, incluso reequiparon fábricas para producir mascarillas. En Europa ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras las personas se sigan aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo sin mascarillas protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de mucho. ¿Cómo se puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro en las horas punta? Y una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la conveniencia de volver a traer a Europa la producción de determinados productos, como mascarillas protectoras o productos medicinales y farmacéuticos.
A pesar de todo el riesgo, que no se debe minimizar, el pánico que ha desatado la pandemia de coronavirus es desproporcionado. Ni siquiera la “gripe española”, que fue mucho más letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía. ¿A qué se debe en realidad esto? ¿Por qué el mundo reacciona con un pánico tan desmesurado a un virus? Emmanuel Macron habla incluso de guerra y del enemigo invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos hallamos ante un regreso del enemigo? La “gripe española” se desencadenó en plena Primera Guerra Mundial. En aquel momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos. Nadie habría asociado la epidemia con una guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en una sociedad totalmente distinta.
En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.
Umbrales inmunológicos y cierre de fronteras.
Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.
Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.
La reacción pánica de los mercados financieros a la epidemia es además la expresión de aquel pánico que ya es inherente a ellos. Las convulsiones extremas en la economía mundial hacen que esta sea muy vulnerable. A pesar de la curva constantemente creciente del índice bursátil, la arriesgada política monetaria de los bancos emisores ha generado en los últimos años un pánico reprimido que estaba aguardando al estallido. Probablemente el virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado el vaso. Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor.
Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.
El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.
(*) Byung-Chul Han es un filósofo y ensayista surcoreano que imparte clases en la Universidad de las Artes de Berlín. Autor, entre otras obras, de ‘La sociedad del cansancio’, publicó hace un año ‘Loa a la tierra’, en la editorial Herder.
Traducción de Alberto Ciria.
“El País”, 22 de marzo del 2020
Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de 'Kill Bill'
y podría conducir a la reinvención del comunismo
Slavoj Zizek
La propagación continua de la epidemia de coronavirus también ha desencadenado grandes epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías de conspiración paranoicas, explosiones de racismo.
La necesidad médica fundamentada de cuarentenas encontró un eco en la presión ideológica para establecer fronteras claras y poner en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza para nuestra identidad.
Pero quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global.
A menudo se escucha especulación de que el coronavirus puede conducir a la caída del gobierno comunista en China, de la misma manera que (como el mismo Gorbachov admitió) la catástrofe de Chernobyl fue el evento que desencadenó el fin del comunismo soviético. Pero aquí hay una paradoja: el coronavirus también nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en las personas y en la ciencia.
En la escena final de 'Kill Bill 2' de Quentin Tarantino, Beatrix deshabilita al malvado Bill y lo golpea con la "Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos" , el golpe más mortal en todas las artes marciales. El movimiento consiste en una combinación de cinco golpes con la punta de los dedos a cinco puntos de presión diferentes en el cuerpo del objetivo. Después de que el objetivo se aleja y ha dado cinco pasos, su corazón explota en su cuerpo y caen al suelo.
Este ataque es parte de la mitología de las artes marciales y no es posible en un combate cuerpo a cuerpo real. Pero, volviendo a la película, después de que Beatrix lo hace, Bill tranquilamente hace las paces con ella, da cinco pasos y muere ...
Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo entre ser golpeado y el momento de la muerte: puedo tener una conversación agradable mientras me siento tranquilo, pero soy consciente de todo este tiempo que en el momento en que empiezo a caminar, mi corazón explotará. y caeré muerto
¿La idea de quienes especulan sobre cómo la epidemia de coronavirus podría conducir a la caída del gobierno comunista en China no es similar? Al igual que una especie de "Técnica del Corazón Explotante de la Palma de Cinco Puntos" en el régimen comunista del país, las autoridades pueden sentarse, observar y pasar por los movimientos de cuarentena, pero cualquier cambio real en el orden social (como confiar en la gente) resultará en su caída
Mi modesta opinión es mucho más radical: la epidemia de coronavirus es una especie de ataque de la "Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos" contra el sistema capitalista global, una señal de que no podemos seguir el camino hasta ahora, que un cambio radical es necesario.
Triste hecho, necesitamos una catástrofe
Hace años, Fredric Jameson llamó la atención sobre el potencial utópico en las películas sobre una catástrofe cósmica (un asteroide que amenaza la vida en la Tierra o un virus que mata a la humanidad). Tal amenaza global da lugar a la solidaridad global, nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes, todos trabajamos juntos para encontrar una solución, y aquí estamos hoy, en la vida real. El punto no es disfrutar sádicamente el sufrimiento generalizado en la medida en que ayuda a nuestra causa; por el contrario, el punto es reflexionar sobre un hecho triste de que necesitamos una catástrofe para que podamos repensar las características básicas de la sociedad en la que nos encontramos. En Vivo.
El primer modelo vago de una coordinación global de este tipo es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no obtenemos el galimatías burocrático habitual sino advertencias precisas proclamadas sin pánico. Dichas organizaciones deberían tener más poder ejecutivo.
Los escépticos se burlan de Bernie Sanders por su defensa de la atención médica universal en los EE. UU. ¿Es la lección de la epidemia de coronavirus que no se necesita aún más, que debemos comenzar a crear algún tipo de red GLOBAL de atención médica?
Un día después de que el Viceministro de Salud de Irán, Iraj Harirchi, apareciera en una conferencia de prensa para minimizar la propagación del coronavirus y afirmar que las cuarentenas masivas no son necesarias, hizo una breve declaración admitiendo que ha contraído el coronavirus y se aisló (ya durante su primera aparición en televisión, había mostrado signos de fiebre y debilidad). Harirchi agregó: "Este virus es democrático y no distingue entre pobres y ricos o entre estadista y ciudadano común".
En esto, tenía razón: todos estamos en el mismo bote. Es difícil pasar por alto la ironía suprema del hecho de que lo que nos unió a todos y nos empujó a la solidaridad global se expresa a nivel de la vida cotidiana en órdenes estrictas para evitar contactos cercanos con los demás, incluso para aislarse.
Y no estamos lidiando solo con amenazas virales: otras catástrofes se avecinan en el horizonte o ya están ocurriendo: sequías, olas de calor, tormentas masivas, etc. En todos estos casos, la respuesta no es pánico, sino un trabajo duro y urgente para establecer algún tipo de eficiente coordinación global.
¿Solo estaremos seguros en la realidad virtual?
La primera ilusión para disiparse es la formulada por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, durante su reciente visita a la India, donde dijo que la epidemia se reduciría rápidamente y que solo tenemos que esperar el pico y luego la vida volverá a la normalidad.
Contra estas esperanzas demasiado fáciles, lo primero que hay que aceptar es que la amenaza llegó para quedarse. Incluso si esta ola retrocede, reaparecerá en nuevas formas, quizás incluso más peligrosas.
Por esta razón, podemos esperar que las epidemias virales afecten nuestras interacciones más elementales con otras personas y objetos que nos rodean, incluidos nuestros propios cuerpos: evite tocar cosas que puedan estar (invisiblemente) sucias, no toque los ganchos, no se siente en asientos de inodoros o bancos públicos, evite abrazar a las personas o estrecharles la mano. Incluso podríamos ser más cuidadosos con los gestos espontáneos: no te toques la nariz ni te frotes los ojos.
Por lo tanto, no solo el estado y otras agencias nos controlarán, también debemos aprender a controlarnos y disciplinarnos. Tal vez solo la realidad virtual se considere segura, y moverse libremente en un espacio abierto estará restringido a las islas propiedad de los ultra ricos.
Pero incluso aquí, a nivel de realidad virtual e internet, debemos recordar que, en las últimas décadas, los términos "virus" y "viral" se utilizaron principalmente para designar virus digitales que estaban infectando nuestro espacio web y de los cuales no nos dimos cuenta, al menos hasta que se desató su poder destructivo (por ejemplo, de destruir nuestros datos o nuestro disco duro). Lo que vemos ahora es un retorno masivo al significado literal original del término: las infecciones virales funcionan de la mano en ambas dimensiones, real y virtual.
Regreso del animismo capitalista
Otro fenómeno extraño que podemos observar es el retorno triunfal del animismo capitalista, de tratar los fenómenos sociales como los mercados o el capital financiero como entidades vivientes. Si uno lee nuestros grandes medios, la impresión es que lo que realmente debería preocuparnos no son miles de personas que ya murieron (y miles más que morirán) sino el hecho de que "los mercados se están poniendo nerviosos". El coronavirus perturba cada vez más el buen funcionamiento del mercado mundial y, como escuchamos, el crecimiento puede caer en un dos o tres por ciento.
¿Todo esto no indica claramente la necesidad urgente de una reorganización de la economía global que ya no estará a merced de los mecanismos del mercado? No estamos hablando aquí sobre el comunismo a la antigua usanza, por supuesto, sino sobre algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario. Los países pudieron hacerlo en el contexto de la guerra en el pasado, y todos nos estamos acercando efectivamente a un estado de guerra médica.
Además, tampoco debemos tener miedo de notar algunos efectos secundarios potencialmente beneficiosos de la epidemia. Uno de los símbolos de la epidemia son los pasajeros atrapados (puestos en cuarentena) en grandes cruceros; me siento bien al margen de la obscenidad de dichos barcos. (Solo tenemos que tener cuidado de que viajar a islas solitarias u otros centros turísticos exclusivos no vuelva a ser el privilegio de unos pocos ricos, como lo fue hace décadas con el vuelo). La producción de automóviles también se ve seriamente afectada por el coronavirus, que no es demasiado malo, ya que esto puede obligarnos a pensar en alternativas a nuestra obsesión con los vehículos individuales. La lista continua.
En un discurso reciente, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, dijo: “No hay tal cosa como un liberal. Un liberal no es más que un comunista con un diploma ".
¿Qué pasa si lo contrario es cierto? ¿Si designamos como "liberales" a todos aquellos que se preocupan por nuestras libertades, y como "comunistas" a aquellos que son conscientes de que solo podemos salvar estas libertades con cambios radicales ya que el capitalismo global se acerca a una crisis? Entonces deberíamos decir que, hoy, aquellos que todavía se reconocen a sí mismos como comunistas son liberales con un diploma, liberales que estudiaron seriamente por qué nuestros valores liberales están bajo amenaza y se dieron cuenta de que solo un cambio radical puede salvarlos.
Slavoj Zizek. Es un filósofo cultural. Es investigador sénior en el Instituto de Sociología y Filosofía de la Universidad de Ljubljana, profesor distinguido global de alemán en la Universidad de Nueva York y director internacional del Instituto Birkbeck para las Humanidades de la Universidad de Londres.
En: “RT.com”, 27 de febrero del 2020
El orientalista de Oriente: las fracturas en el
texto viral de Byung-Chul Han
Santiago Villa
El revuelo está plagado de redundancias y culebras que se muerden la cola. Se hizo viral un artículo sobre una crisis viral, escrito por un asiático que simplifica lo asiático, y que fustiga las medidas tomadas por los europeos a pesar de que su país de residencia, Alemania, ha dado una de las mejores respuestas del mundo al COVID-19.
Sabía de Byung-Chul Han, pero aún no me había animado a leer sus libros. Temía que fuera otro filósofo de moda cuya popularidad va aupada por el exotismo. Desde la década de los noventa, al menos, hay una tendencia a dejarse seducir por la sabiduría revelada tras un nombre a menudo oriental, para que los occidentales desencantados de Occidente fetichicen la crisis de confianza en su victoria. El cosmopolitismo como anticuerpo para la globalización.
Así que esperaba decepcionarme: lo que no pensaba era chocar con que Byung-Chul Han era un orientalista. Su artículo, La emergencia viral y el mundo de mañana, es un reciclaje de viejos prejuicios en el odre nuevo del coronavirus, y una lectura superficial de cómo ha evolucionado la pandemia.
En sus tres mil palabras, Han aturde con un caleidoscopio de afirmaciones cojas y efectistas, para quejarse de la soberanía del Estado-nación, del big data, de la vigilancia digital, de Slavoj Žižek, de que los europeos no usen mascaritas, de que la gente le tenga miedo al coronavirus, y obviamente, de las redes sociales y del capitalismo.
La carta angular del castillo de naipes de Han es la dicotomía Oriente/Occidente, Asia/Europa. Asia es autoritaria, mientras Europa es individualista; Asia se tapa el rostro, mientras Europa lo libera; Asia vive en el futuro de la ciencia ficción distópica, mientras Europa la observa con una mezcla de fascinación y estremecimiento.
Son lugares comunes de folleto, que desconocen la diversidad de un continente que incluye a Filipinas, Mongolia, Vietnam, Malasia y Nepal. La «Asia» de Han se limita a Japón, Corea del Sur (¿y del Norte, supongo?), Singapur, Hong Kong, Taiwán y China, asumiendo que Hong Kong y Taiwán no hacen parte de China, pero eso ya es complejidad mayúscula. Dejémoslo de lado. Para seguir a Han, basta con entender que Asia es aquellos lugares que tienen una tradición cultural confucionista.
De nuevo agarran al pobre y manido Confucio para explicar la cultura de los asiáticos. Uno pensaría que el confucionismo, como elemento de dilucidación genérica, era algo de lo que echaban mano los occidentales pedantes que medio asomaban la nariz en China, para posar de especialistas. Lo frustrante es que Byung-Chul Han a menudo suena como uno de ellos. Decir que la cultura autoritaria china se debe al confucianismo resulta tan elástico, como decir que la cultura occidental democrática se debe a las reformas de Solón. Y extender ese juicio no solo a China, sino también a Japón, Singapur, Corea, Hong Kong, Taiwán o Singapur, es tan englobante y torpe como decir que el Medio Oriente es misógino porque es musulmán. Una cosa estará relacionada de manera más o menos difusa con la otra, pero la causalidad perezosa parece sacada de una edición ochentera de la revista Foreign Affairs.
Es curioso que Byung-Chul Han, supuestamente un filósofo heredero del posmodernismo, sea incapaz de hacer la genealogía de un concepto que lo pide a gritos: eso que el autoritarismo es un valor asiático. La omnipresencia de equiparar los llamados «valores asiáticos» autoritarios, «confucionistas», que impulsan el crecimiento económico, en oposición al caos individualista de Occidente, nació sobre todo en la Singapur de los años 1980, según investigadores en Estudios Asiáticos como Jana S. Rošker, de la Universidad de Ljubjana, y Mark R. Thompson, director del Departamento Internacional de Estudios Asiáticos de la Universidad de Hong Kong. Fue una construcción del Partido de Acción Popular de Singapur, para justificar una serie de medidas draconianas y autoritarias que le permitieran mantenerse en el poder.
De hecho, Thompson sostiene que la política autoritaria asiática contemporánea, más que ser herencia de Confucio, es herencia del país donde vive Han: Alemania. A finales del siglo XIX y principios del XX, el imperio del káiser Guillermo II impuso un fuerte estado burocrático como la estructura que aseguraría el rápido crecimiento económico. Para dibujar una secuencia burda en dos oraciones, este modelo fue adoptado a su manera por el Japón de la restauración Meiji, que precisamente quería alejarse de filosofías anticuadas como el confucionismo chino, y así acceder a la preciada modernidad. Singapur lo adoptó de Japón en el siglo XX, y el Partido Comunista de China copió el modelo de Singapur después de la muerte de Mao Zedong. Es decir, que los «valores orientales» de Han tienen algo de occidental, pero lo asociaron con el confucionismo para darle un sabor local, hacerlo un «valor asiático». Et voilà: deconstrucción de la dicotomía.
Casi una quinta parte del artículo de Han está dedicado a comentar sobre el sistema de créditos sociales en China, pero el coreano demuestra que no entiende bien cómo funciona dicho sistema. En primer lugar, aún no está operando del todo y no se sabe cómo será, en caso que efectivamente se adopte en todo el país.
Segundo, no depende solo de la vigilancia tecnológica. El tradicional espionaje de vecinos sigue siendo fundamental. En la aldea de Jiakang Majia, uno de los lugares piloto para el programa, es un asunto de lápiz y papel. Diez aldeanos «recolectores de información» hacen anotaciones en unas tablas que luego otra aldeana, sepultada bajo torres de documentos, reúne durante jornadas de labores manuales tediosas (Byung-Chul Han tal vez diría que los orientales son culturalmente más aptos para el trabajo manual tedioso), y finalmente entrega a los funcionarios locales del Partido Comunista.
Los ciudadanos chinos tampoco son receptores pasivos de estas innovaciones. En algunos lugares, como el condado de Suining, la iniciativa piloto fracasó porque causó mucho descontento popular. Es la falacia del muñeco de paja: el sistema de créditos del que Han habla en su artículo es una simplificación occidental. Si se parte de los lugares comunes que se repiten en Europa, no se ven los matices de la realidad china.
Quizás para hacer más sostenible su tesis y darle una pátina de credibilidad, Han trata de hacer prestidigitación argumentativa. Necesita que los asiáticos sean personas más dispuestas que los occidentales a abandonar su privacidad y sus datos, para decir que por ello Asia ha sido más efectiva luchando contra el coronavirus. Es acomodar las premisas para sostener una conclusión a la que ya había llegado, independientemente de las evidencias.
Dado que la protección de datos funciona de manera distinta en todos los países asiáticos, usa China como común denominador: los chinos no protegen sus datos, entonces los asiáticos no protegen sus datos. Luego da ejemplos de aplicaciones taiwanesas y coreanas para hacer seguimiento a los infectados. Quizás haya una correlación, pero Han no se molesta por demostrarla. Tampoco de comparar cuán fácilmente los occidentales también entregamos nuestros datos. Será que los filósofos están por encima de algo tan mundano como el rigor.
Ahora bien, por supuesto que China ha implementado unas medidas extraordinarias de vigilancia digital y física, impulsadas por el autoritarismo estatal. Lo que aún no es claro es qué tan efectivo ha sido para reducir la cantidad de infectados, en comparación a la estrategia de Europa (o algunos países de Europa, no todos), que consta de pruebas masivas, cuarentenas y cierres de fronteras, estrategias que Han olvida también se aplicaron en Asia.
La etapa en la que está Europa ahora, en marzo, es la que padecía Asia en febrero, aproximadamente. Es muy pronto para decir que Asia tuvo éxito y Europa fracasó. Eso nadie lo sabe. Byung-Chul Han se planta en unas conclusiones apresuradas que ni siquiera los expertos se atreven a sugerir.
Por lo pronto, parece que Alemania lo está haciendo bien. Gracias a su rigurosidad haciendo exámenes de coronavirus, cuarentena y medidas de hospitalización tempranas, tiene una de las tasas de mortandad más bajas del mundo. Más que Confucio, quien tiene la clave para derrotar al coronavirus parece ser el Káiser.
Lo que Han afirma sobre las máscaras me parece tan extraño, que raya con lo soso. Sugiere que los europeos no quieren usar las máscaras porque son individualistas y eso ha propagado el virus. En realidad, parece que el problema no es que los europeos se nieguen a llevarlas, sino que hay escasez mundial. Recordemos: el virus golpeó primero a Asia. Sea como fuere, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha repetido que las máscaras son útiles para que los contagiados no propaguen el virus y proteger a quienes están trabajando con ellos en hospitales; pero Han quiere que creamos más en su intuición que en las recomendaciones de la OMS.
Los párrafos finales del artículo son contradictorios. Han dice que en nuestras sociedades desapareció el concepto del enemigo, pero estamos en tiempos que eligen al presidente de los Estados Unidos porque propone hacer un muro en la frontera con México, que el Reino Unido quiere salirse de la Unión Europea para que no entren más inmigrantes, que China practica la limpieza y reeducación étnica en Xinjiang, que los rohinyá son desplazados de Myanmar a sangre y fuego, que Rusia anexa territorios extranjeros como si estuviéramos en el siglo XIX, que India está pasando leyes de máxima discriminación al musulmán. La secuencia lógica parece, al menos, despistada. No sé si me pierdo de algo, pero la realidad no computa con sus conclusiones. Son tantas las inconsistencias entre sus premisas y lo que efectivamente sucede, que me pregunto si Byung-Chul Han y yo vivimos en el mismo planeta. Y si no, prefiero vivir en ese. Es un lugar estupendo. ¿Será porque es un planeta llamado Berlín?
El suyo es además un mundo donde el pánico por el virus es una reacción exagerada. Quizás sea poca cosa que, si este virus se propaga sin controles, probablemente la mayoría de las personas mayores de 70 años que viven en las grandes ciudades mueran en el lapso de un año y pico, y los hospitales queden hacinados durante meses por una horda de enfermos pulmonares. Han tiene 61 años, así que esos 9 de diferencia quizás le generen cierta inmunidad emocional hacia la posibilidad –bastante cercana– de una muerte masiva. No verá que estamos haciendo todos estos sacrificios para proteger a una generación que prácticamente es la suya. Por mí que me dé el coronavirus, me da igual, yo estoy en cuarentena para proteger a los adultos mayores.
Lo que Han habría podido explorar, y esto sí es un tremendo cambio en nuestro concepto de civilización, son los riesgos económicos que asumimos para proteger y cuidar a los ancianos. Somos una civilización que creó enormes cargas pensionales y en el sistema de salud, y está arriesgando un colapso económico, para proteger a sus viejos. Es un altruismo generacional que niega toda lógica de Charles Darwin y Adam Smith, así como la conclusión de Han, de que el virus es un detonante del egoísmo, no de las emociones comunitarias. En otras sociedades del pasado habríamos dejado que murieran. No arriesgaríamos la prosperidad del imperio por ellos.
A juzgar por situaciones similares en el pasado, la muerte en masa no impulsa una revolución. Las epidemias fueron uno de los detonantes para la caída de varias dinastías chinas, pero un cambio de dinastía no es un cambio de sistema. La economía de mercado depende de la comunicación y la seguridad en el futuro. El dinero es el más profundo voto de confianza por la estabilidad de un sistema. Cuando la comunicación se corta del todo y la economía de mercado colapsa, se vuelve a la autosuficiencia agraria. No sé si al comunismo o al feudalismo. Supongo que es más probable que terminemos en lo segundo. El comunismo exige demasiada burocracia y misticismo. El feudalismo es más intuitivo.
Quizás no se desbarate el sistema globalizado capitalista, pero desde la Guerra Fría no hemos estado tan cerca de ese quiebre. Imaginemos que las tasas de mortandad del coronavirus, por una mutación cualquiera, pasen de tres a 25 por ciento, ¿qué nos quedaría entonces de este dichoso sistema? Por ahora, cualquier predicción no es más que una apuesta. Curiosamente, la apuesta final de Byung-Chul Han es una exhortación kantiana («somos NOSOTROS, PERSONAS, dotadas de RAZÓN quienes tenemos que repensar el capitalismo destructivo… para salvar el clima y nuestro bello planeta»). Han no es un asiático posmoderno: es un filósofo del romanticismo alemán.
Revista “El Estornudo.com”, 25 de marzo del 2020
La crisis de salud urge a prepararnos contra la mutación climática
Bruno Latour
La inesperada coincidencia entre un encierro general y el período de Cuaresma sigue siendo muy bienvenida para aquellos a quienes se les ha pedido, por solidaridad, que no hagan nada y que estén detrás de las líneas del frente. Este ayuno forzado, este Ramadán secular y republicano, puede ser una gran oportunidad para reflexionar sobre lo que es importante y lo insignificante… Es como si la intervención del virus pudiera servir como un ensayo general para la próxima crisis, una donde la reorientación de las condiciones de vida surgirá para todo el mundo, y para todos los detalles de la vida diaria que tendremos que aprender a resolver cuidadosamente. Hipotetizo, como muchos, que la crisis del sistema de salud prepara, induce y urge a prepararse a las personas para la mutación climática. Tal hipótesis necesita todavía probarse.
Lo que autoriza la secuencia de las dos crisis es la comprensión repentina y dolorosa de que la definición clásica de sociedad –los humanos entre ellos– no tiene sentido. El estado de lo social depende en todo momento de las asociaciones entre muchos actores, la mayoría de los cuales no son humanos. Esto es cierto para los microbios, como hemos sabido desde Pasteur, pero también para Internet, la ley, la organización de hospitales, las capacidades estatales y el clima. Y, por supuesto, a pesar de la confusión en torno a un “estado de guerra” contra el virus, es solo uno de los eslabones de una cadena donde el manejo de las máscaras o las existencias de prueba, la regulación de derechos de propiedad, hábitos cívicos, gestos de solidaridad, cuentan exactamente lo mismo para definir el grado de virulencia del agente infeccioso.
Una vez que se tiene en cuenta toda la red, de la cual es solo un eslabón, el mismo virus no actúa de la misma manera en Taiwán, Singapur, Nueva York o París. La pandemia no es más un fenómeno “natural” que las hambrunas de antaño o la actual crisis climática. Hace mucho que la sociedad no se mantiene dentro de los estrechos límites de lo social.
Dicho esto, no está claro para mí que el paralelo vaya mucho más allá. Porque finalmente, las crisis de salud no son nuevas, y la intervención rápida y radical del Estado no parece innovar tanto. Es suficiente ver el entusiasmo del presidente Macron para respaldar la figura del jefe de Estado que tan patéticamente se ha perdido. Mucho mejor que los ataques terroristas, que después de todo son solo asunto de la policía, las pandemias despiertan, entre los líderes y entre los liderados, una especie de evidencia: “debemos protegerte”, “debes protegernos”, que recarga la autoridad del Estado y le permite exigir lo que, en cualquier otra circunstancia, sería recibido por disturbios.
Pero este Estado no es el del siglo XXI y las mutaciones ecológicas, es el del siglo XIX y lo que comúnmente se llama “biopoder”. Para hablar como el difunto estadístico Alain Desrosières, este es el Estado de lo que bien se denomina estadística: la gestión de poblaciones en una cuadrícula territorial vista desde arriba y dirigida por un poder de expertos. Exactamente lo que vemos resucitado hoy, con la única diferencia de que se replica cada vez más hasta el punto de convertirse en planetario.
La originalidad de la situación actual, me parece, es que, al permanecer encerrados en casa mientras que afuera solo existe la extensión de los poderes de la policía y las sirenas de las ambulancias, colectivamente jugamos una forma de caricatura de la figura de biopoder que parece haber salido directamente de un curso del filósofo Michel Foucault. Ni siquiera existe la destrucción de la gran cantidad de trabajadores invisibles obligados a trabajar de todos modos para que otros puedan continuar escondiéndose en sus hogares, sin mencionar a los inmigrantes que son imposibles de fijar. Pero precisamente, esta caricatura es la de una era que ya no es la nuestra.
Es que hay un inmenso abismo entre el Estado capaz de decir “Te protejo de la vida y la muerte”, es decir, de la infección por un virus cuyo rastro no es conocido sino solo por los científicos y cuyos efectos son entendibles solo por la recopilación de estadísticas, y el Estado que se atrevería a decir “Te protejo de la vida y la muerte, porque mantengo las condiciones de habitabilidad de todos los vivos de quienes dependes “.
Hágase el experimento mental: imagine que el presidente Macron vino a anunciarle, en el mismo tono de Churchill, una serie de medidas para dejar las reservas de gas y petróleo en el suelo, para detener la comercialización de pesticidas, para suprimir la labranza intensiva y, audazmente, prohibir calentar a los fumadores en la terraza de los bares … Si el impuesto a la gasolina provocó el movimiento de “chalecos amarillos”, ay, nos estremecemos ante la idea de disturbios que incendiarían el país. Y, sin embargo, el requisito de proteger a los franceses por su propio bien contra la muerte está infinitamente más justificado en el caso de la crisis ecológica que en el caso de la crisis de salud, porque se trata literalmente de todo el mundo, y no unos pocos miles de humanos, y no por un tiempo, sino para siempre.
Ahora podemos sentir que este Estado no existe. Y lo que es más preocupante es que no está claro cómo se prepararía para pasar de una crisis a la siguiente. En la crisis de salud, la administración tiene un papel educativo bastante clásico, y su autoridad coincide perfectamente con las viejas fronteras nacionales: el arcaísmo del retorno a las fronteras europeas es una prueba dolorosa.
Para la mutación ecológica, la relación se invierte: es la administración la que debe aprender de un pueblo multiforme, en múltiples escalas, cómo podría ser la vida en territorios completamente redefinidos por el requisito de salir de la producción globalizada actual. Esta sería completamente incapaz de dictar medidas desde arriba. En la crisis de salud, es el bravo pueblo el que debe volver a aprender, como en la escuela primaria, a lavarse las manos y a toser en el codo. Para la mutación ecológica, es el Estado el que se encuentra en una situación de aprendizaje.
Pero hay otra razón por la cual la figura de “la guerra contra el virus” se hace incomprensible: en la crisis de salud, tal vez sea cierto que los humanos en su conjunto “luchan contra” los virus, incluso si estos no tienen interés alguno por nosotros y avanzan de la garganta a la nariz matándonos sin culpa alguna.
La situación se invierte trágicamente en la mutación ecológica: esta vez, el agente patógeno cuya terrible virulencia ha modificado las condiciones de existencia de todos los habitantes del planeta, no es en absoluto el virus, ¡son los humanos! Y no todos los humanos, sino algunos, que nos hacen la guerra sin declarárnosla. Para esta guerra, el Estado nacional está tan mal preparado, tan mal calibrado, tan mal diseñado como sea posible, porque los frentes son múltiples y nos atraviesan. Es en este sentido que la “movilización general” contra el virus no prueba de ninguna manera que estaremos listos para el próximo. No son solo los militares los que siempre llegan tarde a la guerra.
Pero aún así, nunca se sabe, un tiempo de Cuaresma, incluso uno secular y republicano, puede conducir a conversiones espectaculares. Por primera vez en años, millones de personas, varadas en casa, encuentran este lujo olvidado: tiempo para reflexionar y discernir lo que generalmente los hace inquietarse innecesariamente en todas las direcciones. Respetemos este largo e inesperado ayuno.
(Traducción de Matheus Calderón)
En: “calderon094.wordpress.com”, 26 de marzo del 2020
¿Qué va a nacer?
Jacques Attali
Lo más urgente en estos momentos es controlar los dos tsunamis que se ciernen sobre el planeta; el sanitario y el económico. No se puede asegurar que vayamos a conseguirlo pero si fracasamos nos espera un futuro muy oscuro. Lo peor no puede ser predicho. Y, para apartar ese escenario, hay que mirar a lo lejos, hacia delante y hacia atrás, para comprender lo que está en juego:
Cada epidemia importante ha ocasionado desde hace mil años cambios esenciales en la organización política de las naciones y en la cultura que sustentaba esa organización. Se puede por ejemplo decir, (sin querer reducir a la nada la complejidad de la historia), que la gran epidemia de peste del siglo XIV (de la que sabemos que redujo en un tercio la población de Europa) contribuyó a que se cuestionara de forma radical en el Viejo Continente la posición política de lo religioso y a que la policía se erigiera como único medio eficaz para proteger la vida de las personas. Tanto el Estado moderno como la mentalidad científica nacen como consecuencias de ello, como ondas de choque de esta inmensa tragedia sanitaria. Ambos provienen además de la misma fuente: la crisis de la autoridad religiosa y política de la Iglesia, incapaz de salvar vidas e incluso de dar un sentido a la muerte. El policía sustituyó al cura.
Lo mismo ocurrió en el siglo XVIII cuando el médico reemplazó a su vez al policía como la mejor defensa contra la muerte.
Hemos pasado por lo tanto en espacio de algunos siglos de una autoridad basada en la fe a una autoridad basada en el respeto de la fuerza para llegar a una autoridad más eficaz basada en el respeto del Estado de derecho.
Si recurriéramos a otros ejemplos, podríamos concluir que cada vez que una pandemia devasta un continente, desacredita además el sistema de creencias y de control que ha sido incapaz de impedir la muerte de cantidades ingentes de personas; y los supervivientes se vengan de sus amos poniendo patas arriba su relación con la autoridad.
Si los poderes actualmente presentes en Occidente se revelan incapaces de controlar la tragedia que está comenzando, todas las estructuras de poder, todos los fundamentos ideológicos de la autoridad entrarán en crisis para luego ser reemplazados después de un periodo oscuro por un nuevo modelo fundado en otro tipo de autoridad y por la confianza en otro sistema de valores. En otras palabras, el sistema de autoridad basado en la protección de los derechos individuales puede acabar colapsando. Y, con él, los dos mecanismos que estableció: el mercado y la democracia; dos maneras de gestionar el reparto de los recursos escasos sin dejar de respetar los derechos individuales.
Si los sistemas occidentales fracasan, es posible que no se establezcan únicamente regímenes autoritarios de vigilancia que harían un uso muy eficaz de las tecnologías de inteligencia artificial, sino también regímenes autoritarios en lo que se refiere al reparto de los recursos. (Esto comienza de hecho a producirse en los lugares más insospechados: en Manhattan nadie tenía derecho de comprar más que dos paquetes de arroz anteayer).
Afortunadamente, otra de las lecciones que puede sacarse de este tipo de crisis es que el deseo de vivir siempre prevalece y que, al final, los humanos acaban por derribar todo lo que les impide gozar de su breve paso por la tierra.
Cuando la epidemia sea cosa del pasado, veremos nacer (después de un momento de cuestionamiento muy profundo de la autoridad, una fase de regresión de ésta para tratar de mantener las estructuras de poder existentes y una fase de cobarde alivio), una nueva forma de legitimación de la autoridad; no estará basada ni en la fe, ni en la fuerza, ni en la razón (sin duda tampoco estará basada en el dinero, último avatar de la razón). El poder político estará entre las manos de aquellos que sepan mostrar el mayor grado de empatía hacia los demás. Los sectores económicos dominantes serán de hecho también los de la empatía: la salud, la hospitalidad, la alimentación, la educación, la ecología. Todo ello apoyándose, evidentemente, en las grandes redes de producción y de circulación de la energía y de la información, necesarias para toda hipótesis.
Cesaremos de comprar frenéticamente cosas inútiles y se producirá una vuelta a lo esencial, que es hacer un mejor uso del tiempo de que disponemos en este planeta, que aprenderemos a valorar como algo escaso y precioso. Nuestro papel consiste en hacer posible que esta transición sea lo menos accidentada posible en lugar de un campo de ruinas. Cuanto antes pongamos en marcha esa estrategia, antes podremos salir de esta pandemia y de la terrible crisis económica resultante.
Jacques Attali fue consejero especial de François Mitterrand y fundador del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo. La publicación de este artículo es fruto de la colaboración con la revista Alternativas Económicas.
(Traducción de Carlos Pfretzschner)
En: “lavanguardia.com”, 23 de marzo del 2020
Estrategia diferenciada
Janice Seinfeld
La decidida actuación del Gobierno Peruano frente al COVID-19 viene siendo destacada en el país y en el extranjero. En un contexto mundial carente de liderazgos globales para plantear agendas unificadas, donde cada gobierno avanza con medidas dispares para combatir este brote, la respuesta peruana está siendo rápida, contundente y con la prioridad clara: proteger la salud de los peruanos y peruanas.
Sin embargo, hay un asunto que tenemos que visibilizar: hoy, los servicios de salud no solo están combatiendo esta emergencia nacional. Tienen también el enorme reto de, simultáneamente, satisfacer las necesidades de atención de personas con otras enfermedades como las crónicas –cáncer, diabetes, insuficiencia renal, etc.– y las contingencias que se presentan en el tiempo –urgencias y emergencias, por ejemplo–.
La experiencia de China confirma la importancia de atender en espacios distintos a quienes presentan síntomas no vinculados con el COVID-19. Y esto se logra mediante la asignación de establecimientos diferenciados y el triaje: la valoración inicial del paciente por la que se decide cómo se le tratará en función de su estado.
En España e Italia, donde la magnitud del contagio colapsó la capacidad de sus sistemas de salud –considerados entre los mejores del mundo–, los pacientes crónicos no urgentes no pueden ser atendidos en centros diferenciados. Alemania, que destaca por su baja mortalidad, tiene una oferta sanitaria similar a la de Singapur y Corea del Sur, con “espalda” para soportar y controlar esta ola. En Reino Unido y Estados Unidos se recomienda distanciar a los pacientes de los hospitales y, en la medida de lo posible, asistirlos empleando la telemedicina, aunque la crisis está también poniendo a prueba la capacidad de sus sistemas.
En el Perú, este flujo diferenciado de atención viene siendo abordado, sobre todo, por Essalud, que está seleccionando instituciones prestadoras de servicios de salud para consultas no ligadas al COVID-19. Por ejemplo, la atención para aseguradas embarazadas del hospital Rebagliati se está trasladando a la clínica Cada Mujer, en Jesús María.
En hospitales y policlínicos de Lima y regiones, Essalud ha instalado unidades de triaje diferenciado exclusivamente para sintomáticos respiratorios. Ahí aplican, siguiendo el protocolo, los hisopados y las pruebas rápidas. Según los resultados, se determina si se requiere hospitalización de aislamiento y observación, sea en hospitales o en la Villa Panamericana, donde se han equipado 900 camas y un centro médico de urgencias. Para los casos más graves, se están reforzando las unidades de cuidados intensivos (UCI), cuya demanda aumentará en las próximas semanas dada la conocida progresión de este coronavirus.
Es importante que el Ministerio de Salud, como ente rector, comunique el despliegue de su estrategia para articular la acción en todas las regiones del país. Por ahora, se sabe que está ampliando los hospitales de Ate y Villa El Salvador para tener 200 camas UCI COVID-19 en cada uno.
Para hacer el sistema eficiente y descongestionarlo de consultas de pacientes crónicos, hay dos medidas que debemos implementar con rapidez.
Primero, apelemos a la telemedicina. En nuestro país, está la demanda de garantizar que a ambos lados de la consulta se cuente con un profesional de la salud con las credenciales adecuadas. Por tanto, urge revisar la normativa y la cobertura de este servicio para poder aumentar estas atenciones, más aún con escenarios de aislamiento social que persistirán en el futuro.
Segundo, debemos imitar la iniciativa de Essalud denominada Farmacia Vecina, que convoca a farmacias y boticas privadas de Lima para ayudar a descentralizar el despacho de medicamentos. Los establecimientos farmacéuticos reciben las recetas de cada asegurado para que puedan recoger sus medicinas en lugares cercanos a su hogar y con menores riesgos para su salud. Las grandes cadenas de boticas tendrían que sumarse a este esfuerzo, que debe permanecer superada la emergencia y extenderse a todo el país.
Pasado este escenario de crisis, debemos profundizar los esquemas de colaboración público-privados con el objetivo de que el ciudadano acceda a servicios más eficientes. Así, se aligera la carga operativa del Estado y se permite al sector privado desplegar sus competencias y desarrollar nuevo conocimiento. Todos ganamos. No esperemos a que otra amenaza nos haga llegar a esta misma conclusión.
Después del 12 de abril
Fernando Cáceres Freyre
Muchos piensan que cuando acabe la cuarentena, nuestras vidas volverán a la normalidad. Olvídenlo. La gran cuestión es cómo hacer, a partir del 13 de abril, para compaginar dos objetivos: tener el menor impacto posible en la salud pública y a la vez no destruir nuestro tejido productivo.
Según Imperial College London (2020), la única manera de evitar rebrotes que hagan colapsar el sistema de salud es mediante la aplicación de medidas drásticas de aislamiento social, el cierre de escuelas y universidades, y que quienes den positivo se recluyan por completo. Lo cual implicaría dos meses de cuarentena a cambio de mayores libertades a lo largo de 18 meses (mientras esta lista la vacuna). ¿Se imaginan el impacto en nuestra sociedad y economía?
La crítica que se hace a este análisis es que no considera la opción de realizar pruebas masivas para aislar desde temprano a quienes presenten síntomas y descartar a quienes no estén infectados. La estrategia aplicada en Corea del Sur, Singapur y China (Pueyo, 2020).
De más está decir que esta alternativa supone aprovechar al máximo todo este tiempo para implementar más camas UCI, adquirir más pruebas moleculares y rápidas, e incrementar el capital humano disponible. ¿Alguien dijo contratar a los médicos y enfermeros venezolanos que hoy no están autorizados para ejercer?
Bajo esta estrategia, llamada el martillo y la danza (Pueyo), una vez terminado el período del martillo, en que estamos aplanando la curva, la estrategia durante el período de la danza es desplegar un sistema de inteligencia que permita identificar masivamente a los infectados y a quienes hayan estado en contacto con ellos para aislarlos. De ahí que la idea de implementar la Villa Panamericana para casos que no sean graves tiene mucho sentido.
A ello, habría que sumar varias restricciones que tendrían que continuar por un tiempo: prohibición de estadios y espectáculos, reducción de aforos en oficinas para mantener distancia social, etc.
Esta parece ser la única alternativa que no es catastrófica para la economía, pues la opción que plantea ICL no sería sostenible para mantener nuestro tejido socioeconómico, y casi supondría tener que hacer un borrón y cuenta nueva.
Tengo la impresión de que el Gobierno entiende perfectamente la importancia de que no se desmiembre nuestra economía, al anunciar S/30.000 millones de gasto para que no se corte la cadena de pagos. Un “lujo” gracias a la disciplina fiscal de varias décadas.
En todo caso, lo que deberíamos ir aceptando es que, a partir del 13 de abril, la recuperación de nuestras libertades deberá ser muy gradual, a fin de que no cultivemos nuevos brotes a lo largo de los 18 meses por venir y podamos seguir –parcialmente– con la economía.
“El Comercio”, 31 de marzo del 2020
Estado de emergencia solidario
Denise Ledgard (PNUD)
Con la aparición de los primeros casos de COVID-19 en Perú, el gobierno adoptó medidas para controlar su expansión y contagio, y para que nos encuentre en mejores condiciones para enfrentarlo, pues la situación sanitaria por la pandemia requiere de sistemas con suficiente capacidad de respuesta, que en nuestro país es una deuda pendiente.
En China y Corea del Sur, los gobiernos implementaron rápidas medidas sanitarias y acordaron restricciones como el distanciamiento social y la inmovilización. Por el contrario, algunos países de Europa tardaron en adoptarlas, alcanzando niveles de contagio que demuestran que la falta de medidas drásticas puede tener severas consecuencias.
El Gobierno peruano ha tomado medidas casi a diario, como la declaratoria del estado de emergencia, la inmovilización social obligatoria, medidas de protección social, como el subsidio económico, y otras para preparar el sistema de salud; y, a pesar de lo que implican para la vida cotidiana, gran parte de la población las ha aceptado. Sin embargo, la extensión del estado de emergencia hasta el 12 de abril genera un escenario más complejo.
La Constitución prevé la posibilidad de restringir o suspender algunos derechos durante el estado de emergencia. Pero la misma Constitución, la jurisprudencia nacional y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, señalan que esta decisión tiene límites, el más importante: la emergencia no suprime la vigencia de los derechos fundamentales. Por ello, fue correcto sancionar al oficial de las Fuerzas Armadas que agredió a un ciudadano en Piura. El marco legal indica que en los estados de excepción los derechos humanos y el Estado de derecho deben ser respetados, bajo los principios de razonabilidad y proporcionalidad.
Los más de 30 mil detenidos muestran la resistencia de una parte de la población frente a las medidas, quienes, de acuerdo a ley, deberán ser acreedores de pena privativa de la libertad; pero las 12 mil comisarías, los 3.2 millones de expedientes esperando solución y los 91 mil internos en los penales, no permiten sobrecargar un sistema criminal limitado. Como era de esperar, ocurren abusos propios de un sistema que no respeta la ley y de una situación que nos mantiene en “survival mode”, aceptando la fuerza para controlar a los que no obedecen. Lo que importa es sobrevivir.
Con la extensión del Estado de Emergencia y la inmovilización ciudadana, será necesario asegurar que la población cumpla la cuarentena y se mantenga la paz ciudadana, considerando que la pandemia en el Perú recién llegará a su “pico”. Se debe pensar en incrementar las medidas ya adoptadas y encontrar la forma de que quienes violen las disposiciones sean objeto de penas efectivas que restituyan el daño, por ejemplo, a través de servicios comunitarios. El nuevo Congreso podría priorizar la reforma del artículo 292 del Código Penal y reemplazar la pena privativa de libertad por la de servicios comunitarios. Como en otros países, se podría designar jueces de faltas y permitir que los gobiernos locales, u otras instituciones, velen por el cumplimiento de estas sanciones.
En buena cuenta, o nos ponemos a buen recaudo y permitimos que el Estado se encargue de controlar la situación y mantener el orden, dentro de lo establecido por la ley, o damos paso al caos y a la ley del más fuerte y del sálvese quien pueda. Estamos en buenas manos: hagamos de este estado de emergencia, uno respetuoso y solidario.
Los cuatro jinetes del apocalipsis
Augusto Álvarez Rodrich
Los riesgos principales para enfrentar al coronavirus.
El coronavirus es un peligro enorme tanto para la salud de las personas como para la economía, algo que también afecta la calidad de vida, pero hay varios riesgos añadidos que pueden complicar aún más la perspectiva.
El Perú ha pasado en las décadas pasadas por conflictos armados con países vecinos o guerras potenciales que se acabaron desactivando pero produjeron tensión; grandes desastres por El Niño o terremotos; procesos terroristas sanguinarios y letales como el de Sendero Luminoso y el MRTA; o gobiernos corruptos e ineptos que arrasaron con la calidad de vida, la institucionalidad y profundizaron la pobreza.
El coronavirus se perfila como otra gran amenaza. Apoyo Consultoría señala que el coronashock no tiene precedentes en la economía peruana, y el economista Waldo Mendoza prevé que “tendremos la caída del PBI más grande desde la guerra con Chile, porque estamos frente al choque externo y doméstico más grande desde esa guerra”.
La perspectiva del Perú y de sus ciudadanos va a depender, por supuesto, de la respuesta que le dé no solo el gobierno sino la sociedad en su conjunto, lo cual, sin embargo, va a enfrentar no pocos riesgos, entre los cuales están los siguientes:
1. Duración de la contención del coronavirus. Es hoy en día un factor sumamente incierto. El Perú parece estar tomando las medidas apropiadas en el campo de la salud, pero el resultado final es inseguro al igual que el plazo que tendrá.
2. Efecto en las empresas. El gobierno y entidades autónomas como el BCR o la SBS, entre otras, están tomando medidas importantes para evitar la parálisis de la economía, habiéndose anunciado en los últimos días un paquete potente de medidas que implica la inyección de recursos por alrededor de 12% del PBI. Pero el riesgo de que se corte la cadena de pagos existe.
3. Desesperación social. La vulnerabilidad de las familias es muy alta, y pese a las transferencias podrían no resistir el embate, generándose un malestar que ocasione problemas mayores.
4. Populismo económico desde el congreso, por ignorancia o la pretensión subalterna de aprovechar la pandemia para la construcción de candidaturas, como ya lo está haciendo evidente.
“La República”, 01 de abril del 2020
Una pandemia posmoderna
Javier Díaz-Albertini
Toda epidemia representa un cuestionamiento al sistema sociocultural vigente porque demanda cambios en los comportamientos e instituciones que usualmente estructuran a la sociedad. La enfermedad no solo produce momentos de tensión por el posible contagio, sino también porque trastoca lo rutinario. Esto no implica necesariamente que una vez superada la pandemia la sociedad deje de ser como era antes, pero sí es probable que queden en la memoria colectiva formas alternativas de orden social que con el tiempo podrían cobrar vigencia.
La peste negra del siglo XIV, por ejemplo, diezmó a la población rural en Europa. En muchas localidades, la escasez de mano de obra fue el motivo principal para que los campesinos exigieran mejoras en sus condiciones de trabajo y libertades. Al principio los terratenientes atendieron estas demandas porque necesitaban trabajadores. Sin embargo, con el tiempo la aristocracia empezó a usar su poder político para promulgar medidas buscando recuperar la “normalidad”, provocando rebeliones campesinas como respuesta. A pesar de que estas fueron sofocadas, las instituciones del feudalismo y la servidumbre ya estaban debilitadas.
Por su lado, el COVID-19 –por sus características– quizás sea la primera pandemia que claramente reta a los fundamentos de la posmodernidad. Según Lipovetsky y Serroy (2010), nuestra era se caracteriza por tener cuatro polos estructuradores. El hipercapitalismo global como la gran fuerza motriz acompañada de estados débiles. El hiperindividualismo, porque los sujetos van rompiendo cada vez más sus compromisos duraderos (con los otros, la religión y la política). La hipertecnología, por el preponderante papel que tiene la tecnología. Y finalmente, el hiperconsumo, un “hedonismo comercial” que genera falso sentido y seguridad.
En términos del hipercapitalismo, el virus ataca al mercado global como ninguna otra enfermedad pandémica. Las otras epidemias recientes (AH1N1, ébola, SARS) no exigían la cuarentena de la mayoría de los habitantes y la paralización de un sector significativo de la economía. Son enfermedades muy sintomáticas, lo que permitió focalizar la distancia social para evitar el contagio. El COVID-19, en cambio, es altamente asintomático y, por ello, se debe paralizar a buena parte de la sociedad para atenuar su avance. Surge, así, el dilema entre mantener la economía que beneficia a algunos o garantizar la salud de todos.
Esto me lleva al hiperindividualismo y cuán difícil resulta la solidaridad en tiempos de egocentrismo exasperado. A veces parece que hemos liquidado la empatía y, en su lugar, ensalzamos un hedonismo banal que incluye seguir adelante con la juerga, la ida a la playa o a “entrarle al champagne”. Peor aún, el COVID-19 se ensaña contra los adultos mayores y las poblaciones vulnerables, en sociedades gerontofóbicas obsesionadas con la “actualización”, el fitness y la juventud. No debe llamar la atención, entonces, el pedido del teniente gobernador de Texas de que los “abuelitos” se sacrifiquen por la economía. Antes se pedía a los jóvenes que murieran por su patria, ahora a los viejos por Wall Street. Menos mal que la solidaridad –por ahora– ha prevalecido.
En términos de la tecnología y el consumo, dos breves comentarios. El virus nos está obligando a cuestionar cómo trabajamos. Como catedrático, recién estoy definiendo cómo enseñar a distancia, aunque la tecnología para hacerlo existe desde hace muchos años. No creo que sustituya totalmente lo presencial, pero ya significa ahorrar horas semanales de traslado a la universidad. Aunque el virus llevó a un inicial desborde consumista extrañamente orientado hacia ciertos artículos como el papel higiénico, ahora sentimos una enorme paz libre del acoso publicitario y del loco afán de ir de ‘shopping’.
Finalmente, el COVID-19 pone de manifiesto uno de los principales males de la posmodernidad: la creciente desigualdad. El “distanciamiento social” no es lo mismo para todos. Los que cuentan con suficientes activos (públicos y privados) tienen redes de seguridad que les permiten continuar su vida con confort. Mientras que, para muchos, la poca seguridad que tenían se construía gracias a una cercanía física conquistada en las calles. Es por ello que el Gobierno debe redoblar esfuerzos para que las transferencias lleguen rápido a las familias. Solo así “quedarse en casa” se convertirá en un acto compartido y solidario.
Pandemia, Estado y liderazgo
Eduardo Dargent
¿Qué factores explican las grandes diferencias en la calidad de respuesta de los países frente al coronavirus? Aunque es pronto para una respuesta definitiva, la politóloga Sofia Fenner nos presenta agudas reflexiones para responder dicha pregunta (“State, Regime, Government, and Society in COVID-19 Response: Establishing Baseline Expectations”, Duck of Minerva). Plantea cuatro variables relevantes para explicar las diferencias.
Primero, el régimen político, que separa entre democracias y autoritarismos (una distinción que reconoce simplista pero útil). Segundo, la capacidad estatal, entendida como la infraestructura para implementar políticas públicas. Incluye infraestructura física, calidad de las burocracias, tamaño y penetración de la red de salud, entre otros aspectos. Tercero, la calidad del liderazgo entendida como la velocidad para adoptar decisiones y dirigir la respuesta estatal. Finalmente, la aquiescencia y colaboración de la sociedad ante estas medidas.
Se puede criticar la propuesta por tratar como independientes a variables con puntos de contacto o podemos señalar otros factores relevantes. Pero en general el ejercicio es valioso y permite llegar a conclusiones interesantes.
Una es que más que el régimen político, lo que viene resultando más relevante para la respuesta exitosa es la capacidad estatal. Importan más las capacidades de los estados para prevenir, detectar a tiempo a los infectados, aislarlos y curar a los enfermos que la forma de ejercer el poder. Obviamente esta capacidad está relacionada con la riqueza de un país, pero como enseñan las graves limitaciones sanitarias de Estados Unidos, es más que simplemente riqueza. Otra, que la relevancia del liderazgo se hace evidente al ver países con alta capacidad que fallan de manera grosera.
¿Qué nos dice este análisis sobre el Perú? A pesar de nuestra debilidad estatal, especialmente una red de salud precaria, somos un caso que viene superando las expectativas. Y esta diferencia se explica en buena parte por el liderazgo del Gobierno, al que podemos criticar por tal o cual aspecto, pero que en general ha actuado bien.
El artículo, sin embargo, sirve para recordarnos lo que nos costará mantener esos buenos resultados. Hemos actuado con velocidad y firmeza en parte porque, dada nuestra debilidad estatal, de no hacerlo nuestros escenarios eran muy malos. El ministro de Salud, Víctor Zamora, tiene claro este panorama y explica la estrategia adoptada en una reciente entrevista (“El martillo y el baile”, IDL-Reporteros). Incapaces de aplicar pruebas masivas para controlar la expansión y teniendo en cuenta la excesiva carga que tendría nuestro débil sistema de salud, tuvimos que golpear como martillo con medidas duras iniciales. En la siguiente fase podemos ir soltando restricciones, pero bailando con la situación, avanzando y retrocediendo.
Y obviamente hay que actuar con urgencia para compensar nuestra debilidad en áreas claves: muestreo y laboratorios. La solidez macroeconómica nos ayuda a enfrentar el problema y debe ser reconocida. Pero nuestras debilidades históricas en servicios sociales, en parte agravada por anteojeras ideológicas neoliberales más recientes, nos hacen vulnerables. Cuando esta noche aplauda al personal sanitario por su sacrificio, recuerde que su alto riesgo actual se explica en parte por nuestro pasado desinterés en la salud.
EDITORIAL
La otra enfermedad
Con más de 820.000 casos de coronavirus confirmados en todo el planeta y con los millares de muertes que la rápida expansión de esta pandemia ha generado, el mundo está sumamente pendiente de la forma en que los distintos gobiernos han decidido abordar la crisis. En ese sentido, una de las medidas más difundidas, y que la administración de Martín Vizcarra está llevando a cabo en el país, es la del aislamiento social obligatorio, que pretende reducir al mínimo la posibilidad de contagio evitando el contacto entre las personas.
Aunque la pertinencia sanitaria de este tipo de decisiones es respaldada por gran parte de los expertos en la materia, sus efectos secundarios también son ampliamente conocidos, como su impacto en la economía (una cuarentena general congela gran parte del aparato productivo de los países) y la posibilidad de que las facultades extraordinarias concedidas al poder político puedan desembocar en abusos de diversa índole. En esa línea, el reconocimiento de ambas consecuencias ha motivado diferentes, y a veces indignantes, actitudes en algunos líderes mundiales que han apelado a la irresponsabilidad o al oportunismo ante la crisis.
Uno de los casos más paradigmáticos de lo primero es el de México. Su presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pasó mucho tiempo minimizando imprudentemente la envergadura de la amenaza patógena. Hasta hace poco, el líder participó en eventos masivos, teniendo contacto con sus simpatizantes, y postergó la declaratoria de cuarentena so pretexto de mantener fortalecida a la economía, instando a la gente a “no dejar de salir”. Las circunstancias, empero, lo han hecho recular y recién esta semana decretó el estado de emergencia e hizo un llamado a respetar la distancia social.
En la otra acera política, en Brasil, el jefe del Estado Jair Bolsonaro también ha hecho gala de su irresponsabilidad y la ha complementado con burdas expresiones de negación. Al igual que su par mexicano, el mandatario brasileño no se ha preocupado por guardar distancia de las personas, liderando grandes aglomeraciones de gente, y ha calificado al coronavirus como “una pequeña gripe”. Asimismo, ha acuñado una frase que seguro será recordada con rechazo: “Va a morir gente, lo siento, pero no podemos parar una fábrica de autos porque hay accidentes de tránsito”. Por el momento el Gobierno no ha tomado medidas drásticas para paliar la pandemia.
Mientras en los casos descritos las consecuencias políticas seguramente las sufrirán sus protagonistas con el paso del tiempo y en manos de sus compatriotas, hay otros regímenes que han visto en esta tesitura una oportunidad para fortalecerse y ello, en algunos casos, sin mezquinar abusos. En Israel, por ejemplo, el partido del primer ministro Benjamin Netanyahu ha estado obstaculizando la realización de votaciones claves en el Parlamento. En Corea del Sur y Singapur se están empleando medidas de vigilancia de la enfermedad que arriesgan la privacidad de las personas. En China la dictadura ha hecho cumplir las restricciones con puño de hierro. Y, por su parte, en Hungría el gobierno del primer ministro Viktor Orbán pone en vilo al periodismo con la posibilidad de apresar a los que difundan información falsa sobre el COVID-19 y se teme que ello se emplee como herramienta de censura. Algo parecido ocurre en Jordania y en Tailandia.
Aunque las medidas restrictivas son necesarias en estos y en muchos países, podrían terminar usándose con fines peligrosos.
El mundo, en fin, pasa por uno de sus momentos más complicados por los estragos generados por el coronavirus y ello, sumado a la crisis económica que vendrá como secuela de esta coyuntura, puede llevar a mayores irresponsabilidades y abusos de parte de quienes ostentan el poder. Otra enfermedad que no podemos perder de vista.
“El Comercio”, 01 de abril del 2020
Lo que no está funcionando
Fernando Rospigliosi
La cuarentena que estableció el Gobierno desde el lunes 16 fue una medida acertada para intentar frenar la expansión del coronavirus, pero muy pronto se revelaron sus limitaciones. Por eso, a los pocos días se decretó el toque de queda de 8 p.m. a 5 a.m. (9 horas) que, según el mismo Gobierno reconoció, no ha funcionado, por lo que amplió el inicio a las 6 p.m. (11 horas) y en algunos departamentos a las 4 p.m. (13 horas). Y aun así, no cumple su cometido, así es que ahora limitan el tránsito de hombres y mujeres.
Nada es suficiente. El jueves se agolparon unas 1.200 personas desde las 4 a.m. en Villa El Salvador para recibir 200 paquetes de alimentos. Violación de toque de queda y aglomeración, para colmo inútil, porque la inmensa mayoría no recibió nada. Es un ejemplo de cómo la desesperación lleva a la gente a exponerse vanamente al peligro. Y hay muchos otros casos similares.
Esa es la situación real del país que el Gobierno y su interminable legión de corifeos no quieren ver.
Se sabe que más de dos tercios de la población son informales y que la mayoría de ellos vive al día y no puede soportar una paralización total de las actividades económicas. Y millones más son precariamente formales, con pocos ahorros y que sin recibir un ingreso no pueden subsistir más allá de unos días o semanas.
Hizo bien el Gobierno en distribuir un bono de 380 soles, pero como se sabía de antemano, no iba a llegar a todos los que lo necesitan y, con un Estado ineficiente y corrupto, parte de eso se lo iban a robar. En Azángaro, Puno, inscribieron fraudulentamente a 18 trabajadores del municipio, además de familiares, para que reciban el bono (“Perú21”, 1/4/29). ¿Alguien duda de que en muchos otros lugares ha sucedido algo parecido?
Es probable también que de los más de 200 millones de soles entregados a los municipios para que distribuyan víveres, una buena parte se roben o repartan entre parientes y amigos, y no entre quienes realmente lo requieren.
En suma, a pesar de las dificultades, es indispensable distribuir ayuda, pero pretender que con eso se pueden paliar las inmensas carencias es una peligrosa ilusión.
Aun así, las enormes penurias a las que se está sometiendo a millones de peruanos estarían justificadas si con eso se pudiera detener significativamente la propagación de coronavirus. Pero eso no está ocurriendo ni va a suceder. Primero porque las aglomeraciones siguen produciéndose en los bancos para cobrar los bonos del Gobierno, en los mercados (como en San Juan de Lurigancho, El Comercio, 2/4/20) y en otros lugares. Y segundo, lo más importante, porque no hay pruebas –ni las habrá en el futuro inmediato– ni el personal suficiente para poder hacer el rastreo de los posibles infectados para aislarlos y controlar la propagación del virus.
Y eso en gran parte por la ineficiencia del Estado. Aunque el ministro de Salud le echó la culpa a Donald Trump por comprar muchas pruebas, en realidad Colombia logró adquirir más de un millón al mismo tiempo que el ministro evadía su responsabilidad. Recién el lunes 30 el INS firmó la orden de compra. (“Gestión 1/4/20). Y el grueso recién llegará en mayo (El Comercio, 1/4/20) y seguirán siendo insuficientes.
En síntesis, si existiera la posibilidad de lograr rastrear y aislar a los infectados –sintomáticos y asintomáticos–, se justificaría la prolongación de la cuarentena y el toque de queda que están llevando a millones al debilitamiento y al borde de la inanición. Pero eso no es posible. Tampoco lo va a ser en las próximas semanas y meses.
En esas circunstancias lo más razonable es una estrategia intermedia, que permita que la economía empiece a funcionar, con limitaciones, manteniendo ciertas restricciones. Hasta que se encuentren medicamentos capaces de vencer el virus.
Finalmente, como bien dijo Mario Ghibellini la semana pasada en esta página, “contra los que piensan que esta no es la hora para criticar al Ejecutivo, los momentos en que mayor poder concentra un gobierno son también aquellos en los que más fiscalización requiere”.
“El Comercio”, 04 de abril del 2020
Pandemia y globalización
Rafael Roncagliolo
Ya se ha dicho y repetido: lo que vivimos es inédito en toda la historia de la humanidad. En nuestra transformación de animales en dioses creíamos, con Yuval Noah Harari, que habíamos derrotado a la enfermedad, así como al hambre y la guerra, como causas de muertes masivas. Y, de pronto, nos encontramos con esta pandemia, que sacude al planeta entero y que obliga a que más de dos tercios de la población mundial viva en cuarentena.
Esta es la primera pandemia literalmente global. Ni la “gripe española” de hace un siglo (difundida por los soldados estadounidenses), ni las pestes de las que tenemos registro (con frecuencia originadas en China) alcanzaron con tanto dramatismo a la humanidad entera, como ocurre ahora.
Se habían vuelto globales antes, la producción, el fútbol, el entretenimiento y el consumo en general. Desde 1970, más o menos, las corporaciones transnacionales empezaron a planificar mundialmente su producción, no más para mercados nacionales por separado. Hoy, la fábrica puede estar en Taiwán, la gerencia en Londres, la publicidad en Madison Avenue de Nueva York, y el mercado en todas partes.
También el fútbol se ha convertido en un espectáculo sin fronteras. El cine y la televisión de entretenimiento, así como las noticias, se muestran idénticas aquí y allá. Los supermercados venden los mismos productos. ¿Dónde no hay Coca Cola o Kentucky Fried Chicken? No hay gobierno que no se reclame democrático. Solo faltaba que la enfermedad se volviera global y que la epidemia se volviera pandemia.
Sin embargo, no le faltaba razón a Yuval Noah Harari: nunca antes se había podido aplicar al nivel actual el conocimiento científico para combatir una plaga. En el año 2000, como en el 1984 de George Orwell, todos somos vigilados: costo inevitable del combate al virus. Así, ahora el número de muertes resulta proporcionalmente mucho menor que en los episodios anteriores. Recuérdese no más los 25 millones de muertos por la Peste Negra en la Europa del siglo XIV. Lo malo, por cierto, es que no somos vigilados solo para combatir al coronavirus, en un mundo que ha dejado de ser un mundo de vecinos para volverse un mundo de extraños.
Sabemos que esta angustia va a pasar. Y, aunque puede repetirse, no será un virus lo que acabe con la humanidad. El virus no tiene el poder del calentamiento global, producido por los seres humanos, en su búsqueda compulsiva de la ganancia a corto plazo.
Como ha dicho Javier Solana, excanciller de España y exsecretario general de la OTAN, a diferencia de las guerras verdaderas, en esta ocasión “la movilización de recursos públicos debe ir acompañada de una desmovilización del grueso de la población”, y “será menester de todos no olvidar las múltiples virtudes de la globalización, que por supuesto merece ser repensada, pero no vilipendiada”.
“La República”, 04 de abril del 2020
Perú y la cuarentena: ¿cuándo y cómo salimos?
Análisis. Dadas las severas limitaciones que tenemos de testeo y seguimiento, cuando se pueda levantar la cuarentena, gradual e incrementalmente, será fundamental una estrategia de salida sostenible poscuarentena. De su éxito, que requiere del cumplimiento de todos, dependerá que podamos evitar nuevos brotes significativos del virus.
Alfonso de la Torre, Piero Ghezzi y Alonso Segura (HacerPerú)
Los peruanos nos preguntamos cuándo vamos a salir de la cuarentena. Parece altamente improbable que sea el 13 de abril, pero nadie conoce la respuesta exacta. Ni siquiera el Gobierno. Dependerá de cómo evolucione la epidemia. Los indicadores de casos y muertes que escuchamos diariamente son muy imperfectos y nos dan poca información de qué está ocurriendo en tiempo real.
¿Qué tan útiles son los indicadores más usados?
Comencemos con los contagios reportados. Tienen muy poco que ver con el número real de contagiados. Una persona primero se contagia, incuba y luego entra a un periodo de infección. Cuando presenta síntomas, normalmente se demora en llamar. Luego pasan un par de días antes de tomarle la prueba y bastantes más en darle resultados. En suma, entre el contagio y el reporte en el Perú pueden fácilmente transcurrir 15 o 20 días. Una muestra de ello es que aproximadamente la mitad de los pacientes hospitalizados con síntomas de COVID-19 no son oficialmente reportados a la espera de los resultados de sus pruebas. Incluso, hay casos en que la muerte ocurre antes de obtener el resultado. Es información demasiado rezagada.
Pero el problema no es solo el rezago entre el contagio y el reporte, sino el subreporte del número de casos. Este es el resultado de tres problemas. El primero es que al no hacer testeos masivos nos perdemos un alto porcentaje de casos que son asintomáticos (entre 25% y 50%). El segundo (y relacionado) es que al tener un stock muy limitado de pruebas moleculares el número de casos reportados va a estar restringido por la cantidad de pruebas llevadas a cabo. El tercero son los falsos negativos–pacientes a los cuales se les dice que no tienen COVID-19 a pesar de que en realidad sí lo tienen–cuya proporción aún no se conoce con certeza en las pruebas moleculares y posiblemente esté exacerbada por nuestra todavía limitada experiencia en aplicarlas–. (Nótese que el problema de los falsos negativos es aún más significativo para las pruebas serológicas aplicadas en las primeras fases de la enfermedad).
El número reportado de muertes presenta un problema distinto. Presumiblemente es más preciso. Pero como el período transcurrido entre contagio y muerte ronda entre los 20 y 25 días, en promedio, esta cifra es también una medida de lo que ha ocurrido en el pasado. Aunque la epidemia se haya controlado, los muertos van a seguir aumentando por algunas semanas más. Tan es así que el número de muertos del crucero Diamond Princess, cuyo brote terminó hace más de un mes, hasta ahora sigue creciendo.
Usemos un ejemplo para estimar el tremendo margen de error potencial en estos indicadores. En el momento de escribir este artículo había aproximadamente 55 muertos y 30 pacientes en UCI. Si asumimos que la mitad de aquellos pacientes en UCI fallecen en los próximos días tendríamos 70 muertos esperados en este grupo (=55+0.5*30). Los estimados internacionales sugieren que en condiciones normales la verdadera tasa de letalidad del COVID-19 –no la naif que se obtiene de medir muertos entre casos reportados– es entre 1% y 2%. Tomemos 1.5%. Ello implica que habría aproximadamente 4.700 (=70/.015) infectados hace 20 días (que es el rezago promedio entre el contagio y la muerte). Pero hace 20 días el Perú reportaba 10 casos. ¿Cuál es la realidad?
Los indicadores más relevantes
Mejores indicadores de lo que está ocurriendo con la epidemia son el número de pacientes hospitalizados y en UCI. A diferencia del número de personas infectadas, estos son números básicamente reales (salvo que la demanda excediese la disponibilidad de UCI). Sabemos cuántos son. Y a diferencia de los muertos, los hospitalizados y UCI se conocen mucho antes. Dicho de otra manera, son un indicador líder de las fatalidades que se esperarían en los siguientes días.
Por lo tanto, la epidemia estaría cediendo si el número de hospitalizaciones y UCI se estabiliza (obviamente debajo de la capacidad que puede atender el sistema de salud) y luego empieza a caer. Pero para poder evaluarlo, el Gobierno (y la ciudadanía) debería tener un reporte diario más pormenorizado de los pacientes hospitalizados y en UCI. Deben incluirse tanto los confirmados como aquellos sospechosos (dadas las limitaciones de las pruebas). Estos sí serían indicadores en tiempo real.
¿Y qué hacemos con las pruebas? La principal recomendación de la OMS ha sido “testear, testear, testear”, en parte basada en la exitosa experiencia de Corea del Sur, el único país que sin medidas radicales de supresión ha logrado estabilizar lo que en algún momento parecía una epidemia descontrolada (ver gráfico 1). La recomendación de la OMS sería, por tanto, tomar pruebas masivas (en algunos casos a pacientes asintomáticos), de aquellos positivos se rastrearía sus contactos durante la etapa infecciosa y se les pondría en cuarentena a todos (contagiado y contactos). Por último, se implementaría un sistema de monitoreo para asegurar que dichas personas se mantienen en cuarentena, previniendo nuevos contagios.
Evidentemente, una estrategia de testeo masivo, combinando adecuadamente pruebas moleculares (identificación) y serológicas (descarte posterior de inmunizados) con el seguimiento (hasta donde se pueda) de posibles contagios sería muy útil. Pero es difícil de implementar. Se requieren capacidades que los países que lo hacen bien han podido desarrollar con muchos años de aprendizaje.
En el Perú no hemos demostrado ninguna capacidad para poder implementarlo efectivamente. Dado ello, las pruebas moleculares no son mucho más que un certificado de que un paciente ha tenido COVID-19. No dan ninguna información en tiempo real para la toma de decisiones en el monitoreo de la epidemia o en el aislamiento de los contagiados y sus contactos. Si no hay un cambio radical en cómo está funcionando el sistema, las pruebas moleculares que consigamos no van a ayudar mucho.
Por lo anterior, quizás más importante para la toma de decisiones va a ser tener una estrategia de salida sostenible poscuarentena.
Es evidente que el Gobierno acertó con la supresión (“Los riesgos del COVID-19”, edición del 22 de marzo). Al reducir drásticamente el número de contactos, la supresión impuesta por la cuarentena generalizada tendría que hacer retroceder la epidemia. Es probable que hayamos llegado al pico de infecciones, algo que por el rezago en el reporte los números oficiales todavía no van a capturar. En Wuhan, el número de infectados (el real estimado ex post y no el reportado) empezó a caer inmediatamente (ver gráfico 2) y solo luego de 12 días se empezó a ver en los casos reportados. Dados nuestros problemas más agudos en el rezago del reporte, nosotros tendríamos que esperar incluso más días.
La cuarentena no soluciona la epidemia, simplemente la contiene y compra tiempo para poder implementar las medidas necesarias. De nada van a servir todos los sacrificios de la cuarentena si no tenemos una estrategia diseñada de acuerdo con nuestra realidad para salir de ella. La epidemia volvería, los casos crecerían nuevamente y necesitaríamos una nueva cuarentena. Simplemente habríamos pateado el problema hacia adelante, y el rebrote podría llevarnos a un pico mayor (y coincidir con el invierno podría agravar los contagios). Todos los modelos epidemiológicos lo muestran.
Ahora, ¿cuál puede ser esa estrategia de salida?
Debe ser gradual e incremental. Debemos permitir que poco a poco las actividades productivas se reincorporen, pero evitando que los casos de contagio vuelvan a dispararse. El proceso debe ser iterativo y algunas medidas van a tener que ser ajustadas, enmendadas o revertidas sobre la marcha.
Puede que, apenas termine la cuarentena, se mantenga el toque de queda a partir del horario fuera de trabajo de oficina. Permitamos (siempre con distanciamiento social, lo que puede involucrar horarios diferenciados, teletrabajo, etc.) que el aparato productivo se ponga en funcionamiento gradualmente. Observemos qué ocurre durante unas semanas y, si el virus se mantiene controlado (medido sea por casos, por pacientes críticos o por muertes), podría permitirse abrir escuelas y, posteriormente, universidades Los restaurantes podrían volver a atender con la mitad de su aforo original, y todavía incentivando el delivery. También podrían permitirse los viajes interprovinciales y algunos internacionales. Si, por el contrario, hay indicios de rebrote, se pueden revertir algunas de las medidas. E, incluso, se puede regresar a una cuarentena generalizada y un nuevo estado de emergencia nacional, o a cuarentenas circunscritas a ciertas ciudades, provincias o regiones como sugirió recientemente el ministro de Salud.
Para este proceso ágil e iterativo de ajustar y soltar, el Gobierno requerirá información en tiempo real de cómo está evolucionando la epidemia. Es allí donde la información de cómo van las hospitalizaciones y UCI versus las capacidades del sistema de salud será útil. Si dichos indicadores se encuentran relativamente estables por un número de 10-12 días (y sin sobrepasar las capacidades del sistema de salud), el Gobierno podrá relajar medidas. Pero si empiezan a subir, tendrá que ajustarlas. Tendremos que adaptarnos en el camino, con prudencia.
Más allá de este enfoque incremental, y ante la evidencia de nuestra incapacidad de implementar un modelo “quirúrgico” como el de los países del Sudeste Asiático, debemos tomar una serie de medidas realistas complementarias. Estas pueden incluir:
Primero, uso obligatorio de mascarillas. Cada vez es más evidente que reduce la velocidad de transmisión de la enfermedad y que los asintomáticos también contagian. Además, la evidencia sugiere que el uso masivo reduce el estigma de usar mascarillas e incluso la probabilidad de tocarse la cara. Tiene beneficios de salud pública, no requiere grandes capacidades y puede tener un efecto positivo importante en nuestra industria textil (formal e informal).
Segundo, obligar el uso de dispensadores de jabón y desinfectante en todas las escuelas, hospitales, y en un sentido general, en todos los locales con atención al público.
Tercero, incentivar el aislamiento relativo de los mayores de 65 años (y otros grupos vulnerables) mediante incentivos para que se queden en casa. Debería considerase una pensión regular y ajustar temporalmente la actual. Para pagarles habrá que ser cuidadosos. No pueden estar haciendo cola en el Banco de la Nación ni teniendo que firmar padrones presenciales en dependencias públicas.
Cuarto, incentivar el distanciamiento social voluntario de toda la población. Ello implica menos reuniones sociales, deportes de poco contacto, evitar saludos con contacto. Las reuniones por encima de 20 personas deberían mantenerse prohibidas.
Quinto, aumentar capacidades en UCI, incluyendo camas, respiradores y otros equipos, además de elevar la cantidad de internistas (lo cual requiere de capacitación). Esto además incluye mejorar las condiciones de protección de los profesionales de la salud para reducir la posibilidad de que se infecten.
Sexto, protocolos sanitarios para los sectores productivos, de manera que puedan reiniciarse, pero reduciendo las probabilidades de que se vuelvan focos de contagio.
Séptimo, tomar medidas para reducir la densidad de pasajeros en unidades de transporte público (formal e informal) con fiscalización estricta. Esto comprende la aplicación de horarios laborales escalonados (tanto de entrada como de salida) para evitar congestionamiento. Se debe requerir a empresas que continúen aplicando mecanismos para el trabajo remoto donde sea posible.
Octavo, fortalecer mecanismos de fiscalización para poder asegurar que en el sector informal se cumplan regulaciones en torno a aforo y normas sanitarias, por ejemplo. En el caso del comercio informal, las autoridades municipales deberán evitar grandes aglomeraciones.
Esta lista no es ni completa ni perfecta, pero es realista. Se apalanca en nuestras fortalezas y en el acelerado aprendizaje (local e internacional) generado por la evolución de la epidemia. Habrá riesgos en cada etapa y será necesario hacer ajustes. El Gobierno deberá ser transparente y mejorar el reporte de la información. Debe también explicarle a la población que si no se cambian comportamientos, una segunda cuarentena podría ser necesaria.
El virus no terminará con la cuarentena. Contenerlo va a requerir un esfuerzo consistente hasta que llegue un tratamiento o una vacuna. Y demandará la contribución y responsabilidad de todos. Si no lo hacemos, el sacrificio de estas semanas no habrá valido la pena.
“La República”, 05 de abril del 2020 --
EN EL FEISBUUCK,... DE LUZ COJONES ¡¡ >> Luciano Medianero Morales
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Símbolo de guión@JessicaFillol·25mPrimer artículo de Pablo Iglesias ahora que publica en Ctxt en lugar de en el BOE: "¿Y si gobernaran PP y VOX?" Si lo único que podéis ofrecer es el miedo a que vengan otros peores, es que estáis acabados y no tenéis nada que aportar. ¡¡¡¡ ---- luciano medianero morales@lucianomediane2·21mReplying to @JessicaFillol(¡HOLA¡,okey¡¡-VER, SI USTED QUIERE ¡¡ La menciono y doy una opinión, sobre esto, y más profundidad ¡? https://lukyrh.blogspot.com/.../pepe-grillo-perdon-p...).@JessicaFillol·Primer artículo de Pablo Iglesias ahora que publica en Ctxt en lugar de en el BOE: "¿Y si gobernaran PP y VOX?" Si lo único, que-
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Jessica Fillol Huellas de patas

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